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martes, 25 de febrero de 2025

Hiroshima mon amour, de Resnais

 

Alain Resnais, cineasta considerado como el más heterodoxo de la Nouvelle vague, comenzó su carrera siendo montador para otros directores, mientras dirigía cortometrajes sobre temas artísticos como los dedicados a Van Gogh, Gauguin y Guernica. En 1955 realiza el documental Noche y niebla sobre el Holocausto, que le sirvió para componer en 1959 Hiroshima mon amour, el cual se estrenó a la par que Los 400 golpes de Truffaut, de Truffaut.

Hiroshima mon amour recibió la Palma de Oro en Cannes, fue nominada al Óscar como mejor guion original y sigue conservando una gran actualidad. En España se estrenó en 1967 en salas especiales de arte y ensayo.

Hiroshima... surge a partir del encargo que recibió Resnais para hacer un documental corto sobre la bomba atómica. El director francés le pidió a la también escritora Marguerite Duras que colaborara con él.  


Resnais planteó una película experimental, una mezcla de ficción y documental, de cine y literatura, con flashbacks, un excelente montaje paralelo -ejemplo para películas posteriores-, y dos equipos de rodaje, uno en Hiroshima (presente) y otro en Nevers-Francia (pasado). La contradicción de una ciudad en presente mientras la voz en off evoca el pasado, el rodaje dentro del rodaje, planos de Hiroshima anocheciendo… 

Nevers e Hiroshima; espacios donde confluye el tiempo y la existencia, el amor y la muerte, la juventud y la madurez, la guerra y la paz. Dos ciudades, dos amantes, dos vidas, una vivida y otra recordada, entremezclándose como parte de un todo, contagiándose la una de la otra (la mano física de un amante que lleva al recuerdo de otro amante).  https://www.youtube.com/watch?v=XBI4pJRjkXA Cómo percibimos el amor o la catástrofe y construimos recuerdos de cenizas y escombros. Cómo vamos olvidando y recordando el mundo.

Hiroshima mon amour se abre con una imagen llena de simbolismo, en la que vemos abrazados dos cuerpos desnudos, con sus pieles arenosas, de una rugosidad imprecisa, como una gran costra que los recubre, tal vez una coraza. La piel, las manos, las impresiones táctiles. Pura sensorialidad. Un abrazo balsámico, curativo, que los va sanando y devolviendo a su ser primigenio, con la posibilidad de amarse de nuevo. Con la esperanza de encarar de nuevo la vida. Dos personajes que se aman desnudos (una poeta y actriz de Nevers y un arquitecto de Hiroshima). 

Una historia de amor compleja contada por Resnais, a partir de la novela homónima de Marguerite Duras, de un modo transgresor. El abrazo inicial de los amantes suministra la clave de lo que va a ser la película: una tensión estilística. A fuerza de cercanía, sus cuerpos están repletos de misterio, y la ceniza que los cubre puede representar el esplendor del espasmo o el sudor, incluso las propias cenizas que en Hiroshima se abatieron sobre cuerpos semejantes.

Desde el comienzo -los quince primeros minutos quizá más demoledores y hermosos- se intuye esa relación, cuando los amantes hablan, mientras se suceden las imágenes de muerte:

-Tú no has visto nada de Hiroshima. Nada. 

-Lo he visto todo. Todo.

Ella ha vivido Hiroshima sin vivirlo. Como una turista. La voz en off de Emmanuelle Riva (extraordinaria en la película Amor, de Haneke), con una entonación melancólica, poética, y una musicalidad de gran belleza, nos adentra en un hospital de Hiroshima, donde vemos planos desgarradores, a resultas de la guerra, de la bomba atómica, que muestran la crueldad, el horror. ¡El horror, el horror! El horror no se aprehende mediante la reconstrucción ficcional o el discurso documental. 

A través de flashbacks se nos muestran imágenes reales y de la ficción. Y los protagonistas de esta historia (Emmanuelle Riva y Eiji Okada) parecen estar buscando un antídoto contra el olvido, contra un pasado terrible, reviviendo el pasado a través de las palabras, de las imágenes.

Construida sobre uno de los mejores guiones de la historia del cine, escrito por Marguerite Duras, la palabra es una de sus claves, aunque la imagen la eleva y la potencia. Imagen y palabra, fotografía y poesía, a menudo separados, se funden en esta película para darse sentido mutuo y retratar la descomposición del mundo y de la vida, reducidos al olvido. Esa unión de imagen y palabra se asemeja a la de la pareja protagonista, tan alejados uno del otro, pero también unidos por una experiencia lejana (en el plano espacial, temporal y de significado): Nevers-Hiroshima.

La película es una reflexión sobre la memoria y el olvido. Lo primordial no es tanto la verdad o la falsedad de lo recordado, sino la continuidad del trauma en el presente, su constante repetición, donde el olvido se convierte en el único mecanismo de defensa ante el dolor. Miedo a la repetición de Hiroshima,  a la destrucción del mundo. Miedo a no encontrar nunca el amor o a vivir una vida que no conduce a nada. La falsedad de todo cuanto vivimos, aunque lo estemos viviendo y seamos conscientes de su realidad.

Hay momentos en que la imagen verbal, basada en las palabras, es más vigorosa que la imagen visual, aquellos momentos en que no describe acción alguna sino que muestra un mundo suscitado por el monólogo (interior o exterior) de los protagonistas.

Cada imagen y cada palabra se destruyen entre sí. Y el espectador está obligado a reconstruir la película, porque su estructura está erigida sobre la negación. 


Hiroshima mon amour evita caer en la trampa de un realismo superficial (lo concreto, lo real) y establece una nueva realidad fílmica, basada en la refutación de la apariencia. Se trata de un cine de la ambigüedad ontológica.

La permanente contradicción de las imágenes consigo mismas o con la banda de sonido (palabras o música) produce una especie de devastación. 

Contiene una dialéctica de la realidad exterior y a la vez plantea una dialéctica existencial. "Me acordaré de ti como del olvido del amor", le dice él a ella. El olvido como eje sobre el cual está formalmente construida la obra. Memoria-olvido no están relatados antitéticamente; porque el olvido es el modo de ser más esencial de la memoria. Hay una confrontación lúcida y desesperada entre la memoria y la muerte. Pasado y presente como dos fuerzas irreconciliables: la aceptación de éste implica la abolición de aquél.

Es una película que acaba con el imperio de la fotografía (imagen) e introduce una literatura potente que, a su vez, claudica también cuando el ritmo o las imágenes la ponen en cuestión. El uso de las palabras monocordes y monólogos (tan repetitivos como repetitiva es la obsesión) entroncan con el estilo literario y cinematográfico de las voces de Marguerite Duras, redundando en la sensación de una película donde la musicalidad visual y dialogada se impone a la linealidad narrativa.

Resnais no parece fiarse ni de la realidad aparente de la cámara ni de la palabra; porque el mundo tiene que ser reconstruido inmediatamente, vuelto a pensar y a organizar, tal como si jamás hubiera existido.

Un ejercicio extraordinario el que realizan Resnais y Marguerite Duras (novelista, guionista y directora de cine, conocida asimismo por su novela semi-autobiográfica El amante, que llevó al cine el gran director Annaud). 

 

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