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sábado, 11 de mayo de 2024

De Madrid al azul celeste de la espiritualidad

Madrid desde San Isidro
Me encanta darme un voltión de vez en cuando por la capital del reino porque siempre encuentra uno inspiración en sus calles y plazas, su gastronomía, sus monumentos, sus parques y cementerios, sus bares y restaurantes, sus personajes, esos que pueblan las páginas del arte, de la cultura, así como aquellos que caminan en busca de autor, o de autora, por los subsuelos de la vida, esta vida breve y absurda, aunque bella a la vez, porque la vida está para ser vida en primer lugar y luego para ser contada. 

Vivir para contarla, como hiciera el bueno de Gabo, que nos dejó una obra extraordinaria, él que manejaba las letras como periodista, como escritor y aun como especialista en guiones en cine. 
Goya en parque de San Isidro

Vivir para contarla, como hiciera asimismo otro coloso de las letras, el genial y casi siempre sublime sin interrupción Umbral, el autor de Las palabras de la tribu, entre otros cientos de volúmenes, el cual nos contó, precisamente en este libro dedicado a los escritores españoles, que su madre era de Valencia de Don Juan, en la provincia de León.  

Para contarnos, mejor que nadie, vivió Umbral. Para contarnos ese Madrid en tantos libros y artículos de opinión, en esas sus memorias, por ejemplo en Días felices en Argüelles, que es por cierto un título que se parece a Días tranquilos en Clichy (ambientado en París), de Henry Miller, maestro que fuera de Umbral. 

Pradera de San Isidro

Madrid ha sido mucho en la literatura, asegura el autor de Las ninfas en su Travesía por la capital. "Madrid es en sí mismo un género literario o muchos. De Quevedo a Cela... Madrid es un buen material literario... El Madrid manchego de Gutiérrez Solana y el Madrid exquisito y pensante de Ortega... Madrid, más que una ciudad, es una disculpa para escribir... un Madrid que huele a anís del mono"... Es, según él, "la ciudad más abierta de Europa... Es plural, por eso admite todos los géneros literarios, todas las miradas...

Palacio de Oriente y la catedral Almudena

Es un poético trenzado de ocio y trabajo, de alegría y resignación, de carácter y tiempo", añade Umbral, quien también cree que a la ciudad de Madrid la inventaron Carlos III y un albañil de Jaén, además de la mano que echó el marqués de Salamanca.  Sí, al parecer Carlos III, "el mejor alcalde de la capital", fue un rey ilustrado que hizo mucho y bien por esta ciudad, con servicios de alumbrado y una buena red de alcantarillado, además de grandes avenidas y monumentos como la Cibeles, Neptuno, la puerta de Alcalá, el jardín botánico, el edificio del museo del Prado o el que hoy alberga el museo Reina Sofía. 

Ahora estoy terminado la lectura del libro Madrid, de Andrés Trapiello, que hace un tiempo me recomendara el amigo Javi, lo cual le agradezco, porque Andrés Trapiello también nos cuenta su Madrid con singularidad, con mucha literatura. Cabe recordar que Andrés Trapiello es de la saga artística de los Trapiello, de Manzaneda de Torío. Leonés madrileño, hermano de Luis (a quien tuve la ocasión de entrevistar: https://ileon.eldiario.es/la-fragua-literaria/luis-garcia-trapiello-dice-democratico-defender-iguales-opinion-necio-conocimiento-sabio_1_9537228.html) y de Pedro (conocido sobre todo por su Cornada de lobo, con quien tengo buen trato: https://cuenya.blogspot.com/2013/02/cornada-de-lobo-pedro-g-trapiello.html), entre otros. 

Andrés Trapiello es también primo del gran Andrés Martínez Trapiello (también incluido en la fragua literaria leonesa: https://ileon.eldiario.es/cultura/varias-ocasiones-manifestado-error-provincianos-educan-hijos-emigracion_1_9426126.html). 

