Hoy, en páginas de cultura de la Nueva Crónica, este texto dedicado al maestro Umbral.
La exposición ‘Francisco Umbral, libro a libro’, promovida por el Área de Actividades culturales de la Universidad de León a través de la Fundación Francisco Umbral, nos muestra, en la flamante biblioteca del Campus de Ponferrada, la vida de Francisco Pérez Martínez –que así se llamaba en realidad el autor de ‘Diario de un noctámbulo’– desde su infancia hasta el momento en que recibiera la Medalla de Oro de la Comunidad de Madrid en 2005 (sin olvidarnos, por supuesto, de su Premio Cervantes). En blanco y negro y en color, vemos al Príncipe de las Letras y el Henry Miller español con sus amigos Delibes, Cela (que en realidad también fueron sus maestros), Vicent, ‘Cándido’, Fernán-Gómez y Ramoncín, entre otros, además del posado con su gata Loewe.
En este ‘Diario de un noctámbulo’, “un título que a él seguro le hubiese gustado”, según el escritor y académico lacianiego Luis Mateo Díez, se recoge una selección de artículos, publicados recientemente, que escribiera durante su etapa leonesa aquel joven alto y desgarbado, cuya “voz era casi tan grave como su aspecto”.
Umbral, que fue/es sin duda uno de nuestros mejores y más prolíficos prosistas, además de un poeta romántico y rebelde ‘embufandado’, es probable que naciera en Mansilla de las Mulas (en alguna de sus obras habla de sus tías de Mansilla), o bien en Valencia de Don Juan, habida cuenta de que su madre, Ana María Pérez Martínez, era coyantina, aunque en su biografía aparece Madrid como lugar de nacimiento. Ese Madrid (‘Trilogía de Madrid’, ‘Amar en Madrid’, ‘Madrid XXI’…) que tan bien conociera y nos contara el autor de ‘Mortal y rosa’, acaso su gran obra, por la que siento devoción. No en vano, Umbral, deudor de escritores monumentales como Ramón Gómez de la Serna o Valle-Inclán (a quienes dedica por cierto sendos ensayos) es uno de mis escritores preferidos.
A decir verdad, me entusiasma que Umbral fuera leonés. Y sobre su etapa profesional en León sí que existen documentos varios, incluso algún libro suyo, como ‘Crónica de las tabernas leonesas’, que son una serie de artículos publicados en la revista de la Casa leonesa en Madrid, en los que su autor nos habla, entre otras, de la histórica Casa Benito, taberna ubicada en la Plaza Mayor, que sigue conservando el aspecto de otrora. No olvidaré que otro escritor, el leonés Julio Llamazares, me la mostró y por supuesto hizo mención a esta obra de Umbral.
A finales de los 50 Umbral vive y trabaja en la ciudad de León, donde compatibiliza su labor en ‘El Norte de Castilla’ (ahí estaba su valedor Delibes, cuya figura supuso para él todo un aprendizaje literario), con la publicación de crónicas en el diario ‘Proa’. Mientras tanto, también practica el periodismo radiofónico como cronista en ‘La voz de León’, donde coincide con Luis del Olmo y María Jesús Álvarez Moro, “la voz más maravillosa de la radio”, según el autor de ‘Las ninfas’. Al parecer, rivaliza con el escritor Victoriano Crémer, que dirigía ‘Luces de la ciudad’ en ‘Radio León’. Conoce a Antonio González de Lama, a César Aller, a Pereira y a Gamoneda. Y se codea con las personalidades del mundo de la cultura que visitan la ciudad “fría y gótica” de León. Incluso modera debates con Leopoldo Panero o Pepe Hierro (uno de sus mentores, por el que Umbral sentía auténtica devoción). En 1960 escribe crónicas y artículos, bajo el epígrafe de ‘La Ciudad y los días’, para ‘Diario de León’. Y en 1965 (Umbral ya vive en Madrid) recibe el Premio Provincia de León por su novela breve ‘Días sin escuela’, que recogiera en Villablino, y se publicara en el número 6 de la revista ‘Tierras de León’ ese mismo año.
Umbral, leonés, madrileño, vallisoletano, universal, en su afán por escribirlo todo, sigue sacudiéndonos las entrañas con su prosa lírica, sublime, casi sin interrupción.
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