Sigo rescatando del baúl de los recuerdos. Ay, la memoria, esa fuente de placer y a veces de dolor, porque la memoria está inevitablemente emparentada con el saber, aunque tener mucha memoria no te hace necesariamente sabio, y el saber produce dolor. En ocasiones, en vez de aprender convendría desaprender. A continuación reproduciré un artículo escrito hace años para el Diario de León, con algunos añadidos y re-toques, que no incluí -como otros cientos- en la fragua de Furil.
Vaya aquí:
Durante estos últimos años he tenido
la ocasión de asistir a varios saraos, tanto en Bembibre como en Ponferrada,
los sitios con más chispa cultural del Bierzo, aunque en ocasiones uno desconfía
de lo cultural como algo postizo, carnavalesco, impuesto desde las altas esferas, y prefiero lo
natural, lo genuino, como forma de vida, y como una suerte de contracultura,
que me haga ser más sencillo y por ende más humano.
En realidad, uno se siente muy a gusto
en medio de la naturaleza, lejos de los ruidos, incluso de los ruidos informativos,
cerca del silencio y a veces de la soledad, esa soledad querida, imprescindible
para reflexionar acerca de la realidad o el misterio de algunas cosas, para
reencontrarse con el yo más íntimo, ese yo que lucha por buscar el equilibrio
perfecto en un contexto no siempre favorable, perverso a veces, ese yo que
intenta abrirse paso entre las “trampas” religiosas, morales… siempre
coercitivas, y ese ello instintivo, animalesco, vital, subconsciente que también
nos ayuda a sobrevivir en medio del bosque urbano, entre la fauna humana.
La villa
del Benevívere sigue por fortuna con sus Tardes
de autor, donde hace un tiempo escuchábamos a Guerra Garrido, berciano de
Madrid, y aun del País Vasco, pues “el Bierzo de Raúl es un estado de ánimo y
una obsesión”. Y recientemente hemos tenido la ocasión de estar con Ana I. Conejo, que decidió aparcar la poesía, al menos de un modo público, para dedicarse de lleno a la literatura infantil y juvenil.
En algún momento igual me animo y le dedico un texto a esta poeta, narradora y traductora.
Las Tardes de Autor en Bembibre (y Autora, como me señala alguien) han contado con la presencia de gente extraordinaria, como el caso del entrañable Pereira, que nos dijo adiós, aunque pervivirá siempre en nuestra memoria. Pereira, berciano de pura cepa, villafranquino de la Cábila al que he seguido y seguiré con reverencia, porque su literatura
está impregnada de viaje, sorna y sensualidad, algo poco común entre el
leonesismo castizo y polvoriento, habituado a andar por el desván y hacer
uso/abuso de los chascarrillos, ese leonesismo que desconoce la ternura y el
fino sentido del humor como ingredientes básicos en la vida/literatura.
Las Tardes de Autor/a han llegado a su fin esta temporada... y quién sabe si seguirán el próximo otoño, porque las Tardes de Cine llegaron a su fin porque a alguien se le antojó que era mejor darles espaldarazo. ¡Quién sabe por qué! Qué pena.
Por su
lado, Ponferrada tiene por costumbre brindarnos la Semana de la Radio (cada año más mermada) y hace unas semanas las Jornadas sobre
Carnicer, buena ocasión para hacer amigos y conocer la obra y la persona de
este magnífico escritor y viajero, que nos hace sentir en movimiento, mientras
recorremos con emoción las sendas de Donde
Las Hurdes se llaman Cabrera, grabadas en nuestra memoria afectiva, como huella
han dejado las aguas del Curueño, El río
del olvido, de Llamazares, que logran que amemos los viajes y la literatura
de viajes por encima de todo, incluso la mediocre literatura de viajes, porque
en el viaje está el movimiento y la emoción, la aventura, el sentido de nuestra
existencia, que en el fondo es un viaje hacia la nada.
Pero por ahora sigamos
caminando por el mundo “alante”, en busca de una ternura que nos eleve por
encima del bien y del mal, que nos haga sentir vivos, con ganas de amar y ser
amados, acaso las únicas protestas que merecen la pena en esta breve y a veces hermosa vida.
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