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lunes, 24 de febrero de 2025

Rojo, de Kieslowski

A lo largo de la trilogía dedicada a los tres colores de la bandera francesa, que representan los ideales revolucionarios: Azul (libertad), Blanco (Igualdad) y Rojo (fraternidad), el cineasta polaco Kieslowski pone en tela de juicio todos estos ideales. Y a la vez nos muestra ideas, digamos más trascendentales, como el amor o el azar (la importancia del azar en nuestras vidas es evidente según la mecánica cuántica). El azar es el desencadenante argumental de sus películas. No en vano, realizó en 1981 una película titulada El azar, que nos presenta tres versiones de la vida del protagonista, que cambia dependiendo del azar y los distintos destinos que este produce. 

Al igual que hiciera en las anteriores películas de la trilogía, donde cuestionaba la libertad en Azul y la igualdad en Blanco, en Rojo reflexiona sobre la fraternidad, poniéndola también en cuestionamiento, donde las soledades humanas contradicen de un modo paradójico el efecto de las tecnologías comunicativas.

Desde los títulos de crédito, hasta casi el final, se suceden un sinfín de llamadas telefónicas o intentos de llamadas, lo que genera un discurso sobre la virtualidad en las relaciones interpersonales contemporáneas a la vez que un déficit de comunicación en esta era tecnológica en la que las llamadas incrementan las soledades (Valentine, encarnada por la bella actriz Irène Jacob, con su pureza y su inocencia, a la que Kieslowski descubriera en Adiós, muchachos, de Malle), los engaños, los celos...

Rojo (1994) es una coproducción franco-polaca-suiza, la última película de esta trilogía. Y también la última de este cineasta humanista, lúcido y sugerente, a sabiendas de que parecía vivir sólo para el cine, el cual, antes de fallecer de forma repentina, trabajó en los guiones de Cielo, Purgatorio e Infierno, correspondientes a una nueva trilogía basada en La Divina Comedia de Dante.

Kieslowski, que comenzó en el mundo del cine captando la realidad hasta llegar a trascenderla, recibió el reconocimiento unánime de crítica y público con Rojo, además de éxito en taquilla. Obtuvo tres nominaciones en los Óscar (mejor dirección, mejor fotografía y mejor guion original). Fue nominada al Globo de oro como mejor película de habla no inglesa. En los premios César fue candidata a mejor película, mejor actor (Trintignant), mejor actriz (Irène Jacob), mejor director (Kieslowski) y mejor guion (Kieslowski y Piesiewicz). Asimismo, fue nominada a la Palma de Oro del Festival de Cannes, entre otros muchos galardones internacionales. 

En Rojo el azar es esencial. No en vano, el director manifestó en diversas ocasiones su obsesión por los encuentros casuales. “Me gustan los encuentros casuales; la vida está llena de ellos. En este momento, en este café, estamos sentados al lado de extraños. Todo el mundo se levantará, se marchará, y seguirá su camino. Y, entonces, nunca más se volverán a encontrar. Y si lo hacen, no se darán cuenta de que no es por primera vez.”

Rojo se desarrolla en una serie de entrecruzamientos de personajes, entre los cuales tienen lugar los encuentros y rupturas que constituyen el meollo de esta película. Abundantes son los entrecruzamientos entre Valentine y Auguste (interpretado por Lorit) que no llegan a convertirse en encuentros por pura casualidad. El azar mantiene separados a ambos personajes. 

La secuencia inicial es toda una declaración de intenciones, a través del cableado telefónico, de las vías de una atracción que desembocan en el mar o del trazado de metro. Se nos muestra en imágenes el paralelismo entre las vidas de los protagonistas y el destino de su relación, en una misma dirección. Desde el inicio vemos al joven juez Auguste y a Valentine cruzándose en varias secuencias y planos, sin ningún tipo de conexión directa. Se alimenta en el espectador la  sensación del cruce, del nexo entre Valentine y Auguste, que, como vías de un mismo tren, parecen destinados a que esto no suceda. Todos los cruces, todo el cableado de Rojo, de la trilogía al completo, es el verdadero espacio protagonista. 


Además del azar, está la fraternidad, vinculada a la empatía, que funciona como sucedáneo del amor, pues Rojo nos narra la historia de Valentine, una joven estudiante que trabaja como modelo de publicidad y conoce por azar al juez retirado Joseph Kern (Trintignant, extraordinario en su papel, conocido por El conformista, de Bertolucci y Amor, de Haneke). 