El Madrid de Trapiello es la ciudad que él ha vivido y paseado desde que llegara a esta capital un 5 de mayo de 1971, acompañado precisamente por su hermano Pedro... A tenor de lo que nos cuenta, su vida no resultó nada fácil al inicio de su estancia en la capital, porque tuvo que batallar vendiendo libros por las puertas. 

"Cuando llegamos a Madrid estaba lloviendo, una de esas lluvias muy de Madrid, flojas y negras, como agua de fregar", cuenta Andrés Trapiello, el cual siente como suyo el Madrid de Galdós, de Solana o de Ramón Gómez de la Serna.  

Galdós, cementerio de La Almudena

Me alegra que hoy Andrés Trapiello haya compuesto una ingente y sustanciosa obra (ahí están también sus varios tomos de su diario Salón de pasos perdidos).  

Volveré sobre el Madrid de Trapiello cuando finalice su lectura al completo. 

Y ahora, después de este preámbulo, doy paso a mi Madrid, el que me sigue sorprendiendo, con el que aprendo cada día, que no me canso de explorar, de recorrer, porque una gran ciudad (también una ciudad grande) como Madrid, Mayrit (matriz, arroyo, lugar abundante en agua), Magerit, no se agota ni en uno ni en cientos de paseos. 

El pasado fin de semana (aprovechando la fiesta del 1 de mayo y siguientes) estuve en esta ciudad. Y me adentré en sus cementerios, acaso porque Madrid es un gran cementerio y al mismo tiempo una urbe que vibra cada segundo por los poros de su intraánima.

Larra y Ramón, cementerio de San Justo

Ese Madrid de Larra y Espronceda y también del greguerístico Ramón Gómez de la Serna, o sea de la Sorna, el cual nos ofreció magníficas greguerías de la capital del Reino, así como un libro imprescindible titulado El rastro, porque Madrid es Ramón y sus vanguardias.
Cabe recordar que Espronceda, quien fuera amigo del escritor berciano Gil y Carrasco, me marcó con El estudiante de Salamanca.
Madrid es también Mesonero Romanos, cuyos huesos no puede localizar (incluso provisto del Google maps) en el cementerio de San Isidro (en el distrito de Carabanchel) por más que lo intenté. Me decía que estaba a diez metros, pero allí no aparecía. Un milagro a la inversa.
cementerio de San Justo
Madrid es también el del romántico y librepensador Larra, el autor, entre otros, de la escalofriante Nochebuena de 1836, Delirio filosófico. Confieso que me fascina la figura y la obra de Larra, al que leí por primera vez con once años y me giró la testa.
Madrid es asimismo pasear por la plaza Mayor y que el olor a calamares fritos te haga levitar en busca del séptimo cielo.
Madrid es adentrarse en el barrio de las Letras y que se te aparezcan en cuerpo y alma, todos en uno, Quevedo, Lope y Cervantes.
Madrid es Ortega y Gasset con su España invertebrada en el camposanto de San Isidro. Un filósofo colosal, Ortega. Su España invertebrada y la rebelión de las masas, aparte de sus muchos y sustanciosos artículos, son un material valiosísimo.
Cementerio de la Almudena
Madrid es una greguería gigante, una de esas que te cautivan con su humor metafórico. Larra y Gómez de la Serna en la misma sepultura. En el panteón de los ilustres.
De Madrid al cielo. Al azul celeste de la espiritualidad.

Poetizaba Dámaso Alonso que Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres. Pues bien, he aquí algunas tumbas de algunos ilustres e ilustrados/as, que yacen en el cementerio de la Almudena, que, al decir de un tipo, tiene la extensión de Segovia. La verdad es que se me hace -hase, güey- enorme, el más grande de Europa occidental, según los entendidos en la materia. Este camposanto se halla en el distrito de Ciudad Lineal.
Ortega, en San Isidro

Resulta complicado encontrar las tumbas de grandes de la cultura, sobre todo en este 2 de mayo, que es festivo. Y esto anda deshabitado de mortales y rosa, por decirlo a lo Umbral, imposible por lo demás encontrarme con el espíritu de Umbral, y aun de otros como el escritor Onetti, el pintor Solana, el futbolista Di Stefano, el productor de cine Querejeta o el actor López Vázquez, entre muchos más. Qué nos esperen allá cuando San Isidro (ya que de santos hablamos, y este era labriego) baje el dedo.
Qué breve es esta vida, la vida, nomás por nomasito.
A dos de mayo de 2024 en Lavapiés.

