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miércoles, 4 de mayo de 2011

Retrato de un joven malvado



Permitidme, estimadas y estimados, que saque a relucir estas palabras umbralianas.


El Umbral de Retrato de un joven malvado es maravilloso, aunque se parece muchísimo a Mortal y Rosa, y a Las Ninfas. En los tres aparecen las mismas frases y sentencias. Hacía siempre el mismo libro, escribe Umbral, desde el útero materno, más allá de la muerte, en el despachito apañado de la tumba. Y continúa: Yo escribía en tardes de patio y menstruación... Construir día a día un absurdo de prosa y miedo, qué afán de escribirlo todo, manuscribir el mundo, mecanografiar la vida. El pasado es siempre de color sepia.  Sí, hay que escribirlo todo, como también quisiera Sartre en su Náusea, aunque al final sólo se salven cincuenta páginas. Y eso con mucha suerte. O cien, siendo generosos. Proust también escribió mucho y bien, enfermo y enclaustrado, amortajado en vida. Veía al hombre pequeño en el espacio, pero inmenso en el tiempo, tocando con sus pies y la cabeza el pasado más remoto y todos los futuros imaginables. La realidad hay que inventarla (Machado). La literatura sobra. Por eso es excelsa, trágica, inútil, irónica. La literatura es siempre aristocratizante por superflua, aunque trate del pueblo. 


Pequeñas colaboraciones. Pequeñas miserias. Pequeñas putrefacciones. Dedicar artículos a pedantes insufribles cuya halitosis intelectual me hedía aún en el alma. Ejercer un cinismo reaccionario y un terrorismo verbal. Profanar los cielos, esos cristales “tras los que nadie escucha el rumor de la vida” (Vicente Aleixandre). No tengo otra fortuna que mi firma (Larra).  Resurrección de la carne con olor  a crema bronceadora y a mujerona.  


Siempre en la calle, a veces inhóspita, a veces acogedora como una madre incestuosa. Cuando uno vive mucho en la calle, lo que escribe... tiene viento de esquina y pregón de mercado. Eso se nota en Baudelaire y en los grandes flâneurs como Henry Miller, que revolucionó el mundo con su prosa vitalista y callejera“Las calles eran mi refugio. Y nadie puede entender el encanto de las calles hasta que no se ve obligado a refugiarse en ellas”, cuenta en Miller en Trópico de Cáncer. La calle: mi madre madrastra. 


Nueva York, la ciudad más poetizada del mundo, un puro arranque lírico hacia el cielo. El Quijote, la mayor burla de España, el libro de la sonrisa, la Biblia del escepticismo, el desengaño y la sonrisa. El que empieza de niño siendo crítico será siempre un estreñido como creador. Hay que gastarlo todo. Empezar burlándose de uno mismo, con la mueca lívida del escepticismo. Hay que saber reírse de uno mismo. La risa como terapia a las angustias. La risa como estética que viste... y calza. La risa que se eleva como una Diosa en el Monte de Venus. La risa como filosofía de vida (Bergson). La realidad es irónica. La burla: traje de máscara, de carnaval. Uno tiene que disolverse a sí mismo en su propia ironía. Hablar y escribir desde la nada, desde la indiferencia, desde la ironía. 

El escritor de raza -según Umbral- es el que escribe mucho. Envenenado de tinta.  El idioma es la única manera de fornicación con el universo. Sólo la palabra entra a fondo en las cosas, desvalija, fornica, roba. La palabra es predatoria y fornicatriz.  El idioma nos habla, nos expresa. El lenguaje es el depósito del pensamiento, todo está en él y no hay más que dejarle hablar. Palabra: poder subversivo. Incendio de los matorrales de la palabra.  Lírico es lo que no se consuma. Se hace estilo al escribir. Estilo como traje. Hay que arrugarlo, hacerle algunos rotos. El escritor en crisálida anhela ser desgarrado, exigido, para dar todo su talento, como la adolescente llena de dones terrestres anhela ser poseída... disfrutada... Esto me recuerda al marqués de Sade cuando escribe que una doncella, sobre todo si está buenorra, no debería preocuparse más que baiser sin parar. En el fondo, Umbral siempre estuvo buscando  a la mujer intemporal, a la ninfa del presente absoluto.


Llegar arriba es cuestión de aguante. Esta frase podría suscribirla Cela... Pero el dinero es subterráneo, catacumbal, sufre de mala conciencia. Hay que olvidar la pintoresca necesidad de triunfo, la neurótica afirmación de la personalidad, y dedicarse a la contemplación de los amaneceres, la rotación de las verbenas y la pasión de los crepúsculos. Había llegado a Madrid dispuesto a corromperme. Eso me recuerda a Javier, a quien conociera en Disney. Yo vine a Disney a destruir mi personalidad, me dijo. Javi, como le llamaba su amada, era un fenómeno.  Orgías y paraísos artificiales en el Reino mágico de Mickey.  Qué tiempos.


Toda España es una provincia. España es un conjunto de pueblos, que tal vez dijo Baroja. A Toledo le quitas la catedral y se queda en un poblachón. A Ávila le derrumbas la muralla y se queda en nada. Y así casi todas las ciudades. Esto es lo que más o menos diría el gran Ortega y Gasset en su España invertebradaEspaña, eñe de cuña y puñal. España de coño.  


La cultura es la gran Penélope que teje y destejeGárgolas de la mediocre catedral de la cultura. Silencio espeso de mayonesa cortada. Cielos de temple y escayola.  Periódicos, esa mezcla de mentira y metáfora, de urgencia y lirismo, de imagen y sueño, de tinta y sangre, de información y sorpresa, de noticia y erudición. Está latiendo el mundo, está sangrando la vida. Aquí Umbral se erige como un Karl Kraus de las letras españolas. En el libro está ya todo fosilizado, panteónico. Mis entrañas no son más nauseabundas que las de cualquier otro. Poesía: estado casi salvaje de la cultura. Los autodidactas tendemos al lirismo. Desolación de haber triunfado. Al día siguiente habría que empezar de nuevo, en la redacción triste. 


Cené de mala gana, en la pensión, y me acosté llorando.

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