“En cierta manera, el
amor es contradictorio con respecto a la libertad. Si amamos, dejamos de ser
libres, nos volvemos dependientes de la persona que amamos (…) La libertad es
imposible. Aspiramos a la libertad, pero no la conseguimos” (Kieslowski)
En la trilogía Tres Colores, Kieslowski, que es un cineasta único e irrepetible, capaz de retratar lo inexplicable, lo más profundo de las emociones humanas, duda de los ideales revolucionarios franceses: Libertad (Azul), igualdad (Blanco) y fraternidad (Rojo). En todo caso, la idea de libertad es una constante en toda su filmografía. Y en Azul explora este concepto, este color, que es uno de los colores de la bandera francesa, también de la Unión Europa, el color del frío, de la desolación. ¿Es posible la libertad? ¿Tiene sentido la libertad sin la igualdad y la fraternidad? Algo que también planteará en sus películas posteriores, Blanco y en Rojo, que conforman esta lírica trilogía.
Dos años después de La doble vida de Verónica (1991), este singular director polaco filmó Azul, una obra sublime, conmovedora, la cual se estrenó en el Festival de Venecia, donde consiguió el León de oro, el Goya a la mejor película extranjera en la octava edición de estos premios, y un galardón a la mejor actriz para la maravillosa Juliette Binoche, que compone un personaje roto, con rostro de dolor, la cual se expresa a través de las miradas (poderosas), las respiraciones, los silencios. Asimismo, en Azul está presente el amor como aspiración de libertad. Pero, como nos cuenta Kieslowski, si amamos, dejamos de ser libres.
Azul (1993), obra cumbre en la cinematografía europea, comienza con un accidente, con el sonido de un claxon, el reflejo de las luces de un túnel en los cristales de un coche y un joven corriendo hacia éste rodeado de humo. Todo envuelto en una atmósfera hipnótica, poética, bajo un tono de frialdad.
Después del accidente, la protagonista Julie (Juliette Binoche), que sobrevive al mismo, pero pierde a su hija pequeña y a su marido (un célebre compositor encargado del himno para la unificación de Europa), intenta poner fin a su vida, sin éxito. Cuando abandona el hospital, Julie decide romper con su vida anterior, deshaciéndose de todas sus pertenencias materiales, comenzando una nueva vida, liberándose de los recuerdos, de las ataduras. Entonces, se instala en un ático parisino, pasa los días entre el café de la esquina, donde a menudo se fija en un músico vagabundo que parece tocar la melodía que su marido dejó inacabada, y la piscina, donde ahoga su llanto. Quiere vivir sin ataduras, sin amar ni ser amada. Amar y ser amado, tal vez lo mejor que a uno le puede ocurrir, aunque sacrifique la libertad. Al final, se enamora de Olivier (el colega de su marido, el cual siempre había estado enamorado de ella en secreto) y descubre que su marido tenía una amante, Sandrine (Florence Pernel), que espera un hijo suyo.
Cabe recordar que la composición musical inacabada del marido de la protagonista se convierte en uno de los elementos esenciales de esta película, en la que vemos, de una manera excepcional, un uso simbólico del color azul. Impactante resulta asimismo la secuencia de la piscina donde un sorprendente azul oscuro impregna toda la imagen, con el reflejo psicológico de Julie ante sus propias emociones en la piscina, la composición de su marido sonando de fondo, y la inmersión en el agua de la protagonista en posición fetal, luchando ante el duelo. El azul oscuro como símbolo de la anterior vida familiar de Julie y su duelo. El azul como reflejo del dolor, duelo y frialdad hasta su transición poética hacia la vitalidad y la espiritualidad, porque, aunque al inicio de la película, tras el accidente sufrido, la protagonista desea terminar con su vida y con los originales de la partitura de su marido; intentará conservar sin embargo la idea de fidelidad sobre su esposo y sobre la inspiración artística. Todas estas acciones se verán frustradas por elementos internos o externos a la protagonista, ya sea por el azar o el destino, constantes en la obra de Kieslowski, al igual que lo son la muerte, la justicia, la redención o la sensibilidad, como la que nos muestra el personaje de Olivier (Benoît Régent), cuyo amor hacia Julie y su pasión por la música y la obra inacabada de su fallecido compañero, son los elementos redentores de la indiferencia de Julie. Asimismo, Olivier también representa la elección de continuidad; la elección por el azul claro, alejando a Julie de su duelo.
Otros personajes que aparecen bien retratados en la película son los de la joven e inocente prostituta Lucille (Charlotte Véry, actriz a la que vemos también en Cuento de invierno, de Rohmer), vecina de Julie, para quien simboliza la posibilidad de la libre elección y la pérdida de los valores hipócritas, pese al rechazo social; el misterioso vagabundo, ignorado por los transeúntes, que se aferra a su flauta como anclaje al mundo que habita, o la madre de Julie (Madame Vignon, Emmanuelle Riva, conocida por su papel en Hiroshima mon amour, de Resnais), demenciada, que se pasa el día viendo la televisión a gente saltando al vacío.
La banda sonora, compuesta por Preisner, crea una atmósfera onírica de altos vuelos, donde sobresalen los susurros, incluso los silencios, con imágenes inolvidables, como cuando Julie evoca la partitura escrita mediante primerísimos planos de sus manos siguiendo las notas; o cuando recompone la partitura junto a Olivier. O bien la secuencia final, que une a todos los protagonistas a partir de la composición final de la excelente actriz francesa Juliette Binoche, a quien recuerdo asimismo en La insoportable levedad del ser, Los amantes del Pont-Neuf, El paciente inglés, Damage (Herida, con música de Preisner) o Chocolat, entre otras películas.
La relación entre Azul y el resto de la trilogía contiene varios guiños al resto de películas que ya se encontraban en fase de preproducción. Y, en el caso de la secuencia en el juzgado, en plena producción, pues asistimos al cameo de los dos protagonistas de Blanco.
Azul cautiva por su magistral puesta en escena, con la iluminación, los colores, el agua, los fundidos a negro, la impactante banda sonora de Preisner, la interpretación portentosa de Binoche.
Azul, que es la sublimación del dolor a través del arte y también del amor, se me antoja poesía cinematográfica en estado puro, donde se funden imágenes y sonidos en una belleza estremecedora.
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