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domingo, 31 de agosto de 2025

Siempre nos quedará el festival de música de Ortigueira

 

Un año más, el festival de música de Ortigueira 2025 abrazó al festivalero con su brisa marina y sus sones célticos.

Naturaleza y folclore para disfrutar. Todo un placer.


La villa de Ortigueira, que para el festivalero es un mapa de los afectos, se halla al fondo de la sinuosa y exuberante ría de Ortigueira, entre el cabo Ortegal y el cabo de Estaca de Bares (dos puntos fascinantes), como un espacio de estupendos arenales en bajamar.

Ortigueira parece que se estirara como una culebra al sol, con la virginal playa de Morouzos -un arenal extraordinario, tal vez uno de los mejores de las Rías Altas- y el puerto al lado del cual se celebra cada año por el mes de julio (desde 1978) el archiconocido festival de música, que cada año atrae a más visitantes en busca de buena música y un clima maravilloso, al festivalero se le antoja incluso fresco en las noches. Hasta suele llover, aunque este año de 2025 no llegó a llover, lo cual también se agradece, porque no resulta agradable estar bajo la lluvia paseando o bien escuchando conciertos.


Este año se calcula que asistieron más de cien mil personas a lo largo de cinco días, desde el miércoles 9 hasta el domingo 13 de julio, entre ellas unas amigas de Valladolid, que estaban entusiasmadas con el festival.


En esta edición, el festivalero también pudo disfrutar de este lugar privilegiado, de su gastronomía en el restaurante Río Sor (por ahí sigue Nina) y de sus sones célticos, con grupos y bandas como Gwendal, que al festivalero le fascina desde que la escuchó por primera vez siendo un adolescente. Inolvidable la Irish jig o Irish coffee, entre otras canciones.
Hasta en dos o tres ocasiones más el festivalero pudo ver en concierto a la veterana banda francesa.

Además de esta banda bretona, el festivalero escuchó embelesado a la Escola de Gaitas de Ortigueira, que fue la creadora del festival de Ortigueira a finales de los setenta. Asimismo, al festivalero le gustó volver a escuchar al histórico Milladoiro, conocido grupo gallego, sobre todo por la música original de la película La mitad del cielo, de Gutiérrez Aragón, y también a La botinne souriante, una banda canadiense, en concreto de Québec, que el festivalero descubriera ya en los años noventa en Diálogos 3, un programa de radio, RNE, radio 3, que presentaba el bueno de Ramón Trecet, a quien recuerdo con cariño.


Otros platos fuertes del festival, porque el festivalero también se nutre de música, fueron a su entender la bagad bretona Kevrenn Brest Sant Mark y el músico francés David Pasquet, que con-movieron al público asistente, cada cual con su espectáculo. Al festivalero le sorprendió la fuerza de Pasquet. No en vano, tuvo mucho tirón entre los jóvenes asistentes al festival.


Pasquet se dice heredero de Miles Davis y Jan Garbarek. Al músico noruego de jazz Garbarek también llegó a escucharlo el festivalero en París, y era una de las músicas que escuchaba en el legendario Diálogos 3, un programa de radio que abrió horizontes a los devotos de las músicas balcánicas, griegas, a la New Age, incluso los sonidos célticos, entre otros. El festivalero también recuerda con agrado los sonidos de Alana o de Flook.


En este rincón del Noroeste peninsular, el verde, el mar y la música se fusionan en armonía con la belleza, porque la música es una gran belleza y un nutriente para el espíritu.


¿Qué haríamos los seres humanos sin este arte sublime?, se plantea el festivalero, convencido de que el festival de Ortigueira es todo un lujo, porque además es gratis, algo que se agradece sobre todo en estos tiempos de capitalismo salvaje, donde todo se compra y todo se vende.

A los festivaleros, como a este folki, siempre les quedará Ortigueira.


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