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martes, 8 de diciembre de 2020

De un Bierzo otoñal a una melancolía invernal

 El Bierzo otoñal se vuelve impresionista. Con su sinfonía de colores. Y su musicalidad. El Bierzo huele a partitura, vibrando en los ritmos de sus praderas, sus bosques y sus montañas. Pero llegado este tiempo, ya en diciembre -el invierno, al que nunca se lo comió el lobo-, el otoño pierde su brillo, su textura castañar, su fragancia dorada, dando paso a la  melancolía por una estación que fue, que ya no es, por desgracia para quienes sentimos devoción por la policromía y la luminosidad, por la calidez de la Naturaleza.

Desde el Redondal

Antes de que el invierno nos pillara de lleno con sus borrascas, sus nieves y sus heladas, esas hogueras heladas que nos consumen, mientras vagamos como fantasmas por el país arcilloso del frío, tuve la ocasión de excursionar por lugares que, a priori, no son tan conocidos en el Bierzo. O eso creo. Poco conocidos por quienes no son de la zona, obviamente. Entre esos espacios están, desde Turienzo Castañero pasando por su población hermana de San Pedro Castañero (con su esculpido monumento al castaño), hasta Villaverde de los Cestos o Calamocos (vaya nombrecito), Onamio o Paradasolana. En realidad, estoy hablando tanto del Bierzo Alto como del Bierzo Bajo. Quizá Onamio y Paradasolana podrían incluirse asimismo en una suerte de Bierzo Alto. Aunque estos dos últimos pertenezcan al Ayuntamiento de Molinaseca. 

Molina de las humedades, ay, con sus botillos y sus bodegas, sus casas blasonadas y su playa fluvial. 

Onamio

Huelga decir que Turienzo Castañero se me antoja familiar. Y es como si fuera mi propio pueblo. En mi reciente visita a esta tierra el azar me puso en contacto con Rocy. ¡Qué curioso! El azar todo lo puede. Un placer volver a conversar con esta chica, que tanto impulso le ha dado a su pueblo, con el Club Popular, organizando todo tipo de eventos gastronómico-culturales, en algunos de los cuales he tenido el gusto de participar. Gracias sobre todo a ella. 

Turienzo es un pueblo alto y alargado que nos lleva directamente al monte del Redondal, genuino mirador al Bierzo Alto. Al fondo, en su caara norte, se atisba el útero de Gistredo, la Sierra de Gistredo, con sus osos pardos escondidos y sus urogallos fantaseados. Sigamos soñando. 

Lástima que la pista asfaltada que comunica Turienzo con el Redondal, que estuviera aún en buen estado hace unos años, se muestre ahora en un estado calamitoso. En algunos tramos de la misma el asfalto ni se huele. Bierzo dejado de la mano de sus gestores. No obstante, uno puede dejarse fluir, caminar monte arriba, al menos para darse un baño de perfumes vegetales y avistar un horizonte de belleza. 

San Pedro Castañero

Una vez alcanzada la cumbre del Redondal (recuerdo con nitidez este viaje de hace añares), resulta sencillo acercarse a Matavenero, la aldea ecologista que atrajo en su día a gentes procedentes de diversos lugares del mundo, fundamentalmente de Alemania, sobre la que he escrito en alguna ocasión. Esta podría ser en sí misma una ruta, que daría mucho de sí. Que no conviene apresurarse. Las prisas no son buenas consejeras. Las prisas matan y hasta rematan, aseguran en Marruecos. Como cuando te venden que puedes recorrer el Bierzo en un par de días, a lo sumo en tres. Qué osadía. Una vida entera requeriría el Bierzo para ser paladeado en su justa medida. En toda su esencia. Pero nos falta tiempo y nos sobra ignorancia. En busca del tiempo perdido. Y de un paraíso perdido u olvidado. 

