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jueves, 15 de diciembre de 2022

El espíritu de la colmena, de Erice

 El espíritu de la colmena (Víctor Erice, 1973)

Víctor Erice es sin duda uno de nuestros grandes directores. Un cineasta singular cuyas imágenes nos remiten directamente a la poesía. Un cine poético, como nos dijera el poeta, actor y director de cine Pasolini. O bien un cine sensorial, donde están presentes la percepción y la sensibilidad. A Erice le gusta, en todo caso, experimentar con el lenguaje cinematográfico. 

“Al realizar una película, lo que me gustaría es poder descubrir siempre algo nuevo acerca de la vida. En este sentido, el cine es para mí, entre otras cosas, un instrumento de trabajo, y una posibilidad de aprender. Un lenguaje que aspira, en última instancia, a convertirse en una forma de conocimiento total”, expresa Erice.

Autor también de El sur (basada en la sobrecogedora obra de Adelaida García Morales) y de El sol del membrillo (sobre el proceso de creación por parte del pintor Antonio López), Erice toma este sugerente título de El espíritu de la colmena de La vida de las abejas, del poeta y naturalista Maeterlinck para contarnos una historia ambientada en tierras de Castilla al finalizar la Guerra Incivil, con la presencia de un hombre herido que se refugia en una casa abandonada. 

El espíritu de la colmena hace referencia, según Erice, a un espíritu todopoderoso, enigmático y paradójico al que las abejas parecen obedecer. La colmena como símbolo de la sociedad humana, con sus abejas moviéndose por inercia, perdidas en un mundo triste. 

El espíritu de la colmena, a modo de cuento infantil con el inicial Érase una vez... , nos adentra en la vida y la muerte.  En el mundo de los espíritus y los sueños. De los miedos y las mentiras. 

A partir de la proyección de la película de Frankenstein, dirigida por Whale, las niñas protagonistas, Isabel (Isabel Tellería) y Ana (Ana Torrent), se preguntan por el sentido de la vida -la vida y la muerte, cara y cruz de una misma moneda-, a través del cine.

En este viaje iniciático, de autoconocimiento, Ana lo hace desde una visión naif y soñadora, mientras que Isabel, que es mayor que su hermana, encara la vida con madurez, con los pies en la tierra y lúcidas reflexiones, incluso resulta transgresora en sus comportamientos.

Además de asistir como espectadores al mundo infantil, El espíritu de la colmena nos adentra en el mundo de los adultos a través de Fernán Gómez, que representa a un hombre rutinario, insomne, y su mujer, interpretada por Teresa Gimpera, que deambula como un fantasma, con su frustración y su melancolía, acaso ilusionada en su autoengaño. 

Fernán Gómez y Gimpera -los padres ausentes de Ana e Isabel, viven un matrimonio sin sustancia, sin cariño, hecho de silencios, de incomunicación. En realidad, El espíritu de la colmena es una puesta en escena del silencio, un silencio inquietante, angustioso, donde tal vez sobren las palabras. Tal vez podría haber filmado toda la película sin palabras. 

Sorprenden y enganchan las imágenes, los encuadres y los movimientos casi imperceptibles de cámara, esos planos fijos con profundidad de campo. Como si fueran cuadros de Vermeer. Y ese homenaje a los orígenes del cine: el tren como metáfora genuinamente cinematográfica, que nos remite al cine de los Lumière, incluso al cine del maestro Hitchcock. 

Una obra que nos deja impactados vista cincuenta años después de su filmación. 


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