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domingo, 12 de mayo de 2019

La niebla del desierto

(Recupero mis posts escritos en facebook para este blog, con algunos retoques y añadidos acerca de mi reciente viaje a Túnez)

Esta Santísima Semana he preferido vestir al Nazareno de coránico deambular, o algo tal que así. Un nomadeo por tierras tunecinas. 

Me da pena no poder rendirle culto al santo Genarín, como hiciera el pasado año. Pero es que no se puede estar al plato y a las tajadas, que uno no es ningún dios, ni siquiera glotón, sino tan sólo un pobre mortal, mortal y rosa, que intenta saborear la eternidad y un día en esta breve, brevísima vida (hoy mismo me he enterado del fallecimiento de Isabelita, una buena mujer de Losada. lamento su pérdida. Y le envío mis condolencias a su marido Jesús, que es también un buen hombre. Qué vida tan cabrona). 
Estación de trenes de Tunis


Agradable sorpresa, Túnez, país que visitara hace años en un viaje organizado. Y que, como todo viaje organizado, te deja con el deseo de viajar de un modo más sosegado, a tu aire, con el fin de enterarte mejor dónde estas parado. Ampararse en la tropa, que te marquen la hoja de ruta [ahora se dice mucho en política esto de la hoja de ruta], que te digan dónde ir, siempre a la carrera, no es la mejor forma de viajar. Eso creo. Uno, en todo caso, prefiere otro modo de viaje. 

Y viajar es sentir. Sentirlo todo de todas las maneras posibles, como nos dijera el gran poeta portugués Pessoa.
Viajar no es ver por ver. Y uno puede ver mucho y no enterarse de nada. 

Quizá en mi anterior viaje vi mucho y casi no recuerdo nada. Algo sí, pero fue todo muy apresurado. 
A quien sí recuerdo es a un tipo bohemio, lleno de barba, con el que compartiera algunos buenos momentos. Era del País Vasco. ¿Qué será de él? Ya ni recuerdo su nombre. Era físico, creo. Y llegó a coincidir en alguna ocasión (en algún autobús) con el poeta Leopoldo María Panero, cuando este estaba en el psiquiátrico de Mondragón. 

Hoy, en mi recorrido por la medina, me he sentido realmente bien. Y he disfrutado. Una medina bien conservada. Con unos monumentos magníficos. Me chiflan sus puertas. Las puertas de la percepción hacia el interior del exotismo arábigo.  

M'rabet es una tetería, un restaurante, que te deja maravillado. Un ambiente cool, como dicen los anglosajones, donde un simple té a la menta te sabe a gloria bendita, que Dios o Alá-Allah sabrá a qué sabe, valga la redundancia o rebuznancia. Y puedes entablar conversa con los nativos, con las nativas. Como las hermanas Nermin y Alya, que se mostraron hospitalarias y simpáticas.
Agradable sorpresa también la de encontrarme con el amigo Enrique, Henry, que lleva ya una semana o algo más por estos lares (en el momento en que escribiera estas notas en abril de este año para publicar en el Facebook).
Me gusta la luz de este país, su clima, su comida: baratísima, buena y abundante. 

Sus gentes, como ya había adelantado, son generosas, hospitalarias por lo general. Aunque siempre puedes toparte, como en cualquier sitio del orbe, con algún desarrapado que pretende llevarte a su huerto. Si te muestras firme, y le dices que vives en Túnez desde hace una temporadita, lo espantarás a la primera de cambio. O al menos eso tuve la ocasión de comprobar. 
Estas son al menos mis primeras impresiones en este viaje, que acaba de empezar (escrito a principios de este recorrido por Túnez en abril de este año, coincidiendo con el lunes previo a la Semana Santa oficial). Y espero que dé mucho de sí, pues mañana toca un largo viaje, aunque tampoco sean tantos kilómetros, hasta la ciudad de Tozeur, lugar de inspiración para el fenómeno Battiato, Los trenes de Tozeur (I treni di Tozeur). Pero de momento sigamos soñando con algún oasis de fantasía. 

