Imagen de Camilo Cienfuegos al fondo |
Continúo con el viaje por Cuba, esa isla que tan exótica y a la vez tan familiar nos resulta por lo general a los españolitos. Tan lejana y al mismo tiempo tan cercana. Y lo hago recorriendo La Habana, en concreto la Plaza de la Revolución, con el monumento al poeta y filósofo José Martí, y la fachada del ministerio del interior con una archiconocida imagen en relieve escultórico del Che Guevara, a partir de una foto que le hiciera Alberto Korda. Y aun otra de Camilo Cienfuegos, uno de los líderes revolucionarios junto a los hermanos Castro o el propio Che Guevara, en la fachada del Ministerio de Informática y Comunicaciones.
Me hago (mejor dicho me la hace Ana Eva) la foto de rigor con la silueta del Che al fondo, algo que al parecer no está bien visto ni por la progresía andante española ni por otras gentes porque al Che se le ha tachado de autoritario, homófobo, etc. Con lo cual, en estos tiempos revueltos, lo mejor sería no hacerse ninguna fotica con este tipo tan controvertido, ensalzado entre otros por el filósofo Sartre o el escritor García Márquez, el cual también fue amigo de Fidel Castro y cofundador de la Escuela Internacional de cine y televisión de San Antonio de los Baños, que tuve la ocasión de visitar en mi segundo viaje a Cuba.Elevado a la categoría de un héroe por algunos y detestado por otra mucha gente, así se nos presenta el Che. En todo caso, se trata de una figura universalmente conocida que contribuyó a que se estableciera la Revolución comunista en Cuba, que, con el transcurrir de los años, hemos visto que ha sido un gran fracaso. Pero es que vivimos en la gran farsa. Y ese fracaso también se debe entre otras razones al embargo que le impuso los Estados Unidos, que querían hacer de Cuba su ranchito particular. Y como les plantaron cara, ahí que USA se vengó. Aquí podríamos entrar en un tema peliagudo. Qué difícil, por no decir imposible, resulta vivir hoy, en este mundo globalizado, sobre todo en el ámbito tecnológico, e hiper-capitalista, aislado, bloqueado por el gigante yanqui.
Me quedo parado frente al monumento dedicado a José Martí, conocido como Las Raspaduras, donde Fidel Castro llegó a pronunciar discursos de hasta cuatro horas de duración. La amiga habanera Ana Ibis asegura que Castro llegó a dar discursos de hasta seis horas de duración, pero eso fue en otros lugares de Cuba.
En todo caso, sorprende la altura de ese monumento, que se considera el punto más elevado de la ciudad de La Habana.
Se dice que la plaza de la Revolución es una de las más grandes del mundo.
Cafetal Buenavista |
La visita continúa por la Habana Vieja (aunque ahora prefiero hacer un salto temporal y dejar el resto de esta ciudad de columnas y soportales para el final).
La Habana, a la que ya le dediqué espacio en mi libro Viajes sin mapa, se merece un espacio aparte, después de este mi tercer viaje a la misma.
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El circuito me lleva por lugares donde no había estado antes, comenzando por Las Terrazas, un frondoso y pintoresco lugar que, en cierto modo, me hace recordar algún paisaje verde de nuestro norte y noroeste español. Se trata de una Reserva de la Biosfera situada al oeste de La Habana, a menos de cien kilómetros de la capital cubana, donde vive una comunidad rural de desarrollo sostenible y donde uno tiene la impresión de que sus habitantes están felices en su pequeño paraíso tropical disfrutando con sus labores artísticas, artesanales, agrícolas. Su nombre se debe a las terrazas que han construido para los cultivos, que otrora estaban exclusivamente dedicados al café. De repente, después de visitar el taller de un artista que recicla papel para elaborar sus obras, mi mente vuela a alguna ecoaldea o comuna del Bierzo Alto, tal vez a Matavenero.
Las Terrazas |
Las Terrazas, surcadas por el río San Juan, goza de un entorno natural privilegiado, con un lago que se llama precisamente San Juan, como el río. Y hasta es posible practicar la tirolina.
Debido a su pasado cafetal, aún pueden visitarse algunas ruinas de antiguos cafetales, entre ellas el Cafetal Buenavista o la Hacienda Unión.
Una sorpresa realmente agradable la visita a Las Terrazas porque me ha procurado lo que los filósofos estoicos y epicúreos llamaban la ataraxia, la templanza, acaso la armonía del ser con el paisaje. El paisaje como organismo, como dijo el filósofo Ortega y Gasset.
Resulta curioso que la gente que vive en entornos de este tipo suele ser tranquila, familiar, hospitalaria. Con lo cual hay que volver a la naturaleza porque lo natural es lo que procura una vida sana, equilibrada. Aún sigo evocando el sabor del café y del helado de Las Terrazas. Y luego una comida deliciosa, con chicharrones en el menú, en el Cafetal Buenavista, amenizada por un grupo de música que interpretaba temas del guajiro natural Polo Montañez, que ahora, mientras escribo esto, pongo como banda sonora Un montón de estrellas.
