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lunes, 17 de abril de 2017

Agrigento, la matria de Pirandello



Qué mala hostia le entra uno, habida cuenta de que tenía escrito algo sobre Agrigento (creo que me había quedado bastante chulo), le di a una tecla sin querer y se me fue todo al carajo, sin posibilidad de recuperarlo. Y no sólo me pasó una vez, sino que volví a la carga y perdí de nuevo otro párrafo. Hoy, después de tanto sarao semanasantino, estoy apijotadín. La verdad.
Cómo se me ocurre escribir directamente sobre el blog, sin guardarlo previamente en un archivo. Bueno, no os doy la turra con esto. Y me dispongo a intentar reescribir lo que ya escribiera, aunque me temo que ahora será bien diferente a lo ya escrito y perdido. No obstante, procuraré hacer memoria y recoger al menos lo esencial. Tanto trabajo para que se vaya al garete.
Estación Central de Agrigento

El viaje de Siracusa a Agrigento se me antojó toda una odisea en tren, porque tuve que volver a Catania (esa ciudad que no acabara atrapándome, aunque sea patrimonial), y desde ahí a Caltanissetta. Y luego a Agrigento a su paso por la ciudad de Canicattí (ciudad a la que fuera a parar en mi primer viaje, no recuerdo por qué, y donde me quedara algo tirado, tanto es así que hasta recuerdo que un buen hombre me ofrecía su casa porque no encontraba alojamiento, o algo así, aunque al final no acepté su invitación y me busqué la vida).
Templo de Cástor y Pólux
Son varias horas de viaje en tren hasta arribar a Agrigento. Lo mejor es tomárselo con calma. Y aprovechar el viaje para deleitarse contemplando los paisajes o bien leer y tomar notas. La parada de poco más de media hora en Caltanisseta no tuvo gran interés. Salí a estirar las piernas por el entorno de la Estación de tren pero no atisbé nada que fuera de interés. Y luego el viaje desde esta ciudad (que a buen seguro tendrá atractivo) hasta Agrigento se me hizo algo largo, si bien, en los últimos tramos, antes de arribar al destino me entretuve viendo desfilar, a través de la ventanilla, paisajes verdosos, con un sol espléndido.
Agrigento, con su puesta de sol

Al llegar a la Estación de Canicattí hice una foto a la misma. Y en este momento apareció el revisor, que me reprochó que no hiciera fotos del interior del tren porque está prohibido. Qué cosas. Hay que andarse con cuidadín, sobre todo cuando uno desconoce las costumbres de un país, aunque Italia nos parezca tan cercana y familiar. En cualquier caso, me sorprendió que me dijera eso. Yo le respondí que sólo estaba haciéndole una foto a la Estación. Ese mismo revisor me había controlado el billete diciéndome que no era válido. Le expliqué que lo había comprado en Siracusa a mediodía, que era válido, por supuesto.

