La barbarie se impone, una vez más, en esta “civilizada
suciedad”, que hemos construido con manos asesinas. El asesinato de Isabel
Carrasco nos pone los pelos de punta y nos deja la sangre helada. Una salvajada
que debería hacernos reflexionar sobre el mundo en qué estamos parados. Esto se
ha convertido en un Oeste desbocado, en el que nadie parece estar seguro, ni
siquiera en una ciudad como León, que creíamos tranquila, otrora un lugar estupendo
para pasearse con sosiego a orillas del Bernesga. A partir de ahora, cuando pasee
por la Condesa, recordaré lo sucedido con una inmensa tristeza. Y creeré que,
en vez de estar en un sitio en el que nada malo podría ocurrir, todo es posible
en esta vida tocada por la muerte. Y rememoraré, a buen seguro, mi estancia en
México, ese país hermano en el que la vida no vale nada y donde la muerte, por
asesinato, es el pan nuestro de cada día.
La vida es nuestro bien más preciado, lo único de que
disponemos, y cuando nos lo arrebatan, de una manera tan aberrante y
monstruosa, nos sobrecoge, poniéndonos un nudo en la garganta. No nos
engañemos, porque nunca el ser humano ha sido, a lo largo de la historia infame
de la humanidad, un alma de la caridad, aunque por fortuna haya gente buena,
pero los tiempos asesinos que nos invaden, acentuados por la crisis económica,
la crisis de valores morales, espirituales, nos están llevando al precipicio, a
un callejón sin salida. No vivimos o no deberíamos vivir, a estas alturas del
siglo XXI, en un mundo tan bárbaro, donde cada cual se tome la justicia a su
antojo, pero está claro que cada cual hace lo que le viene en gana sin reparar
en que la vida es lo único que tenemos. Y que no cabe justificación de ningún
tipo para cargarse a nadie (si exceptuamos, quizá, en legítima defensa). A
nadie. Aunque no sea santo o santa de nuestra devoción porque el odio siempre engendrará
odio en una cadena interminable, que nunca nos conducirá a nada bueno. Por
supuesto, tampoco la pena de muerte es sostenible. No es que a uno le salga la
vena cristiana, nada de eso, sólo que la vida debe prevalecer en todo momento. También
la de Isabel Carrasco, con quien no llegué a tener trato directo, con lo cual
no puedo decir nada bueno ni nada malo de la expresidenta de la Diputación
leonesa (únicamente su defensa como ser humano), salvo lo que se cuenta y se
dice a través de los medios o bien en círculos privados, quienes la conocieron
o tuvieron contacto con ella. Sólo, en contadas ocasiones, llegué a verla de
cerca, por ejemplo en algún bar de Bembibre, que me hará recordarla.
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