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lunes, 11 de agosto de 2025

Corleone existe

 

En ocasiones, la realidad se confunde con la ficción, y la ficción toma visos de realidad. Este es el caso de Corleone, que asociamos al apellido de El Padrino (Vito Andolini/Corleone), la novela de Puzo (por cierto, este autor estadounidense se inspiró en Los hermanos Karamazov, de Dostoievski, para su familia Corleone), que Coppola nos ofreciera adaptada al cine en una trilogía gloriosa, cuyas tres películas me fascinan todas ellas, aunque, si tuviera que elegir una, me quedaría con la segunda, así que eso de que segundas partes nunca fueron buenas es, en mi opinión, una tontería, como tantas otras.

Precisamente, en El padrino II vemos cómo el pequeño Vito logra huir en Corleone de los tiros de los sicarios de don Ciccio y puede embarcarse rumbo a los Estados Unidos. Cuando el niño Vito llega a Ellis Island un oficial norteamericano de inmigración lo inscribe bajo el nombre de Vito Corleone, aunque su apellido fuera Andolini. ¿Suena mejor Corleone, verdad, tiene más fuerza? 

A menudo la literatura y el cine inmortalizan espacios, personajes. Y Corleone ha quedado inmortalizado, grabado en la retina de la memoria. Pues, además de un apellido que suena a mafioso, es un pequeño pueblo (Corleone significa corazón de león) situado al sur de Palermo, en el interior de Sicilia -a mitad de camino de Palermo y Agrigento-, de donde salieron algunos de los más terribles capos de la Cosa Nostra, de la mafia, y donde imperó durante décadas la ley del silencio. 


En este reciente viaje a Sicilia no podía faltar la visita a Corleone porque me apetecía adentrarme en este territorio legendario, real y a la vez ficticio, porque Corleone existe no sólo en el mapa sino también en la literatura y en el cine, aunque Coppola no llegara a rodar en este lugar, supongo que por temas de seguridad, teniendo que filmar en otras localizaciones como Forza d’Agrò y Savoca, en la provincia de Messina, en el este de Sicilia.  

Corleone, por tanto, existe y su relación con la mafia persiste o persistió hasta hace bien poco (no en vano, el Ayuntamiento de Corleone fue disuelto en 2016 por su vinculación con la mafia), aunque uno como visitante no se percatara de ello y encontrara un pueblo casi desértico bajo un sol de justicia (con doble sentido, también), con una temperatura superior a los cuarenta grados. No se extraña uno de que no asomara el pescuezo ni un alma por las callejuelas de Corleone. Con el recuerdo imborrable de un joven panadero que atendió al viajero con una amabilidad proverbial. Y es que los sicilianos son todo hospitalidad. Me hizo recordar a la gente del Bierzo, incluso de otro tiempo. 


Curiosamente, a Corleone se le conoce, aparte de ser la cuna de la mafia, como el pueblo de las cien iglesias. ¿Tendrá relación lo eclesiástico y lo mafioso? Espero que no me arrojen a la hoguera inquisitorial por plantear esta pregunta que, por por otra parte, parece del todo pertinente. ¿No se hablaba también (más leña al fuego) de la vinculación del terrorismo en el País Vasco con la iglesia? Lo dejo en interrogante.  

La verdad es que Corleone, entre dos rocas, del color de lo terroso, se me apareció como un pueblo del Oeste, del Oeste vaquero americano, quizá porque sus habitantes tuvieron que emigrar en su día a Yankilandia, que ahora está en manos de otro trilero con nombre de pato. De pato mareado, porque el tipo de marras parece que se hubiera jamado más de un tripi. Dicho lo cual, el viajero también se chuta con las imágenes de la saga el Padrino en un bar en Corleone que es todo un escaparate fílmico. Y por supuesto me hice una fotica a la entrada del pueblo con un cartel donde figura el nombre de este sitio mítico. 

Sólo por haber arribado hasta aquí ya me produjo un gran placer, que se potenció con el capuccino con hielo que tomé acompañado de un dulce de pistacho. 

Ahora, al recordarlo, me produce aún más placer. 

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