Conviene señalar que en italia, como en algunos otros países, hay que convalidar el billete en unas máquinas que hay en los andendes de las estaciones de tren. Y, una vez que lo convalidas, el billete es válido durante cuatro horas. O eso ponía en el mío. Y aun en otros que sacara a lo largo de mi viaje por la isla. Entonces, si se pasan estas cuatro horas, tu billete aparece como no válido. Pero uno no tiene la culpa de que este viaje de Siracusa a Agrigento supera con creces las cuatro horas, por los transbordos y paradas. Menos mal que el controlador no se puso cabrón, porque podría haberme montado un cirio, aun a sabiendas de que mi billete era válido (aparece además la fecha en que lo comprara).
Frente al restaurante Palumbo
Recuerdo con afecto a los revisores de aquel mi primer viaje a Sicilia. Entonces yo iba provisto de un billete Eurodominó (ni siquiera sé si sigue existiendo este billete, que te permitía viajar por un país a lo largo de varios días, una especie de Inter-Raíl). En esa época yo vivía en Dijon, la France, y desde allí que me encaminé a Italia, primero a Roma y después a Sicilia, cruzando el estrecho de Messina. Por lo general, los trenes en Sicilia suelen ser puntuales, cómodos y bastante rápidos. Sin embargo, este ultimo trayecto desde Caltanisetta a Agrigento se me hizo lento, quizá porque tenía ganas de llegar a la ciudad, donde sabía que me esperaría una magnífica puesta de sol, lo cual me alegró.
La ciudad de Agrigento, “la más bella de las habitadas por mortales”, según Píndaro, se muestra arracimada en una colina rocosa. Es un lugar estupendo para ejercitar las piernas pues está dispuesta de forma escalonada, de modo que uno siempre está subiendo o bajando escaleras, haciendo genuflexiones como en una misa.
La ciudad, en que nacieran al filósofo Empédocles y al escritor Pirandello, es un sitio donde el viajero se siente entusiasmado.
Casa de Pirandello
Me encantó alojarme en el Bed and Breakfast Dei Templi (cuyo nombre hace honor al Valle de los Templos, lugar sagrado y visita imprescindible).
Dei Templi, en la Vía Callicátide (próxima a la Estación de Trenes) es un sitio regentado por una señora hospitalaria, con rostro sonriente, buena conversadora, quien me pareció que conociera de siempre. En realidad, este alojamiento lo lleva su hija, pero me dijo que se encontraba fuera, con lo cual, durante mis días allí, fue ella quien me atendió, muy bien, la verdad. Y me procuró tickects para ir a desayunar al Bar Costa, que queda cercano. Un bar que lleva un matrimonio, gente amable.
Busto de Pirandello

Los cafés con leche y sobre todo los croissants rellenos de crema de pistacho estaban riquísimos. A veces es sufiente una cosina de lo más sencillo para endulzarte la vida.
El centro medieval de Agrigento gira en torno a la Vía Atenea, que es una calle de tiendas, heladerías (los helados son exquisitos), restaurantes… por la que transitan turistas y oriundos. Al final de la Vía Atenea hay un restaurante popular, Palumbo, en el que se come buena comida casera, típica italiana. También me gustó su vino. No en vano, esta es tierra vinícola, como nuestro Bierzo.
Pero lo que volvió a cautivarme fue el Valle de los Templos, aunque ahora sea en exceso turístico (manadas de franceses, sobre todo, invaden el recinto, en estas épocas del año). Y todo está bajo control. Recuerdo que en mi primer viaje allí no había prácticamente nadie, quizá porque aquel día lloviznaba, no sé, y el lugar aún no había sido declarado Patrimonio de la Humanidad. Cómo cambian las cosas. Es más, la generosidad siciliana me permitió, aquella primera vez, entrar gratis. Era un rapaz y el spagnolo de turno debió de hacerles gracia a los de la entrada. Incluso un hombre de la recepción, nunca lo olvidaré, me ofrecía un paraguas para que no me mojara durante la visita. Si es que Sicilia es o era la caña.
Tumba de Pirandello
El Valle de los Templos, situado en un promontorio (aunque se diga que es un valle) ofrece maravillosas vistas de Agrigento. Y algunos de sus templos, como el de la Concordia, gozan de muy buena salud, se conserva en un estado excelente. Incluso los templos que están en ruinas resultan fascinantes. Se trata de un espacio sagrado, inspirador, que procura paz y sosiego e invita a quedarse allí durante horas. El color carne de los monumentos, el verdor de la naturaleza y el azul celeste me animan y me religan con las divinidades.
Aunque me hubiera quedado más tiempo en este valle hechizante (da pena abandonarlo, salir de esta magia), quería acercarme a la Casa de Pirandello, una casa rural del siglo XVIII, que queda a las afueras, en la localidad de Kaos o Xaos, próxima a Puerto Empédocle. 

