El próximo viernes, a las 20h15, en el Benevivere de la capital del Bierzo Alto, proyectamos Tiempos modernos, de Chaplin.
Tiempos modernos, cuyo título provisional era Las masas o 54632, en referencia a un anónimo obrero, comenzó a rodarse en 1934.
Si bien la película se estrenó en Nueva York a principios de 1936, en plena resaca de la Gran Depresión Americana, cuando se produjo una situación de desempleo masivo -como en la actualidad- coincide con la implantación masiva de la automatización industrial.
Entre las fases de preproducción y postproducción transcurrieron unos dos años, porque Chaplin, en su afán perfeccionista, repetía tomas a pesar de que contaba con un equipo de fieles colaboradores.
Tiempos modernos está concebida como una peli muda. Cabe recordar que Chaplin era reacio al cine sonoro, ya implantado desde 1928, porque según él acababa con el espectáculo de la pantomima. Sin embargo, decidió incorporar unos pocos diálogos como símbolo de la deshumanización: el ser humano explotado por las máquinas. Incluyó efectos sonoros como música, cantantes y voces provenientes de máquinas: la máquina alimentadora (a la que años más tarde rendiría homenaje Woody Allen en El Dormilón), la radio de la cárcel, la voz del poder, la voz del dueño de la fábrica, que controla a sus obreros a través de enormes pantallas de televisión (algo que me hace recordar la telepantalla de Orwell, el Gran Hermano que te vigila). Al final también podemos escuchar la voz del prota y director, que canta una canción cuya letra se nos muestra un sin sentido, y cuyos sonidos se asemejan a una ensalada de francés e italiano, con alguna palabra en inglés.
Tiempos modernos es, por tanto, una sátira del maquinismo y del capitalismo, una crítica demoledora a la sociedad fabril, febril, tratada con humor, que, con su delirante cadena de montaje, esclaviza a sus obreros y los convierte en autómatas y des-razonados, tanto es así que el prota, Chaplin, se vuelve majara perdido, extenuado por el frenético ritmo de producción. Y tras abandonar el hospital psiquiátrico, en que recibe tratamiento, se ve involucrado por azar en una manifestación. El absurdo lo lleva a la cárcel porque es confundido con un líder comunista.
Conviene recordar que a Chaplin, en la vida real, lo tacharon de antiamericano y rojo. Escapado, al fin, de las ataduras, en busca de la tan ansiada felicidad, decide, en compañía de una joven huérfana, interpretada por Paulette Goddard (su compañera sentimental en ese momento), lanzarse a la carretera y poner tierra de por medio.
Conviene recordar que a Chaplin, en la vida real, lo tacharon de antiamericano y rojo. Escapado, al fin, de las ataduras, en busca de la tan ansiada felicidad, decide, en compañía de una joven huérfana, interpretada por Paulette Goddard (su compañera sentimental en ese momento), lanzarse a la carretera y poner tierra de por medio.
Una vez más, Chaplin nos invita a reflexionar: O el bienestar económico o bien libertad. Terrible elección. Y en esas estamos y seguimos. Lo que propone el pequeño gran hombre del humor es una defensa de la libertad aunque sea a costa de la indigencia. ¡Viva la libertad! (Á nous la liberté), como la película del francés René Clair, que tanto inspiró e influyó en esta cinta de Chaplin.
"Le travail c'est la liberté", se dice en Viva la libertad, de 1931. Y fue, curiosamente, el eslogan del presidente francés Sarkozy. Ambas obras abordan la deshumanización en la era de la revolución industrial, que ejerce un control y dominio absoluto sobre los individuos, quienes pierden su libertad en aras de un supuesto confort.
"Le travail c'est la liberté", se dice en Viva la libertad, de 1931. Y fue, curiosamente, el eslogan del presidente francés Sarkozy. Ambas obras abordan la deshumanización en la era de la revolución industrial, que ejerce un control y dominio absoluto sobre los individuos, quienes pierden su libertad en aras de un supuesto confort.
Ya desde el inicio de Tiempos modernos asistimos a la comparación de un rebaño de ovejas con los trabajadores de una fábrica. Algo digno del montaje de atracciones que propusiera el cineasta soviético Eisenstein.
Por su parte, la imagen del reloj marca de modo inexorable la vida de los obreros de la factoría donde se desarrolla buena parte de la acción, cuyo precedente cinematográfico también podríamos encontrarlo en Metrópolis, de Fritz Lang, quien nos propone la idea de una sociedad futurista dividida entre los explotadores, que viven en lugares lujosos, y los obreros-autómatas que viven hacinados en los subsuelos.
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