San Pedro Castañero

San Pedro Castañero, perteneciente como su hermano Turienzo al Ayuntamiento de Castropodame, que es tierra aurífera, también amerita de una visita. Con su monumento al castaño pero sobre todo con lo que a uno le late el huerto de los olivos, que es como un trozo de Jerusalén trasplantado en este pueblo del Bierzo Alto. Un espacio sagrado, con vibraciones místicas, donde se puede practicar la meditación trascendental. Con vistas al Redondal. 

La ruta puede continuar por Villaverde de los Cestos, la matria del escritor Gustavo Vega, que cuenta con una calle que lleva su nombre. Profeta en su tierra Gustavo, habida cuenta de que sigue vivo, en activo, por fortuna, allá en las cataluñas. Pero la ruta también podría pasar perfectamente por Rodanillo o Losada o Arlanza. Dejemos volar la imaginación como cigüeña que surcara el firmamento. Me entusiasma el nombre de Villaverde de los cestos. El que hace un cesto hace ciento. 

Pero la ruta también podría seguir por San Miguel de las Dueñas, con parada en su monasterio, que es toda una joya. Un cenobio del siglo X que alberga a monjas cistercienses. A menudo lo que uno tiene a mano, suele obviarlo. 

Monasterio de San Miguel de las Dueñas

Desde San Miguel de las Dueñas, Calamocos se halla a tiro de piedra. Chistosito nombre para un pueblo, con mucho moco catarril. Es broma. La historia acerca de este pueblo me la contó hace años un hombre, que fuera alumno de la Universidad de la Experiencia. Ese hombre se llama Alfredo, espero que siga vivo, apodado, mejor dicho auto-apodado, el Kojo de Kalamokós, el cual llegó a decirme que Calamocos provenía del griego Kalamós. Imaginación que tiene Alfredo. ¿Qué será de este señor? https://cuenya.blogspot.com/2010/02/sostiene-alfredo-el-kojo-de-kalamokos.html

Calamocos fue otrora conocido por su coto Wagner, explotación de hierro, que se extiende a Onamio, nuestra siguiente parada. 

Onamio, cuyo nombre también resulta evocador, sugerente. Como de aldea prehistórica, donde se llegó a explotar hierro en abundancia. Por cierto, uno se pregunta, una y otra vez: ¿Dónde ha ido a parar tanta riqueza como ha atesorado el Bierzo en sus entrañas? 

Hierro, oro, carbón, canteras de pizarra, wolframio (el año del Wólfram, la Peña del Seo, el documental de Chema Sarmiento). 

Desde Paradasolana

¿En qué se ha convertido el Bierzo con el transcurrir de los años? Mejor hacer la vista gorda, si o queremos llevarnos un disgusto. Y dejarse llevar hasta Paradasolana, aldea remota, trepada en la montaña, a la solana (haciendo honor al nombre de la aldea), donde el viajero, en amorosa compañía, degusta un bocata exquisito, con una birrita. 

En Paradasolana no existe bar, pero, si existiera, tampoco serviría de mucho, en esta época de pandemia, porque hasta hace poco la hostelería permaneció cerrada a cal y canto. 

Ojalá, a partir de ahora, con las vacunas ya en ristre, podamos seguir viajando, aunque hayamos entrado en una melancolía invernal. 

3 comentarios:

  1. ¡Cómodo se nota que es tu tierra, nuestra tierra!
    ¡Bordado lo has, Manuel! ¡Enhorabuena!

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  2. Bonita descripción la que haces de nuestra materia berciana, Manuel. Te estás haciendo un viajero peregrino protector de nuestro pueblos y aldeas que cada dia están más abandonadas, debido, a que los jóvenes no tienen futuro y tienen que emigrar como nos ha pasado a generaciones anteriores. Sólo quedan mayores, hasta que el cuerpo aguante, y cada año menos. Todo por la mala gestión de los políticos que nos gobiernan -unos y otros en distintas administraciones-, que no han sabido o querido hacer un proyecto de futuro para esta España vaciada. Un abrazo y no dejes de ser la pluma y el mensajero de nuestra tierra y de nuestra gente.

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  3. Muchas gracias por vuestros comentarios, Casina y Unknown.

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