Alvite
Me tomo unos días de vacaciones. La verdad es que las necesito. Sobre todo para airear la cabeza, poner en orden unas cuantas ideas y seguramente recorrer en coche esos sitios de tercera que sólo salen mezclados con las hormigas en las arrugas del mapa. Viajaré sin planes, pensando en comer donde sirvan cualquier cosa que no sea delito y dispuesto a dormir donde me venza el sueño. La verdad es que no me gustan las servidumbres del orden y prefiero que las cosas ocurran sin contar con ellas. Tampoco me preocupa no acertar con la carretera si por casualidad me propongo un destino. Encuentro más interesante detener el coche, bajar el cristal de la ventanilla y preguntarle a alguien dónde diablos estoy. Siento especial predilección por los pueblos que quedaron apartados del tráfico por culpa del trazado de las autovías y darme cuenta de que, en medio del silencio amordazado por el polvo, el trigo medra acostado, el viento es una reata de polvo e incluso ha dejado de crecer el cementerio. La verdad es que disfruto con los lugares que me inspiran franqueza, soledad y tedio, sitios en los que los pájaros pesan como pisapapeles de esparto, en los columpios sólo se mecen las riendas del aire y en el ábaco de los relojes de pared el tiempo deletrea lentamente en pesetas. En unas vacaciones me detuve hace años en uno de esos pueblos y entré en un bar. Me había perdido camino de Zamora. Pedí un café y el tipo me puso una cerveza. Se explicó: «Si yo le sirviese lo que pide, usted se largaría sin saber dónde estuvo. Recordará mejor este pueblo si en vez de agradecido, se marcha enfadado». Yo deseo que vosotros no me recordéis sólo por haberos defraudado.
Después de algún tiempo en que no supe nada de Alvite, he vuelto a reencontrarlo en El Faro de Vigo, bajo el epígrafe de Áspero y sentimental, y me ha dado alegrón. En tiempos, en que Diario de León estaba en manos de la Voz de Galicia, leía con puntual regularidad a este fenómeno de las letras. Y hasta le dediqué este texto en mi Fragua de Furil del Diario, con su inspiración/transpiración, claro está.
Han transcurrido aún más años -el tiempo vuela-, y he tenido la fortuna de que José Luis Alvite me haya agregado a su facebook. Incluso hemos mantenido algún contacto vía el "feis". Ahora he comenzado a leerlo en La Razón.
Y en este momento me apetece darle vuelo a este texto, que escribiera con devoción.
Leo, y aun releo, los cuentos que Alvite nos obsequia bajo ese encabezamiento intitulado Almas del Nueve Largo. Y me quedo flipado. Es como si este rapaciño (mejor señoriño) estuviera cogido/inspirado por un serrallo de pirujillas. No me resisto a dedicarle una ovación desde esta esquina berciana. Y espero que le lleguen mis aplausos. Aunque a él, por ser de natural cínico, no le importen lo más mínimo mis renglones. Eso sí, vaya por delante que los escribo con mi propio flujo y su influjo, con cariño, o sea.
Tiene Alvite algo del Artaud que escribiera El teatro de la crueldad, Van Gogh: el suicida de la sociedad y Para acabar con el juicio de Dios. Al parecer, Dios no está hecho para tipos como Alvite. Aunque su gaznate suene como Dios escupiendo los dientes en el cáliz. Afortunadamente, este muchacho no es carne de psiquiátrico. Y deseo que nunca lo sea. Tiene Al esa voz de greguería, y ese clarinete a lo Woody Allen, que se abre de orejas con la apariencia de un poema y la bestial realidad de una pesadilla.
Son tantas y tan buenas sus frases y sus almas que podrían sepultar, de una vez para siempre, la vida de unos cuantos oligofrénicos que se tatuan rosas en la picha o flores de sanatorio en el chichi, cuyo hedor acabara trastornando a los mismísimos señores de bata blanca, incluso a las cretinas que gustan de ahorcarse el clítoris con el anillo de boda, la flor y nata montada de nuestro escaparate político-cultural. Tras las cortinas rosa de la ñoñería y la insuficiencia mental.
En sus escritos fluyen endorfinas orquestadas con el perfume de una corista puta, cuya jeta estuviese ginecológicamente exangüe y su sonrisa fuera un montón de escoria, una corista que rezara el rosario antes de chupársela al primer cliente del Savoy, bajo una luz como de mermelada de frambuesa. Me entusiasman los tipos como Alvite porque largan lo que se les viene a la azotea y encima este pájaro lo hace con puntería. Lo cual es aún más emocionante. Es como si enfilara los disparos con el sifilítico fogonazo del tabaco. ¿Papacito, qué es lo que les das de comer a tus pollitas? Sus cuentos son como para pegarse un tiro, “sería feliz si alguien me disparase por Navidad una bala con mis iniciales”, antes incluso de haber probado la sacristía en forma de hostia consagrada. Luego de pasearme por el frondoso ring de sus letras umbilicales y amapolas de tanatorio, tengo la sensación de estar haciendo el panoli en esta faena de trillar la paja de las palabras. Me quedo con los granos que supuran humor de pimentón y esas vejigas que se ulceran en el diván de los psicoanalistas.
Alvite, barbado en ermitaño y rijosillo tras su mirada gafosa, es un cóctel molotov, una bomba de relojería literaria, vitalista, prostibularia. Capaz de encasquetarnos su saber-condón en nuestras pingas de penitentes ahogados en las bagatelas. “Estaba mejor dotado para el condón que para la literatura”, nos cuenta en Tetas unisex. No hay nada importante para que uno pueda tomarse las cosas en serio. Uno principia burlándose de sí mismo y termina descojonándose de propios y extraños.
Gracias a hombres como éste, uno se siente como levitando en el paraíso de la putrefacción, alejado de la gloria patológica, que sólo parece al alcance de quienes ven la literatura como una inyección de insulina en las nalgas fofas de la irrealidad. Es como si uno tuviera la sensación de estar al mismo tiempo en el cementerio de los sarcasmos sazonados con besos negros en la blenorragia del alma y los cielos que menstruaran blues de alcohol, jazz terminal, tristeza suicida, soledad y hoyos existenciales. Uno llega a saborear las heces con carmín y los gargajos con codeína de las diosas osteoporósicas. Y da la impresión de que el sida cantara la Marsellesa a través del ojete de un diocesano travestido...
A Alvite, experto francotirador al blanco de los instintos y falsas conciencias, se le ama por lo que tiene de sincero, atrevido y soñador. Es la suya una sinceridad conmovedora. “No es bueno construir la vida sobre un puñado de mentiras”. Me gustan los tipos soñadores que aspiran a conocer el mundo en el carro de los muertos.
Un abrazo, hermano gallego.
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