Sus vidas se cruzan a raíz de un accidente, cuando Valentine atropella a una perra (Rita) que resulta ser la de Kern. Esta circunstancia conduce a Valentine al hogar del juez, quien vive retirado en las afueras de la ciudad suiza de Ginebra. El juez encuentra en Valentine a una salvadora, porque le confiesa su falta de interés por la vida, su falta de fe en su profesión, y, por tanto, en la sociedad en la que vive, el cual pasa los días espiando las conversaciones telefónicas de sus vecinos. Al principio, Valentine siente rechazo hacia el juez retirado por su comportamiento, pero, a medida que transcurre el tiempo, se siente atraída por este enigmático personaje, incluso desea ayudarlo, a pesar de sus dudas, pues percibe que el juez le está pidiendo ayuda. Y al mismo tiempo el juez es capaz de hacerle reflexionar a Valentine cuando le muestra lo fácil que es juzgar desde fuera. El juez queda deslumbrado por la inocente y bondadosa Valentine, la cual representa todos los valores que él considera perdidos en la sociedad. Por su parte, Valentine, a través de él, descubrirá las flaquezas del ser humano. Ambos se solidarizan, confraternizan, estableciendo un vínculo liberalizador. Esta mutua influencia nos enseña un tema clave en el cine de Kieslowski: la alteridad, la condición de ser otro. Entre Valentine y el juez Kern surge una bella relación de amistad y confianza. Y es probable que en otra época hubiera surgido algo más entre ellos. 

Rojo aboga por la necesidad imperiosa del apoyo mutuo en un escenario donde las personas viven en un engranaje de soledades que se cruzan sin llegar a conectar, a no ser que ocurra un accidente, como sucede también en el final de la película, donde se produce el accidente de un ferry en el que viajan las tres parejas de cada una de las tres películas, accidente que sirve para crear esta unión. 

El barco se hunde en medio de un temporal en el Canal de la Mancha, arrastrando con él las vidas de casi todos sus pasajeros, aunque logran sobrevivir: Julie, Olivier, Dominique, Karol, Valentine, Auguste. 

A lo largo de la película, Valentine y su vecino Auguste, el joven aspirante a juez, están a punto de conocerse, incluso, como espectadores, tenemos al sensación de que podrían entenderse bien –que contrasta con la relación tóxica que Valentine mantiene con su novio–. Sin embargo, nunca llegan a entrar en contacto, y es el accidente lo único que lo permite. Cabe señalar que Auguste es como una reencarnación del juez retirado (he aquí, una vez más, el tema del doble, abordado en La doble vida de Verónica), aunque Auguste no siga por el camino de Joseph Kern, que abusó de su poder para vengarse. 

Respecto a la planificación, se observa un cuidado especial en los primeros planos de objetos, algunos de ellos cargados de simbolismo, algo habitual en el cine de Kieslowski. Un sinfín de puertas, ventanas y ventanales, vallas o cortinajes le sirven para reducir el espacio visible por el que se mueven los protagonistas y así focalizar aún más la atención en ellos. Como ese penúltimo plano en el que vemos al juez retirado (Trintignant) mirando el mundo exterior desde la ventana de su casa por la noticia de que Valentine ha sobrevivido al naufragio  del ferry. La cámara penetra a través de ventanas y puertas en las diferentes viviendas de estos personajes. 

Desde el punto de vista estético, Rojo (símbolo del calor del amor y de la vida) llama la atención por el color y el efecto que causa en los espectadores. Es curioso cómo una foto que se hace Valentine, con un fondo rojo y una mirada triste, es la que después se da en la realidad en el final de la película. Ese juego entre el azar y las casualidades, entre la anticipación de los hechos, añaden a la historia un toque mágico. Es como si el presente anticipase el futuro y ese futuro se relatara al mismo tiempo mediante los recuerdos del pasado. Resulta fascinante cómo la forma en que está narrada esta película afecta al mismo tiempo al presente, al pasado y al futuro de los personajes sin hacer uso de flashbacks.

La luz tiene gran importancia en esta obra que transita desde lo exterior a la oscuridad interior de los personajes. Su estilo está entre el virtuosismo visual de Azul y el hiperrealismo glacial de Blanco. A pesar del predominio del rojo -vestidos, luces de vehículos, algún fondo- el director de foto introdujo gamas de verdes y de marrones. 

En cuanto a la banda sonora, compuesta por Preisner, recuerda el estilo extraordinario de La doble vida de Verónica

Preisner, que estudió Historia y Filosofía en la Universidad de Cracovia, es un músico autodidacta y uno de los grandes compositores contemporáneos, que también puso música a El olvido que seremos, de Fernando Trueba. Grande este cineasta, al que recuerdo con cariño a su paso por la escuela de cine de Ponferrada. Y también por sus películas como El año de las luces, Belle époque o el documental Calle 54 donde rinde homenaje a músicos sobresalientes del jazz latino, entre ellos Bebo y Chucho Valdés, Chano Domínguez, Michel Camilo o Gato Barbieri. 

Elementos en común en la trilogía

En los Tres Colores: Azul, Blanco y Rojo vemos a una anciana que intenta colocar sin éxito una botella dentro de un contenedor. En  Azul la anciana no logra ni siquiera alcanzar la boca del contenedor; en Blanco no logra meter la botella dentro del contenedor, y en Rojo la anciana lo consigue gracias a la ayuda que le procura Valentine, que se muestra solidaria, fraterna.  

Asimismo, cabe señalar que la importancia que tienen las lágrimas en las tres películas: En Azul vemos a Julie (Binoche) llorando con la vista fija en un punto fuera del cuadro. En Blanco vemos llorando a Karol mientras observa con prismáticos a su ex-mujer recluida. Y en Rojo el juez Kern rompe a llorar ante una ventana rota.

Rojo está considerada como la mejor película de las tres que conforman la trilogía, aunque creo que las tres son magníficas. 



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