Las carreteras en Cuba son -salvo una autopista nacional, que en realidad serían dos, desde La Habana hacia el este y hacia el oeste-, precarias. Y a veces se tarda bastante en recorrer unos cien kilómetros, que son aproximadamente los que existen entre el Cafetal Buenavista y el valle de Viñales.
"Vamos a recibir un masaje japonés", alerta con buen humor Gio, el guía que nos lleva al final de la noche de los tiempos. Es un decir. Quizá el personal prefiera un masaje tailandés. Ya puestos. Sobre todo si los socavones y parches son similares.
El viaje discurre entre un paisaje de exuberante vegetación. Toda Cuba, al menos lo que he podido ver, es verde.
El lagarto verde. A menudo se ven transitar caballos con carros y carruajes en las carreteras, gran espectáculo, además de las muchas personas que se paran en los arcenes (si tal puede decirse) para "hacer botella" o autostop, eso sí, mostrando billetes en una mano, con el fin de que algún conductor amable se detenga para llevarlos en su auto. Lo de hacer botella, estampa singular, es algo habitual en Cuba. Pura necesidad y pura supervivencia.
El habanero Luis, el chofér, con su característico modo de hablar, a veces no hay quien lo entienda porque casi no articula las palabras, resulta un tipo pintoresco y agradable, que además habla con retranquina cuasi galaica. A ver si Luis es gallego, se hace pasar por cubano y no nos hemos dado cuen (como diría Chiquito de la Calzada, que en la gloria de su madre esté. Qué grande Chiquito). En realidad, los cubanos son un algo gallegos. Todo sea dicho.
Viñales |
Gio, el guía, se muestra en todo momento pedagógico en sus explicaciones, con una claridad y una articulación de la palabra magníficas. No en vano, ha estudiado filología, en concreto alemán, en la Universidad de La Habana. Cabe recordar -los cubanos lo señalan-, que en Cuba la enseñanza es gratuita y todo el mundo puede estudiar desde la primaria hasta los estudios superiores. Y no creo que esto sea demagogia, sino una realidad.
Los vallisoletanos Saúl y Leticia (que creíamos que podría ser una señora mayor mientras la estábamos esperando a que saliera del aeropuerto de La Habana, alguna risa nos echamos con eso) siguen en la ruta. Leticia es una chica joven de treinta y pico años.
Las chicas de Toledo Ana Eva y Pilar se quedaron en La Habana, aunque al parecer se arrepintieron de no venir a hacer este itinerario.
Después de nuestra visita al valle de Viñales -aún no hemos llegado-, dormiremos en un hotel a las afueras del pueblo de Viñales. Y al día siguiente, luego de realizar algunas visitas al mural prehistórico y la cueva del indio, regresaremos a La Habana, en concreto a una zona donde desemboca el río Almendares y se acaba el Malecón, para comer allí con Ana Eva y Pilar, que volverán a retomar el tour. Pero de momento sigamos en el camino hasta alcanzar el valle de Viñales, que al parecer fascinó al genio Lorca en su visita a Cuba en 1930.
A unos 180 kilómetros al oeste de La Habana se halla este impactante enclave, el valle de Viñales, declarado patrimonio mundial, este paisaje de verdor intenso y de mogotes, que, según el guía, sólo puede verse en otros lugares como China, Vietnam, Indonesia o Puerto Rico. Eso creo recordar.
Los mogotes, conocidos por los oriundos como las muelas de la abuela, qué mala leche tienen, son montañas calizas en cuyo interior se abren cavernas y desfiladeros.
Varios kilómetros antes de arribar a esta hermosura, la carretera serpentea como una culebra atravesando vegas de tabaco (por eso se les dice vegueros a quienes se dedican al cultivo del tabaco) y viviendas características de los guajiros (los campesinos).
Imprescindible treparse al mirador de Los Jazmines para tener una panorámica inolvidable, de ensueño. Es uno de esos sitios que uno puede contemplar durante horas como si el tiempo se hubiera detenido. Un lugar que procura sosiego, tan esencial en la época apresurada que vivimos.
Universidad de La Habana |
Es hora de hacerle una visita a un veguero, en este caso un tipo listo como el hambre, que, como Gio, también estudió en la Universidad de La Habana. Y ahora se dedica al negocio del tabaco, el mejor del mundo, asegura él y mucha otra gente. Tabaco le dicen los cubanos a los puros.
