"El faedo, el bosque del color, de la luz, de la fusión de aromas, de los espacios y los sonidos".
Un día estuve en el faedo. Y me sentí como en un cuento de colorines. Colorín colorado. Te busqué con el pincel de una sonrisa entre las hayas.
Un día me adentré en el faedo. Y experimenté un placer único caminando al compás de tus caricias. Entonces, deseé formar parte de un cuadro impresionista en movimiento.
El otoño es una época propicia, con su exuberante colorido, para visitar este hayedo, que me susurra aromas de leyenda, leyendas de trasgos y bruxas, como la Faeda, que entronca con mundos fabulosos.
Un día visité el faedo con la sensación de haber llegado a una fábula antigua, sagrada, donde se fraguan las vivencias con la magia de un despertar irrepetible.
Siempre tras el sueño dorado de una realidad o una ficción que se abre como un horizonte infinito. Hipnotizado por el rostro de una Naturaleza que se revela esplendorosa al contacto con su sabor clorofílico. Esa Naturaleza que procura energía. Esa energía que te hace elevarte cual si hubieras alcanzado éxtasis.
Me encantaría volver a la Naturaleza, a los bosques milenarios donde florecen las ilusiones que nos permiten seguir con decisión, con entrega, en la senda de la vida, en este aquí y en este ahora.
¿Qué hubiera sentido Van Gogh en medio de este faedo? Con la luz filtrada a través de las hayas. Con el espectáculo ardiente de los colores de la naturaleza. Con tantos soles embriagados de amor y tiempo. Con tantos aromas tejidos en la rueca de de lo primigenio.
¿Cómo hubiera plasmado el loco del pelo rojo la Ciñera carbonífera, sustento de la minería? Ese genial artista errante que llegó a convivir durante un tiempo con los mineros belgas.
Ciñera minera, Ciñera de hoces. Ciñera-imán.
Sé, siento que un día regresaré a tus entrañas.
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