Os dejo esta colaboración para Versos a Oliegos 2025, que aparece editada en el libro colectivo Siempre Oliegos (Puente de Letras editores, 2025). Y que tuve a bien leer en el pasado encuentro literario en mi pueblo, en mi útero de Gistredo.
https://cuenya.blogspot.com/2025/09/decimosexto-encuentro-literario-en-el.html
Tras las Colinas, se intuye un mundo fabuloso, poblado por duendes y trasgos, sierpes y hechiceras capaces de leer el pasado como se leen los recuerdos en los posos de un café.
Tras las colinas, perfiladas con la textura de la miel de brezo, se percibe un mapa coloreado de sueños, con el pico Catoute como un dios que todo lo percibe, que todo lo siente.
En este mundo de fábula, en este espacio tejido en la rueca de los afectos, los duendes y los trasgos, cual habilidosos artistas, están acostumbrados a pintar los sueños con lápices de colores, incluso pueden escribirlos con la tinta de la sangre, esa sangre milenaria de los robles, negrillos y castaños.
Tras las colinas, aromatizadas con la savia de los sauces, se avistan urogallos, que lucen vistosos, prestos para una gala, cual si fueran amantes apasionados.
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El Catoute. Foto: M. Cuenya |
Tras las colinas, con regusto a zumo de arándano, corre la sangre-vida por el río Boeza, que se abre como un acordeón en una danza sensual, donde los amantes bailan con desenfreno, mientras contemplan extasiados la cumbre del Catoute, que resplandece como una ensoñación inmemorial.
Después de este baile-festín, donde los osos también danzan a ritmo de flauta y tamboril como fantasmas de un tiempo que fue, los amantes se dejan arrullar por el agua, que discurre como un verbo bíblico por el cauce del Boeza, sintiendo el techo del mundo, de su mundo, bajo un firmamento tachonado de estrellas, cuyos guiños luminosos les acarician el alma; es en ese preciso instante cuando deciden treparse a las colinas del Campo, un nombre con solera primigenia, que los guía por entre un bosque tupido en busca del Campo de Santiago, de donde brota la lírica del río Boeza, con la intención de alcanzar el mirador más elevado de su universo.
Lo primero que atisban los amantes-danzarines es una ermita, que los deja hipnotizados. Entonces, se despliega ante ellos una panorámica glacial, una belleza redonda. Y miran, una vez más embelesados, al techo de su mundo: el Catoute, que les devuelve la mirada con un guiño cómplice, con una sonrisa luminosa.
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