Resulta curioso que Pirandello naciera justo un siglo antes que uno mismo. Nada más abandonar el Valle de los Templos, busqué una fermata de bus y tuve la suerte de no esperar casi nada. El busero me preguntó si tenía billete. Y al decirle que no tenía me dijo que montara igualmente. Esa es Sicilia, pensé, una vez más. En el bus no iba ningún turista, salvo este menda. Y antes de llegar a la casa del escritor, me quedé solo con él. Creí que me cobraría el viaje, pero nada. Me dijo, eso sí, que lo esperara, que en una hora y pico volvería a pasar.
Pirandello en el Templo de la Concordia
Algo flipadín, me aproximé a la taquilla, porque la entrada no es gratis. Le pregunté a la taquillera si había algún tipo de descuento, que yo era profe y me gustaba la obra de Pirandello (‘Seis personajes en busca de autor’ es un libro de cabecera), entonces la ragazza me dijo que para profes la entrada era gratis. Y lo mejor del asunto (Viva Sicilia) es que la rapaza se fió de mi palabra (como los buenos tratantes de feria) y me dejó entrar por la patilla, que se dice ahora. En todo caso, yo hubiera entrado en esta casa, que conserva, aparte de varios objetos, fotos del Premio Nobel de Literatura con familiares, amigos, incluso con Einstein, o bien él solo delante del templo de la Concordia (en el Valle de los Templos).
Y por supuesto visité su tumba-roca (donde se encuentran sus cenizas), que queda a unos cien metros de la casa, mirando hacia el mar. Por allí no había nadie, hasta que apareció una mujer (no tenía pinta de turista) que le puso unas flores a la tumba. Otra devota del dramaturgo y novelista siciliano, imagino. O un familiar suyo, podría ser. No me atreví a preguntarle, aunque me mirara con una sonrisa. Qué pensaría ella de mí. ¿Qué hará este pardillo por estos lares?

En el templo de la Concordia
El regreso al centro de Agrigento fue todo un periplo. Estuve esperando al busero un buen rato hasta que, después de preguntar e indagar con los lugareños, decidí caminar. Lejos queda la ciudad, aunque se vea al fondo trepada a la colina. Volví a preguntar si había una fermata de bus cercana, luego de caminar un momentín de nada. Está claro que el conductor amable, que me había llevado desde el Valle de los Templos, había desaparecido. Y por la zona no aparecía ni el Tato. Hasta que vi un bus, que tenía toda la pinta de ir hacia la casa de Pirandello. Esta es la mía, pensé, pero cómo hago ahora para darle el alto, si no estoy en ninguna parada. Pues nada, en cuanto vi que se acercaba a mí, después de ir en efecto hasta la casa del escritor, le hice señales. Y paró, por fortuna. Aunque me increpó y me dijo si tenía billete. ¿Y dónde carajos se sacan los billetes de bus urbano, si no he visto ninguna máquina ni ná? No le dije nada, solo le respondí que no tenía billete, que me diera uno. Y mientras seguía farfullando, con malas pulgas, me dio billete diciéndome que lo pagaría algo más caro. Sin problema, le dije. En ese autobús solo íbamos el chófer y uno. Comenzó a dar un rodeo por la periferia agrigentina, su ruta, supongo, hasta comenzó a subirse alguna gente, no mucha, salvo cuando llegó al Valle de los Templos, que ahí si se subieron varios guiris, amén de algunos italianos. El conductor, que no paraba de hablar por el móvil, a través de un pinganillo, seguía enfadado, porque la gente se subía al bus sin billete, o sea, que no soy el único. En un momento dado, el pinganillo, de tanto gesticular (ya se sabe, que los italianos hablan mucho con las manos y hacen aspavientos varios) se le fue literalmente al suelo. Y yo, que estaba cerca de él, se lo recogí y se lo di.
Valle de los Templos
Entonces, al chófer se le puso cara de alegría. Me lo agradeció y hasta me sonrió. Cómo somos los seres humanos. El atasco, antes de llegar al centro, a partir del Valle de los Templos, era considerable. Tardamos algo en arribar al destino. Pero el viaje había merecido la pena. Ya en el centro, Agrigento se abría de para en par. Y sentí que esta seguía siendo una ciudad acogedora. 

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