Plaza de Jemaa el Fna
Contar un
cuento es sin duda un arte, que requiere de ciertas habilidades, a saber, el
manejo de la palabra, la voz y la corporeidad mortal y rosa (por decirlo a lo
Umbral). En realidad, todo lo que se escribe debería ser recitado o contado de
un modo oral para tomarle el puso, el ritmo o la temperatura a la escritura.
Sólo así uno acaba sabiendo si funciona, si engancha al público expectante.
Imposible
olvidarse de otro magistral contador de cuentos, que era el gran Antonio
Pereira, pues además de dejarnos escritos cuentos extraordinarios, era capaz de
contarlos con tal chispa y finura que dejaba boquiabiertos a los asistentes.
Incluso me atrevería a decir que arrasaba literalmente a sus homólogos
contadores de historias, cuando lo veíamos/escuchábamos en la Facultad de
Educación de la Universidad de León. Qué tiempos. Filandones irrepetibles
aquellos que organizara el bueno de Justo Fernández Oblanca. Un recuerdo
afectuoso para el amigo Justo.
A estas alturas Pereira y Justo estarán a buen
seguro conversando en algún rincón del universo.
Lo cierto
es que a uno le entusiasman los contadores de cuentos, tal vez porque en mi
niñez también mis hermanas me contaban cuentos. Crecí con los cuentos clásicos
de Caperucita, el lobo y los siete cabritillos, la Cenicienta y tantos otros (ahí quedan asimismo
las Joyas literarias de Verne, Marco Polo, Salgari, Twain, y demás aventureros). Y
viví entre la fantasía y la realidad/surrealidad. Siempre me entusiasmó la
palabra, la palabra que se hace carne, organismo vivo, la palabra reinventada,
que en determinados momentos puede resultar balsámica.
Todo un reto, excuso decir, aunque no sea la primera, y espero que
tampoco la última vez, que hago un cuentacuentos.
Al
parecer, el fin último del contador de cuentos sería (si nos remitimos a
Sherezade) el alejamiento de la muerte y por ende la conservación de la vida,
la transmisión de una enseñanza que nos ayude a seguir en la brecha, en el camino.
Julio Llamazares en Valdelugueros
En esta
ocasión el lugar elegido será Valdelugueros, en la montaña leonesa, esa tierra
que se vuelve astur en su paisaje, y aun en su paisanaje. Un valle acogedor,
donde hace aproximadamente un año tuve la ocasión de ver y entablar charla
amistosa con Julio Llamazares. Una velada inolvidable con el autor de El río del olvido (el Curueño), Cecilia
Orueta, Ángel Fierro, Yuma y Emilio Orejas. Hasta pronto.
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