No salimos de una, y ya estamos en la siguiente, si es que “como en España en ninguna parte del mundo”, dicen algunos, y debe ser verdad, aunque la mayoría no conozcamos casi nada del resto del mundo. Si sólo nos centramos en nuestra comarca, sí parece que estuviéramos todo el tiempo de farra, con la panza al aire, contemplando las musarañas en los atardeceres dorados de alguna ilusión no del todo satisfecha. Como que nadie la marcara, sobre todo a quienes les cae la sopa boba sin el sudor de su frente. Y eso que vivimos época de crisis y paro, hipotecas imposibles y “surraques” de bolsillo por doquier.
A veces uno tiene la impresión de que en el Bierzo la gente vive como dios en su trono, sobre todo en este periodo de festejos varios, pero ésta es sólo una impresión, que conviene matizar, porque no es oro todo lo que reluce en nuestros montes y médulas, teñidos por color rojo de la sangre y el verde melosiño del noroeste. No contentos con las muchas fiestinas y saraos que se montan en los pueblos durante los meses de julio y agosto, nos metemos de lleno en La(s) Encina(s), que nos estarán cobijando con su sombra bienaventurada, bajo las hipnóticas voces de Mestre y Amancio Prada, y los muchos eventos programados para la ocasión, que uno casi no da abasto con todos. Y a la semana siguiente, como en un sueño breve e intenso, el Cristo bembibrense ya nos estará tocando y aun redoblando el tambor, que para eso vivimos entre dos orillas y dos bierzos, el Alto y el Bajo. Si no estuviéramos siempre de farra, como los buenos danzarines, cómo se explica que un lunes cualquiera, en noche de blanco satén, haya un buen número de devotos en la sala Tararí escuchando el guitarreo flamencoblusero de Raimundo Amador, uno de los más grandes de nuestra música. Raimundo, “my amigo”, como le dijo B. B. King en aquel concierto memorable, que diera el afamado músico gringo en la Plaza de Toros de León, en el 2004, con la valiosa colaboración de nuestro Raimundo, que también nos ofreció un espectáculo musical extraordinario la noche de un lunes común y corriente, que nunca olvidaré, en la que salía nomás a estirar las piernas en busca del sosiego que procuran las calles del casco histórico ponferradino, y de repente me encuentro, en la calle del Reloj, con la amiga Macu, que me llevó literalmente de la mano al Tararí, algo que siempre le agradeceré, porque de no ser así, me lo hubiera perdido. El Tararí me hace recordar aquella época de conciertos en el Café Corrillo de Salamanca, ciudad en la que casi todo adquiere aires de “marcha” y cachondeíto, como ocurre en Ponferrada.
A veces uno tiene la impresión de que en el Bierzo la gente vive como dios en su trono, sobre todo en este periodo de festejos varios, pero ésta es sólo una impresión, que conviene matizar, porque no es oro todo lo que reluce en nuestros montes y médulas, teñidos por color rojo de la sangre y el verde melosiño del noroeste. No contentos con las muchas fiestinas y saraos que se montan en los pueblos durante los meses de julio y agosto, nos metemos de lleno en La(s) Encina(s), que nos estarán cobijando con su sombra bienaventurada, bajo las hipnóticas voces de Mestre y Amancio Prada, y los muchos eventos programados para la ocasión, que uno casi no da abasto con todos. Y a la semana siguiente, como en un sueño breve e intenso, el Cristo bembibrense ya nos estará tocando y aun redoblando el tambor, que para eso vivimos entre dos orillas y dos bierzos, el Alto y el Bajo. Si no estuviéramos siempre de farra, como los buenos danzarines, cómo se explica que un lunes cualquiera, en noche de blanco satén, haya un buen número de devotos en la sala Tararí escuchando el guitarreo flamencoblusero de Raimundo Amador, uno de los más grandes de nuestra música. Raimundo, “my amigo”, como le dijo B. B. King en aquel concierto memorable, que diera el afamado músico gringo en la Plaza de Toros de León, en el 2004, con la valiosa colaboración de nuestro Raimundo, que también nos ofreció un espectáculo musical extraordinario la noche de un lunes común y corriente, que nunca olvidaré, en la que salía nomás a estirar las piernas en busca del sosiego que procuran las calles del casco histórico ponferradino, y de repente me encuentro, en la calle del Reloj, con la amiga Macu, que me llevó literalmente de la mano al Tararí, algo que siempre le agradeceré, porque de no ser así, me lo hubiera perdido. El Tararí me hace recordar aquella época de conciertos en el Café Corrillo de Salamanca, ciudad en la que casi todo adquiere aires de “marcha” y cachondeíto, como ocurre en Ponferrada.
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