Aunque hay despliegue militar o policial por la ciudad, Túnez (Tunis), ante el temor de un posible atentado, se respira cierta tranquilidad en el ambiente. Y la verdad no se ven casi turistas, lo cual se agradece, que no haya masificación. De momento seguiremos descubriendo el país.

Me levanto temprano (en Túnez no resulta complicado madrugar, como que lo pide el cuerpo, pues amanece temprano). El sol ya está llamando a tu ventana del hotel, el Tej, bien céntrico, al ladito mismo del archiconocido hotel África, que tal vez es un lujo que uno no puede permitirse. Lo dejamos para la gente guay y adinerada. 
El desayuno en el Tej tampoco es para tirar cohetes, pero la habitación está bien. Y así, con un desayuno rápido, resulta más fácil salir del hotel en busca de la gare de Tunis, que al parecer (después de ojear los horarios internet) hay un tren a las ocho y media de la mañana hasta Tozeur. 
La estación de tren no queda lejos del hotel Tej. Y se puede caminar. Aunque un taxi resulta bien barato. Queda en la Plaza Barcelona. Qué curioso. 
Barcelona en el mundo árabe. Será porque a los tunecinos les flipa el fútbol. Seguramente. O porque Barcelona ha puesto una pica en este país. Esto podría indagarse. Lamento no haberlo hecho. Aún hay tiempo para hacerlo. 

La mujer que atiende la billetería trenera, después de pedirle billete para Tozeur, pone un gesto raro. Y acaba diciendo que el tren no llega hasta Tozeur (el signore Battiato me hizo fantasear, pero los trenes, al menos hoy, no llegan a Tozeur). ¿Y hasta dónde podría ir?, le pregunto. Al menos que me acerque a Tozeur. Pues mismamente hasta Sfax, responde la señora. Sfax, qué bonito término. Y qué bien suena. (Parece el nombre de una cobra). Entonces, no se hable más, y deme un billete hasta Sfax. La buena mujer me expende (¿se puede decir así?) billete en primera clase, acaso creyendo que uno es rico. 

Bueno, que es de primera clase el billete me lo comunica luego en el tren el revisor. ¡Ah, pues no me había ni enterado, monsieur! Pero en segunda clase tampoco se va nada mal. Y encima estoy acomodado. Y medio adormilado, todo hay que decirlo, a resultas del madrugón que me he metido, aunque en Túnez no cueste madrugar. 
El viaje transcurre tranquilo. Unas cuatro horas reales no me las quitará nadie de recorrido, con lo cual mejor será entretenerse echando una cabezadina. O bien comiendo algo, para matar el tiempo (qué mal queda esto de matar el tiempo, matar lo que sea, qué feo). 
Comer por comer. Comer unas almendras naturales (riquísimas), que te ofrece un rapaz, que hace de camarero de tren. Y mirar por las ventanillas empañadas y sucias del tren al paisaje. A punto de llegar al Djem. Al fondo, se adivina o se divisa el majestuoso anfiteatro romano, que en mi primer viaje, en tour organizado, tuviera la ocasión de visitar. El Djem es otro extraordinario decorado, que aparece en la película Gladiador, que también fue rodada en Aït Ben Haddou (Marruecos). 
Sfax me está esperando, quizá con los brazos abiertos. Es un decir. 

Sfax, parada antes de alcanzar Tozeur 

Llego a Sfax como si llegara al final del universo, con la sensación de haber arribado a un sitio tranquilo, aseado, una ciudad como de primer mundo. Pues sí que da buenas vibraciones este lugar. 

Después de dar algún rodeo en busca de hotel -una buena mujer me recomienda el hotel Thyna-, me tomo un respiro. Con hotel y el ánimo elevado uno se siente rey por un instante. "Es bueno ser rey", decía en alguna peli (La loca historia del mundo) el cómico Mel Brooks. 
La portuaria ciudad de Sfax, adonde no parece llegar el turisteo andante, qué cosas, cuenta con una espléndida medina. Una medina amurallada en su totalidad en la que uno puede pasearse con absoluta tranquilidad, sin que a uno lo mareen diciéndole que compre y todo ese mareo. Un lugar en el que se percibe buen rollito, con el exotismo que procuran los zocos árabes. 

