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martes, 1 de diciembre de 2009

Joyce Mansour, una intrépida surrealista

En una época, la nuestra, en la que se habla mucho de los malos tratos que recibe la mujer, y las feministas ponen el grito en el séptimo cielo en cuanto oyen la palabra macho, huevos de oro, cojones de toro, se me antoja acercarme a Joyce Mansour, que en verdad fue una pantera negra de muchos vuelos poéticos, una femme fatale, de la que debiéramos tomar buena nota tanto los machitos castigadores como los hombrines que no dicen ni ay cuando la santa los macanea cuando los pilla a xeito, que también haylas. Pues de todo abunda en este valle de lágrimas, samba y meneíto. Y por supuesto pueden tomar buena nota aquellas mujeres que aspiren a ser surrealistas sin fin. 

Si ahora las mujeres reciben malos tratos y aparecen degolladas, otrora, las pobrinas no podían levantar ni cabeza. El Patriarcado es un hecho a lo largo de los tiempos. La Eva bíblica como pecadora. La culpa judeo-cristiana. Tanta mierda como nos han metido en la cabeza acaba dando sus frutos podridos. Y estamos todos desquiciados. Es evidente que en determinadas sociedades, en la mayoría de sociedades del orbe (y no digo culturas, porque antes serían inculturas) la mujer sigue esclavizada a las leyes que dictan cuatro mamelucos, fanáticos por todos los poros de su sin Dios y su sin alma. Desalmados que son y se nos muestran. 
No obstante, ahora quiero hablar de la Mansour. 
 Y si la progresía consiste en ser una mujer y parecer un hombre, la confusión quizá esté asegurada, y no hay cristo quien se aclare. Mas seamos de verdad tolerantes con unos y con otras, con otras y con unos. También existen hombres buenos, independientemente de su ideología, de su cultura, de su religión, de su raza... de todo. 
Joyce Mansour, que tuvo amores con el surrealista André Breton, también confesó sus pasiones lésbicas, o sea, que le iba el asunto bisexual. Algo que en estos tiempos está de moda, y queda como muy mono. Que cada cual que se lo monte como pueda, con quien pueda y con quien le dejen. Nomás. Sólo faltaría. La libertad como el bien más preciado. También deberíamos poner en practica la fraternidad. Y la empatía. Excuso decir que todos y todas deberíamos ser iguales ante la ley, ante todo, aunque sabemos que unos somos más iguales o desiguales que otros. 
“A menudo las intelectuales son más zorras que las putas”, le contaba Páprika a una periodista en aquella carnosa película de Tinto Brass titulada Los burdeles de Páprika. Qué vaya peliculita. Y menuda sentencia. Todas esas adjetivaciones habría que desterrarlas de nuestro vocabulario. Huelga decir que el significado de zorra no es el mismo que el de zorro, ni el de puta es el mismo que el de puto. 
A Joyce, además de los machitos, también le ponían las mujeres, quede claro. Y así, con esta convicción, se expresaba esta extraordinaria poeta: 
“Ella me ama egoístamente/le gusta que le beba las salivas nocturnas/le gusta que pase mis labios de sal/por sus piernas obscenas...”. 
Joyce Mansour fue una mujer libre y hasta libérrima, que dejó escritos versos hermosos y brutales. 
En Las condenadas, que dedica a su noviete el surrealista André Breton, se dice poseída por el deseo del deseo sin fin, y anuncia: “Soy el torbellino de Gomorra”. 
Fue un torbellino, sin duda, que escribía a ritmo de jadeo, con la soltura espectacular de una erupción volcánica. 
Fue un volcán incendiado. “Me gusta amar acodada a una bestia.../ me gusta tragar los furiosos del Cáucaso/ tienen los sexos suyos cierto gusto de hambruna”. 
Una mujer, sensual en sus composturas literarias, y atrevida en la vida real, capaz de exaltar la rebelión femenina integral. Para que luego hablen de feminismo quienes están a años luz de la sideral Joyce.  
“Quiero alejarme de las mujeres de manos sucias/que acarician mis pechos desnudos/que escupen sus orines/en mi sopa/quiero partir sin ruido por la noche/invernar en las brumas del olvido/peinada por una rata/abofeteada por el viento/intentando creer las mentiras de mi amante”. 
Con esta alegre ferocidad se nos muestra esta criatura de lujo cuyo origen egipcio le confería apariencia de Cleopatra moderna. 
Dejadme que sienta un gran amor por esta musa surrealista.

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