Habilidoso, el joven veguero, que ha heredado la hacienda de su padre (por allí anda también su progenitor), muestra y cuenta cómo es el proceso del tabaco, desde su cultivo hasta el secado y posterior elaboración de los puros de un modo artesanal. Todo un proceso, dice, hecho de forma natural. Nada de química. Ni otras mandangas. Lo de heredar la hacienda de su padre es un decir porque no me quedó claro que el Papá Estado no sea dueño de la misma, aunque no lo sea al cien por cien.
El tipo de marras, o sea el "torcedor", es capaz de manufacturar en un santiamén un puro. Y lo tuerce con destreza. Le corta la boquilla y lo empapa en miel para que los visitantes de turno lo degusten. Un ceremonial chulo. Como para quedarse allí a empaparse de efluvios acompañado el puro de un buen ron, de Santiago, por ejemplo. Porque cada tabaco requiere de un ron específico. El maridaje del que tanto se habla ahorita.
A Saúl y a Leticia parece fascinarles el tema de los puros. Al Che, por traerlo a mientes otra vez, le gustaban los Montecristo. A otros les encantan los Cohíbas. Y menos conocidos son, creo, los Partagás y los Romeo y Julieta, estos últimos son al parecer los más suavecitos. Por cierto, la marca Partagás le corresponde a Jaime Partagás, que era un hombre de origen español.
El pueblo de Viñales procura buenas vibraciones, con un bar que lleva el nombre del gran músico Polo Montañez. Un sitio colorido, tranquilo, en medio de una vegetación esplendorosa, que sólo puede darse en espacios como éste.
Ya va tocando descansar después de tantas visiones y emociones, pero antes habrá que cenar algo en el hotel. Una vez más, no tienen botellas grandes de agua. Y las que sirven son chiquitas. Pues que sean varias, o mejor dicho, una cerveza tras otra, que aquí presta mucho la marca Cristal y la Bucanero, habida cuenta del calor que hace día y noche. Con la humedad los mosquitos se ponen insoportables, incluso son capaces de sobrevivir en una habitación con aire acondicionado. Algo que podría parecer increíble. Te acribillan por todos los costados. Un repelente es absolutamente necesario.
Al día siguiente, después de un desayuno tempranero (creo que a lo largo de todo el viaje por Cuba dormí menos que podría dormir todo un fin de semana en mi pueblo, esto no es broma ni exageración), tomamos rumbo al Mural de la Prehistoria, que queda en una zona conocida como Dos Hermanas, porque existen dos mogotes con gran parecido. Se trata de un mural realizado por un pintor cubano que da la impresión de que fuera un buen conocedor de la pintura mural del mexicano Diego Rivera.
Sobre una enorme pared rocosa se muestran figuras humanas, moluscos, reptiles marinos, entre otros animalitos... contándonos de algún modo la vida de los aborígenes de esta zona. Pero lo que realmente me entusiasma es el sabor de la piña colada que me tomo en un bar que está al ladito. Con unas gotas de ron. Por supuesto.
La visita continúa por la cueva del Indio, que me hace recordar las cuevas de Valporquero, en León, con sus curiosas formas y figuras de estalactitas y estalagmitas, aunque me dio la impresión de que no era muy grande. Lo bonito es el recorrido en bote a lo largo del río San Vicente que la atraviesa. A la salida, una tendera ofrece guarapo a los visitantes. Marchando este exquisito jugo de caña de azúcar. Sabe a gloria bendita. Y además es refrescante. Hay que hidratarse en todo momento. Incluso se le pueden añadir unas gotas de ron. El ron es la medicina cubana por excelencia.
Ya va siendo hora de regresar a La Habana, porque Ana Eva y Pilar estarán esperando ya en el espectacular restaurante 1830 para almorzar juntos. Aún queda un largo recorrido de unos 180 kilómetros y unas dos horas y media de viaje. Además, Luis el chofér tiene que pasar un momento por su vivienda de La Habana. Luis vive en una casa ajardinada, con olor a guayaba, donde corretean en libertad las gallinas. Da la impresión de que Luis no viviera nada mal. Lo que saca de propinas quizá sea diez veces más, por decir algo, de lo que cobra por su trabajo.
Ana Eva y Pilar llevan ya tiempo esperando en el restaurante 1830, donde hemos quedado, qué está al lado del torreón militar La Chorrera, en el Vedado.
En el restaurante 1830 |
Nos os habréis tomado todos los cubalibres, mojitos y daiquiris, pienso, aunque no les digo nada, que son buenas rapazas.
La comida no tiene nada de especial. Pero el sitio está bonito. Y sí, un tipo entrenado nos prepara y nos sirve un cubalibre para cada uno como cortesía. En realidad, eso ya estaba incluido. Eso creo.
El siguiente destino será Cienfuegos. De lo que daré cuenta en una próxima entrada.
Excelente narración. Casi, casi, huelo hasta los puros
ResponderEliminar¡Qué magnífico viaje y qué bien narrado!
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