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miércoles, 23 de diciembre de 2009

Folgoso de la Ribera




Folgoso de la Ribera es un pueblo hermoso, al que uno siempre le ha tenido gran cariño. Hay pueblos por los que uno siente un afecto inexplicable a priori, aunque si indagamos en el subconsciente acabamos encontrando el sentido. Uno tiende a identificarse con su paisaje, y este paisaje es como nuestra memoria. Folgoso es uno de esos lugares evocadores que invitan a soñar, incluso despierto. Es probable que el encanto de este pueblo resida no sólo en su entorno paisajístico, espléndido por lo demás, situado en la Ribera del Boeza, en el Alto Bierzo, sino en su Nacimiento artesanal, Bien de Interés cultural, conocido dentro y fuera del Bierzo. Aunque no visite este Belén todos los años, conservo un buen recuerdo en mi memoria afectiva. No obstante, este año sí he vuelto a verlo. Cuando era un chavalín gustaba de armar un Belén en toda regla en época navideña. Entonces disfrutaba mucho montando nacimientos con el musgo y la tierra que iba a buscar al campo. En el fondo, me entusiasmaba hacer algo artesano. Laborar con las manos resulta más gratificante que intentar trabajar con el intelecto. Confieso que sentía devoción por la Navidad y los Reyes Magos de Oriente. Con el paso de los años uno se convierte en un ser descreído, a resultas del mundo pervertido y materialista en que vivimos, y deja de lado todo aquello que le apasionaba. No obstante, las creencias o no creencias no tienen por qué estar reñidas con el arte y la artesanía. Y el Nacimiento de Folgoso es un arte maravilloso, que en un momento dado le puede ayudar a uno a viajar a otros mundos, esos mundos de infancia en los que tenían cabida los Reyes Magos de Oriente, ese Oriente una y mil vez imaginado como un cuento de Sherezade, bajo un firmamento estrellado, colorido y arrullador, teñido con los sones arábigos de la sensualidad. “Desde luego que sí que te has ido a buscar a los Reyes Magos”, me dijo mi estimado Juan Manuel Gabarrón, luego de contarle que la pasada Navidad, incluso la anterior, las pasé en Marruecos, ese país seductor cuyas miradas, hechas de tacto, te taladran las entrañas. Cuando era un rapacín soñaba con algo parecido al valle del Ourika. 
Setti Fatma (Valle de Ourika)
Hacia Setti Fatma


Es como el Belén real que uno siempre imaginó. A veces los sueños se vuelven realidad. El Atlas nevado, los camellos reposando a orillas del río Ourika, y las ovejitas cruzando el camino retorcido que conduce hasta el último pueblo, Setti Fatma, entorno salvaje y encantador, donde hay unos nogales centenarios y unas cascadas que me hacen recordar el paisaje que se encuentra en la ruta de las fuentes de Noceda del Bierzo. Al final, uno acaba identificándose con su paisaje, que es memoria.

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