En algún momento quizá se ponga de moda esta bella y reposada ciudad. Pero de momento parece que la primavera árabe, la revolución tunecina, ha ahuyentado el turismo, al menos al turismo enlatado. 
Después de unos días por este país, me siento tranquilo. Y la gente resulta amable. Aunque algunas personas, más de las que imaginaba, no hablan con fluidez la lengua francesa, o ni siquiera la hablan.
Medina de Sfax

No obstante, uno se puede comunicar. Y no resulta complicado moverse por el país, aunque los medios de comunicación no funcionen como en la llamada Europa desarrollada (me refiero a países como Holanda, Suecia, Dinamarca, Francia o Alemania, por ejemplo).
La experiencia se me está antojando buena, en cualquier caso. Y lo mejor es intentar adaptarse al funcionamiento del país. No hay que tener prisa. 

"La prisa mata y hasta remata", como dicen los marroquíes. Y razón no les falta. 

Tozeur, punto de partida a los bellos oasis y cañones


Por fin, después de un largo trayecto en bus desde Sfax (aunque no haya tantísimos kilómetros), he llegado a Tozeur. El viaje en bus resultó en verdad algo largo, que no pesado, pues la gente, una vez más, resultó hospitalaria. 

Después de hacer una cola, en la que la gente se metía hasta codazos sin respetar en absoluto la fila (pura supervivencia, suponemos), logré un pasaje. Nunca llega uno a  saber muy bien a qué hora saldrá el autobús. "Este es un país árabe", me suelta un joven educado, que parece conocer bien el sistema de su país. 
Aunque unos digan a las once, otros a las doce. Y alguno más asegure que saldrá a las doce y media del mediodía. Pues sí que estamos apañados. Espero que me dé tiempo, en todo caso, a comprar un bocadillo y bebida para el trayecto. Y prepararme en toda regla para afrontar el viaje. Haremos tiempo. Paciencia y a barajar (aunque no tenga naipes, me hace gracia que en los programas de la tele, cuando alguien sale con naipes, habla de mezclarlos, lo cual está bien, pero no oigo pronunciar la palabra barajar, de baraja, o "embarajar", dándole glamur al término, como dirían en mi pueblo). 

Como aún hay tiempo de sobra, eso creo, podré acercarme a ver, si por un casual, habría algún 'louage', que queda cercano a la estación de buses de Sfax. No pasa ni media hora. Y cuando regreso a la estación (ni siquiera son las doce en punto) el bus está presto para largarse. 

¡Eh, señor conductor, qué tengo billete! Ya me voy, me espeta. Pero no me va a dejar plantado aquí con el billete. A quien madruga, Allah le ayuda. Y Allah parece que no está dispuesto a echarme un cablecito. Joder, cómo está el patio arábigo. Como en Túnez funciona el sistema tribal, un hombre, que está al quite, le aclara al autobusero que tengo billete. Y me indica con señales que me suba al guajolotero. Así que me trepo, mochila al hombro, a la guagua de marras. Por fin. ¡Pero, ay, no hay ni un asiento libre! Pues habrá que ir de pie, parado, como mandan los cánones. Aquí se permite ir parado, o sea de pie, en el bus. Quizá podría sentarme encima de la mochila en medio del pasillo. Sí, es buena opción. Una rapaza, amabilísima, me ofrece su asiento. Ni hablar. Espero que no me vea castigado. Mayor. Fatigado. Y un hombre, que tiene aspecto viejuno, con rostro de buena persona, sentado al final del bus, me ofrece, pasado un rato, su asiento. Ni hablar. Por nada del mundo. Quédese en su asiento. Si es que me bajo en pocos kilómetros, me dice. No importa. Quédese en su plaza. Qué buena gente. El hombre en cuestión tiene sesenta años, eso me cuenta, aunque la vida sí parece haberlo castigado. Está enfermo. Y se vino a Sfax por unas medicinas. El buen señor se apea al fin. Buena suerte, señor. Le deseo lo mejor. Qué Allah lo proteja. 
El viaje continúa con placidez en medio de la aridez del paisaje. Otra mujer, con pinta de europea tras sus gafas negras de sol, me ofrece su bocadillo para comer. Mil gracias. 
En el trayecto el bus hace una parada para airearse, tomar un refresco y comer algo, lo cual se agradece. En todo caso, conviene ir provisto de una gran botella de agua para hidratarse. 
Después de unas siete horas de viaje, al fin llega al destino. Y justo enfrente de la estación, se aparece como un milagro un hotel. Seguro que estará bien. Sólo es cuestión de probar. 
Tozeur

