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jueves, 18 de octubre de 2012

Entrar en trance


Sigo recuperando palabras en este bosque hoy tornado en umbrío, con la lluvia azotando nuestras miradas hacia el porvenir.

Lo que a uno le gusta, en verdad, es entrar en trance a ritmo de palabra, como un derviche que flotara en el espacio sideral de los tiempos pasados y presentes, volar alto, muy alto, tanto que pueda alcanzar el centro del universo en expansión, el infinito hecho con tu cariño y sonrisas. La libertad de saberse y saborearse al mediodía, al amor de unas tostadinas con mermelada mojadas en un café con leche. 


Ahora, más que nunca, siento la necesidad de aproximarme a ti, a tu sostén espiritual, a tu presencia real y tangible, tan humana y tan divina, que podrías traspasar cualquier muro, y elevarte, tú también, por encima del bien y el mal. Nietzscheanos que nos volvemos. 


Me encanta soñar con el infinito rostro de tu mirada, que  se vuelve luz y energía hipnóticas, como si de repente atravesáramos un cuadro de Vermeer, mientras te siento flotando al lado de una ventana abierta, a la vez que acaricio los poros sensuales de tu alma. 

Me encanta que me sueñes, que beses mi noche y arrumaques mi vida.


Me encanta tu belleza y el con-tacto de tu ser, que me devuelve a una infancia feliz. 


Por eso quiero escribir como vivo, amar(te) escribiendo, la escritura como flujo y transfusión de sangre. Quiero, deseo, como Ramón Gómez de la Serna, escribir con mi propia sangre, con tu aliento, bajo el influjo de la realidad y ese onirismo milleriano capaz de transformar lo grosero en lírica y ternura que nos hace tocar el éxtasis. 


Pues sigamos levitando.

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