Si hace unos días bailábamos guarachitas en el palenque de las ilusiones, imaginándonos a orillas del Maleconcito habanero, dándole al ron mientras “con-templamos” un rojizo atardecer, ahora nos soplan brisas argentinas, heladas y teñidas de tristeza, porque acabo de enterarme de la muerte de Celia Cuenya, a quien hacía referencia en un artículo escrito a finales de julio del año en curso, y eso me ha trastocado. Abel, el padre de Celia, me envía un mail para comunicarme tan desagradable noticia.
Celia, con 38 años y siendo profesora de la Universidad de La Plata, tenía todo el futuro por delante, y de repente se truncó, como se ha truncado, sin vuelta de hoja, y entre todos la mataron, la Escuela de Cine en la Ponsferrata de los osmundos y templarines, y eso nos hace conscientes, una vez más, de nuestra finitud, de nuestra corporeidad mortal, mortal y rosa, como quiso Umbral en aquel diario-dinamita, novela brutal y hermosísima a partes iguales, que dedica a la muerte de su hijo. Que a uno se le muera un hijo/a es algo inaceptable, antibiológico, definitivo, aunque dicha sea la verdad, uno encajaría como un tiro que se le fueran sus padres, porque ellos lo dan todo, lo material y lo espiritual, a cambio de nada. Qué grande es ver a nuestros padres sanos y desenvueltos. Como la muerte no perdona, también le llegó hace unos días al prócer argentino, Bergara Leumann, con quien tuve la ocasión de compartir una amena charla en su “Botica del Ángel”, sastrería teatral, palacio de la cultura. Pero como la vida prosigue, uno debe armarse de valor y engancharse a todo aquello que nos hace sentir bien, fluyendo hacia el valle de Noceda, vibrando bajo una luna llena, que diría nuestra amiga Ester, en pos de la libertad. Interior y exterior. La libertad como camino que guía y alumbra a los nómadas. Sin ataduras, sin angustias, como el gaucho Díscoli, ideal de libertad, en su recorrido por el mundo “alante”. Como esos viajes en bici por los desiertos, que algún intrépido aventurero nos ha contado, a lo largo de la pasada semana, en la sala cultural de Caja España de Ponferrada, con motivo de la Semana Europea de la Movilidad. Por tanto, recuperemos el baile, las danzas tribales, la música de las palabras, el ritmo de la naturaleza, aprendamos a convivir con la incertidumbre, a vivir el instante borgiano, como vagamundos más allá del viento, y dejémonos fluir por los cauces reinventados de la fantasía, aunque invadan con canteras, y puterías varias, nuestros parajes de interés mundial, ahora en alianza con otros espacios patrimoniales.
Celia, con 38 años y siendo profesora de la Universidad de La Plata, tenía todo el futuro por delante, y de repente se truncó, como se ha truncado, sin vuelta de hoja, y entre todos la mataron, la Escuela de Cine en la Ponsferrata de los osmundos y templarines, y eso nos hace conscientes, una vez más, de nuestra finitud, de nuestra corporeidad mortal, mortal y rosa, como quiso Umbral en aquel diario-dinamita, novela brutal y hermosísima a partes iguales, que dedica a la muerte de su hijo. Que a uno se le muera un hijo/a es algo inaceptable, antibiológico, definitivo, aunque dicha sea la verdad, uno encajaría como un tiro que se le fueran sus padres, porque ellos lo dan todo, lo material y lo espiritual, a cambio de nada. Qué grande es ver a nuestros padres sanos y desenvueltos. Como la muerte no perdona, también le llegó hace unos días al prócer argentino, Bergara Leumann, con quien tuve la ocasión de compartir una amena charla en su “Botica del Ángel”, sastrería teatral, palacio de la cultura. Pero como la vida prosigue, uno debe armarse de valor y engancharse a todo aquello que nos hace sentir bien, fluyendo hacia el valle de Noceda, vibrando bajo una luna llena, que diría nuestra amiga Ester, en pos de la libertad. Interior y exterior. La libertad como camino que guía y alumbra a los nómadas. Sin ataduras, sin angustias, como el gaucho Díscoli, ideal de libertad, en su recorrido por el mundo “alante”. Como esos viajes en bici por los desiertos, que algún intrépido aventurero nos ha contado, a lo largo de la pasada semana, en la sala cultural de Caja España de Ponferrada, con motivo de la Semana Europea de la Movilidad. Por tanto, recuperemos el baile, las danzas tribales, la música de las palabras, el ritmo de la naturaleza, aprendamos a convivir con la incertidumbre, a vivir el instante borgiano, como vagamundos más allá del viento, y dejémonos fluir por los cauces reinventados de la fantasía, aunque invadan con canteras, y puterías varias, nuestros parajes de interés mundial, ahora en alianza con otros espacios patrimoniales.
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