Me instalo en este bello lugar, Hotel Le Ruisseau, el arroyo, que me refresca la mirada y el entendimiento. Su terraza, del color de la carne bronceada, que se camufla como un camaleón con el paisaje, invita a quedarse haciendo meditación trascendental, aunque sople el viento, con la arena del desierto como aguinaldo. 

Mañana visitaré algunos parajes como Chébika o el oasis Midès. Procuraré descansar y reponer fuerzas para continuar el nomadeo.

Terraza del hotel Le Ruisseau

Al parecer los trenes ya no llegan a Tozeur, como dice el título de la canción del músico siciliano Battiato. Por problemas de huelga. O eso dicen. Pero sí llega por fortuna otro tipo de transporte. 
La población de Tozeur, con su viento característico, también siembra arena del desierto en sus calles. Y uno debe habituarse a convivir con la arena, que deja cielos terrosos, grisáceos, y con ese viento que sopla con fuerza. Ese viento que bien podría ser el mismo o parecido al que se refiere el escritor mexicano Rulfo en su magnífico cuento Luvina
Cascada en Chébika

El nombre de Tozeur invita a soñar con algo exótico, bellísimo, pero realmente no muestra gran belleza, salvo unos tres minaretes, una arquitectura que en España podríamos reconocer como mozárabe [espero no incurrir en herejía] y un palmeral a las afueras de la ciudad. 

El encanto de Tozeur también reside en su gastronomía. Con sus dátiles, bien sabrosos y nutritivos. Y su cuscús con carne de dromedario. Una carne también sabrosa, que te hace paladear algún paraíso real y tangible. 
Chott el Ghersa

No obstante, a unos cincuenta kilómetros de Tozeur pueden visitarse algunos oasis de interés como Chebika, Tamaghza, con sus cascadas [un buen amigo, Javi, me dice que una foto le recuerda la cascada de la Gualta del útero de Gistredo]. Las rosas del desierto como símbolos. Y 
los oasis como nuestros paraísos. Nuestros huertos de la amistad y el amor. Como ese en el que Adán yaciera con Eva. Por ejemplo. 
Conviene no olvidarse del cañón de Midès, escenario de rodaje de películas como El paciente inglés o En busca del arca perdida (no queda del todo claro si Spielberg llegó a rodar en este escenario natural), entre otras.
Tamaghza
Un cañón que merece una visita, en compañía de un guía [hay que ayudar en algo a la economía de los lugareños], porque de otro modo podría resultar peligroso adentrarse en este impresionante desfiladero, que nos hace fabular con el Cañón del Colorado. En el cañón de Midès abunda el mármol blanco y rosa.

Se necesita conocer bien el entorno para poder recorrerlo con la seguridad de que en algún momento podría aparecer un diluvio, una corriente de agua que, en un momento dado, podría llegar a alcanzar más de dos metros de altura, lo cual acabaría con la vida de uno.

El rodaje de El paciente inglés (tendría que volver a visionar esta cinta) también tuvo lugar en localizaciones como el oasis de Chebika y las calles de la ciudad de Nefta.
La vuelta a Tozeur, atravesando el lago salado conocido como Chott el Gharsa en día de tormenta de arena, es una experiencia única, toda una aventura. Chott significa lago. 

