Vuelvo a Mortal y rosa, que es uno de mis libros preferidos, y me encuentro con la herida del tiempo. Sí, el tiempo es una herida, escribe Umbral, aquel coloso de las letras, que nos deslumbró con su prosa poética y su mirada al tiempo, al mundo, a la muerte. Siempre la muerte, como cruz (o cara) de la vida. Siempre la muerte acechando tras el matorral de lo incierto. La incertidumbre y el azar formando parte de nuestras vidas. Monos y monas que somos en este tiempo involucionado. En busca de tiempo, la sangre con la que a uno siempre le gustaría escribir. He empezado -continúa el autor de Las ninfas- a sentir el tiempo como una celeridad, a ver la vida de principio a fin, estática y completa, mediocre.
Qué terrible, cuando es consciente del paso inexorable del tiempo, de ese tiempo que nunca volverá (sólo las golondrinas becquerianas y aun otras vuelven sus nidos a colgar), pero los seres humanos estamos condenados (qué fuerte) a ver cómo se nos evapora el tiempo, como los días se desprenden, según Umbral, de nuestro cuerpo como la carne de los leprosos. Vaya imagen. Mete miedo. Da pavor. El verano aún sigue en pie... de guerra (a tenor de los incendios asesinos que nos invaden por aquí y por allá), pero tenemos/tengo la sensación de que el verano ya ha dado paso a un otoño prematuro. Será que el tiempo en el útero de Gistredo ya se ha acabado, al menos tal como lo viviera hasta hace poco, quizá porque después de agosto, los días se acortan, y seguirán acortándose, hasta que nos entre la morriña por el tiempo pasado, incluso el más reciente. La nostalgia del verano. Y esos días que se estiran como cuellos de jirafa por las veredas verdes de nuestros montes (suponiendo que algún capullo o gili no les haya dado estopa). El tiempo no lo da dios de balde, como algunos y algunas pudieran creer, entre otras cosas, porque dios ha dejado de existir hace ya tiempo (qué curioso). Y el tiempo es algo que pasa, sin posible retorno. Vaya obviedad. Aunque a veces se dé el espejismo de lo circular, en el que un día se parece, incluso es igual, al otro. Qué monótono discurrir existencial. Y entonces tenemos la angustia de lo circular (como bien nos adelantó Umbral). El verano continúa, pero tengo la sensación de haber entrado en otra estación. Será el síndrome postvacacional, el síndrome de haber acabado una etapa, para acaso entrar en otra fase, porque el tiempo es nomás el paso del tiempo (valga la redundancia).
De momento, continuaré mirando el mundo como la orilla del tiempo (qué magnífica intuición umbraliana).
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