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martes, 24 de marzo de 2015

La fragua literaria leonesa: Ana G. Merayo

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La Fragua Literatia Leonesa

Ana G. Merayo: "Admiro a Paco Umbral como escritor y articulista"

Manuel Cuenya | 24/03/2015

La narradora Ana G. Merayo, autora de 'El club Kandinsky', tiene en la actualidad varios proyectos en el tintero, aunque admite que atraviesa una fase de superávit cotidiano de obligado cumplimiento, que monopoliza gran parte de su tiempo en  tareas menos creativas.

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Ana G. Merayo. Foto: Joa Chevresson
La narradora leonesa Ana G. Merayo, con raíces bercianas por vía materna, tanto "como un pie de castaño", se siente excepcionalmente marcada por la ciudad de León y su contexto familiar, habida cuenta de que su madre poeta, dotada para la música y el arte en general, le influyó de un modo decisivo a la hora de forjar su sensibilidad artística, dispuesta a apreciar la belleza no sólo antigua sino incluso agónica, según ella, de una ciudad como León, además de su atracción  por la naturaleza, "en cuyo filandón reverbera la intra-historia mágica, plural, heroica, del Bierzo".
A pesar de que ha vivido durante una década en Alsacia, además de su estancia en Sudáfrica, donde se gesta su novela 'El club Kandisnky', Ana cree que es un privilegio poder disfrutar del inagotable  azul intenso de la ciudad de León, "que da a la vida un matiz risueño incluso en el frío; una característica fortaleza de espíritu". Recuerda que cuando iba a las Teresianas, el palacio de Doña Berenguela formaba parte de su espacio de juego, "en el Conservatorio convivían Don José Castro y el maestro Barja y la Calle Independencia transportaba lejos el son de la banda del Dulce Nombre que salía de Santa Nonia e inundaba la oscuridad de las ocho de la tarde en los meses invernales".  Entonces, León era  un mundo de libros, de música y del futbol de su padre. "León era también la llamada del allende sus confines, la atracción de la diáspora, de la mano de un tío cosmopolita que trabajaba en el Banco Mundial". León era, para Ana, la Plaza de las Cortes y los domingos en San Isidro,  los bailes en el Aero y los encuentros en el Tipical, el Dustan, el Quijote, el Benito y sobre  todo el Dimitri.  León era la casa familiar, donde  ella volvía en vacaciones y durante  mucho tiempo fue solo eso: la casa familiar. Y ahora León sigue siendo todo eso, porque ninguna ciudad mantiene tan lozanos los pasados –asegura-, mientras el tiempo se desliza por el presente curtido en la trascendente  presencia de sus dos hijas. Y, como buena leonesa, está convencida de que su provincia lleva en los genes el arte de la palabra y de la escritura creativa, "como lleva esa cúpula azul intenso que vivifica las emociones", porque "León es uno de esos arcones que han permanecido cerrados por indolencia para el gran público; pero a poco que se airea su contenido, te encuentras con una especie de sabiduría inmaterial, que no solamente alimenta los Filandones y magostos de la inagotable creatividad y memoria popular, sino que socaba las creencias históricas más generalizadas". Ahora sabemos que en sus días de excelencia, el reino de León, crisol y sedimento de culturas milenarias –sostiene Ana–, fue el más influyente sobre el mundo conocido, que puso los gérmenes del Parlamentarismo y que el cáliz de Doña Urraca encierra uno de los misterios que han traído en jaque una parte de la humanidad. "Cuando se ha alcanzado la excelencia, ningún infortunio es capaz de hacer desaparecer ese carácter especial que escapa a toda etiqueta". En todo caso, Ana, que fuera Águeda de Honor en 2013, se pregunta: "¿por qué los leoneses no hemos despuntado en otros ámbitos fuera de las letras?, ¿por qué esa cierta falta de empuje, de auto estima colectiva?". Y con optimismo, frente a todas las voces críticas, sigue creyendo que la energía leonesa volverá a germinar.
"¿Por qué los leoneses no hemos despuntado en otros ámbitos fuera de las letras?, ¿por qué esa cierta falta de empuje, de auto estima colectiva?".
Profesora de Organización y Gestión comercial, ahora está preparando su tesis doctoral sobre el Derecho Civil histórico en el Bierzo. Recuerda que fue en Francia, donde ejerció como letrada penalista, lo que promovió que se trazara de forma instintiva el puente entre Derecho y Literatura como uno de tantos afluentes en el caudal de la vida. También rememora, como un descubrimiento permanente, su etapa como estudiante en Madrid, espacio de sedimentación y enriquecimiento con nuevas fuentes. En realidad siente, desde hace tiempo, una irrenunciable atracción por el teatro, la literatura y el arte en general. Bien pequeña se interesó por el universo de la palabra y comenzó a leer todos los títulos de Enid Blyton; "pero el libro de 'Mujercitas', que también leí por aquel entonces, me ganó al personaje de Josephine". En su caso, la lectura se le antoja imprescindible, como ingrediente de formación, porque el alimento de las palabras son más palabras. Y la capacidad de bucear en el imaginario de otros es,  en su opinión, uno de los remansos del escritor o escritora. Entre sus lecturas favoritas, bien porque le han sorprendido, emocionado, o le producen respeto, están Cortázar y Borges. En su juventud también fueron importantes Graham Greene y Herman Hesse; de la literatura francesa se queda con Camus, Yourcenar y Nathalie Nothomb. "La paradoja en Oscar Wilde, versión original, me infunde gran admiración", al igual que admira la perfección envolvente de Tom Wolfe en 'el Nuevo periodismo'. Y en un terreno más doméstico –resalta ella– disfruta con la trilogía que sacó Catherine Pancol hace un par de años, en versión original, porque los títulos más recientes no le parecen a la misma altura que los anteriores.
(Puedes seguir leyendo esta fragua en el enlace):
http://www.ileon.com/cultura/049659/ana-g-merayo-admiro-a-paco-umbral-como-escritor-y-articulista

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