Lástima que, desde el mirador de Nefta, la ciudad aparezca perdida entre la niebla del desierto. Inevitable, sobre todo para los devotos del cine, una breve parada en uno de los lugares de rodaje de La guerra de las galaxias, con el viento soplando a toda mecha. Y la arena en los ojos.
Mos Espa
Con la cámara inundada literalmente de polvo desértico (más polvo enamorado), que la deja casi sin resuello. Y uno sin objetivo por el que mirar la realidad. El escenario se conoce como Mos Espa. Y en un día de tormenta de arena, todo se difumina como en un sueño. El sueño cinematográfico de la ficción. 

Eso no impide, a los vendedores, ávidos de visitantes, de mostrar su mercancía en forma de pañuelos. 
Chott el Djerid, bahía de la sal y los sueños en blanco y gris.
O bien invitarte a que te fotografíes con un zorrín, tan lindo, el zorro del desierto, imagino. Pequeñín y astuto como el hambre. Por eso es un zorro. 
Cañón de Midès





El contraste entre el sur y el norte tunecinos es más que notable, en todos los sentidos. Y uno se da cuenta sobre todo al viajar sin estar enrolado en un tour organizado. Eso creo. Pero también creo que ahí reside el encanto. 

También me doy cuenta, una vez más, de que se necesita tiempo, bastante tiempo, bastantes días, para conocer un poco el país. 
Me sorprenden esos tours que en siete días pretenden llevarte a montones de sitios. Y luego no recuerdas nada. Te saturan visualmente y, después de algún tiempo, se te hacen chiribitas en los ojos.

Pena en esta ocasión de no disponer de más tiempo. El tiempo es todo, es la vida. 
Aunque el viaje está resultando francamente bien. Y el sur desértico -la mitad del país es un desierto-, tiene por supuesto su encanto. Aunque, como ya había anunciado al inicio de este post, el norte y sobre todo la costa este es donde se puede palpar el desarrollo y esos aires europeos como de primer mundo. 


Douz, la puerta del Sáhara

Chott el Djerid

Hoy he llegado a Douz, población enclavada en el desierto, después de un viaje en 'louage' desde Tozeur hasta Kebili atravesando el fascinante Chott el Djerid, el enorme lago de sal, que, con sus espejismos o mirages, procura visiones fantasmagóricas. Siempre en compañía de una tormenta de arena, que incrementa aún más la sensación fantasmagórica.

Chott el Djerid
Peligrosas las tormentas de arena para la conducción. De repente, es como si la niebla del desierto lo invadiera todo... 

Y a continuación, en otro 'louage' [a precios muy baratos], el viaje discurrió desde esta localidad de Kebili a Douz.


Continúo con la rememoración de mi reciente periplo por Túnez, y en concreto por el sur (me entusiasma el sur, será por el exotismo que eso le produce a un norteño). 


El sur (no puedo dejar de pensar en la novela de Adelaida García Morales y la peli de Erice) me hace sonreír, hamacado por olas de arena, trepado a un dromedario, como si estuviera viviendo un sueño de infancia. 
La infancia, esa época de felicidad (acaso porque uno es ignorante de la crueldad y la finitud de la vida, uno desconoce el dolor de existir, el mal) siempre presente. 

Es probable que uno no quiera dejar de ser niño, aunque los años no perdonen. Y el tiempo se escurra, líquido, entre los dedos de las manos.
Tal vez por esa conciencia del paso inexorable del tiempo se ha despertado en mí ese afán por explorar, por viajar, por querer volver a alguna edad dorara, a algún edén, como podría ser el desierto, el Sáhara.
Y Douz como puerta de entrada, la puerta de la percepción a este reino o mar fascinante de arena, de dunas, de vientos y soledad, donde un eremita podría encontrar su divinidad. Y los nómadas hallan una forma de vida. Un modo de ser y estar en este Planeta.


Sumido bajo la arena del desierto, con su palmeral descuidado, incluso invadido por basuramen (el plástico acabará devorando nuestra Tierra), Douz se me aparece como un poblado del Oeste americano, como un decorado natural de cine, cual si estuviéramos en la almeriense Tabernas, aunque este sea un lugar tranquilo, poblado por gentes apacibles, que procura sanas vibraciones. Bueno, Tabernas también me procura buenas sensaciones.
Un sitio perfecto para relajarse, Douz, para practicar la meditación trascendental.
Al parecer, esta población se anima llegado su festival de música, en el mes de diciembre. Pero para ello, si lo que uno desea es animación, pues nada mejor que viajar allí en esa época.
Aunque pudiera creerse que se trata de un lugar muy turístico, atestado de extranjeros, nada de eso (al menos en la época en la que he estado, esto es, recientemente, en periodo semanasantino). Y sorprende que uno pueda encontrar alojamiento con facilidad y a precios realmente baratísimos. Todo o casi todo resulta barato o asequible para un español.


La comida se me antoja excelente. Y los zumos de naranja una delicia.
Aparte de los dromedarios o los quads, que te alquilan para darte un garbeo por el desierto, a los jóvenes de Douz les encanta pasearse con sus motos.
Una rotonda con un dromedario, con un paisano trepado en su joroba, nos indica que estamos en el desierto.
Douz es un espacio estupendo para quedarse durante unos días, si lo que deseas es encontrar esa ataraxia de la que nos hablaran los filósofos estoicos.


Seguiremos buscando la serenidad, la paz, la armonía, el equilibrio, porque ahí reside acaso una suerte de felicidad.


Gabes

La arena del desierto deja el cielo de color grisáceo, blanquecino incluso, como si fuera invierno. Y eso le resta belleza a la realidad, aunque atice bastante el calor, al menos durante el día. 
Una vez más, la luz embellece. La fotografía es una cuestión de luz. La vida es o debería ser luz. 


Escribo este post desde la gare de Gabes, ciudad portuaria que, al parecer, da la espalda al mar. Todo apunta a que los oriundos no sienten fascinación por el mar. O esa es al menos mi impresión. El mar como algo hipnótico.
Descuidada se ve la orilla de sus playas. Y poca gente disfrutando del espectáculo marino.
Gabes podría tener mucho encanto. Pero no resulta del todo atractiva esta ciudad. "En otros tiempos -me comenta un taxista- la ciudad gozaba de un esplendor, que ha perdido". Si bien esta es solo una sensación, la sensación de cierta decadencia. No obstante, se pueden saborear ricas doradas a la plancha.

La comida es muy rica. Y muy barata para un español. Un placer que uno puede permitirse en este país.
Se requiere de tiempo, siempre el tiempo, para medio conocer algo. Y un viaje por Túnez llevaría al menos un mes. Del cual no dispongo en estos momentos. 

Me espera un viaje algo largo hasta Túnez capital, que me dejará algún tiempo para descansar y aun para leer a través de los paisajes. Como si de un travelling cinematográfico se tratara. Así podré rememorar mi reciente paseo por Gabes. 
La gente por lo general es simpática, educada, agradable. Como Azza, que canta con sentimiento una canción italiana, Bella ciao, también interpretada por Goran Bregovic. O Nadim, que es una joven, con mirada inocente, acaso pura, que disfruta de la compañía de su amiga Azza, mientras su novio parece perseguirla trepado a su moto por las calles céntricas de Gabes (en la foto vemos a Azza, en el centro, Nadim, a la derecha, y un amigo de ambas, a la izquierda, cabe señalar que este rapacín, con rostro sonriente, no es el novio de Nadim).  
Lástima que aquí y allá mucha gente sea tan posesiva, tan desquiciada en sus modales. Como en toda la Tierra, uno se encuentra con gente buena y gente jodida, porque el mal y la maldad es lo que impera en un mundo lleno de guerras, hambrunas, esclavitud...
Hasta la próxima... Parada.


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