Vaya aquí este poema del poeta Dámaso Alonso, quien está enterrado en el camposanto de la Almudena.
Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas).
La Almudena, Familia Flores
A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este nicho en el que hace 45 años que me pudro,
y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros, o fluir blandamente la luz de la luna.
Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como un perro enfurecido, fluyendo como la leche de la ubre caliente de una gran vaca amarilla.
En cementerio de la Almudena
Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma,
por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta ciudad de Madrid,
por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo.
Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?
¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día, las tristes azucenas letales de tus noches?
Manzanares

Estamos en la antesala de San Isidro Labrador, que al parecer cultivaba las tierras de la ribera del Manzanares.
Por cierto, el río Manzanares no es -o mejor dicho, no parece- glamuroso como el Sena o el Támesis, pero es el río de la capital del Reino. "Arroyo, aprendiz de río", dijo de él el satírico Quevedo.
Y San Isidro es la fiesta más castiza y más popular de esta ciudad, el centro mismo de la piel de toro o de vaca tendida al sol, acaso un sol embotellado, que a menudo luce espléndido.
Madrid y su pradera.
El esperpéntico y genial Goya le dedicó un bello cuadro pictórico. A la pradera de San Isidro.
En el fondo, Madrid, como París -con un guiño a Hemingway-, era y es una fiesta.
Una fiesta en la que sobresalen algunos lugares para fantasear como el cerro donde se asienta el templo Debod, que es probablemente el edificio más antiguo de Madrid, o sea, todo un emblema en esta capital. Se cuenta que este templo fue un obsequio egipcio -proveniente de la presa de Asuán-. Una maravilla, que nos invita a viajar a orillas del Nilo. Y, como ya había adelantado, este templo se alza sobre una elevación con vistas al mundo: al Palacio de Oriente, a la catedral de la Almudena, a la torre Madrid, al edificio España, con el hotel Riu...
Al bosque madrileño.
A los pies de este cerro, donde vemos el templo de Debod, se halla una estatua de Sor Juana Inés de la Cruz, mística escritora mexicana del Siglo de Oro, a la que descubrí en mi etapa mexicana, gracias también al Nobel Octavio Paz. Por cierto, existe una estatua parecida de Sor Juana Inés en el bosque de Chapultepec de la Ciudad de México. Pues eso, de Madrid al país náhuatl.
Próximo al cerro donde se ubica el templo Debod está la plaza de España, en cuyo centro se sitúa el monumento de Cervantes con sus personajes Don Quijote y Sancho. Sigamos cabalgando por las praderas del presente, del aquí y ahora, mientras el mundo gira.
Desde Sacramental de San Justo

Otro edificio que invita a imaginar sin cortapisas es el Capitol, que sigue fascinando al visitante por su modernidad, como si se hubiera construido ayer mismo. Y además es un símbolo cinematográfico después de que el cineasta Alex de la Iglesia lo convirtiera en inmortal en su película El día de la bestia, que tendré que ver de nuevo.
El Capitol sobresale como un icono expresionista y aerodinámico en la Gran Vía, que podría ser asimismo una calle de Manhattan, con algún bolero mexicano lustrando los zapatos de los viandantes.
La Gran Vía es una puñalada de luz al corazón del casticismo, una mano abierta al aire, como escribiera Raúl del Pozo, el delfín de Umbral.
Me entusiasma la Gran Vía que retrató el genial Antonio López con su sol del membrillo.
como un ritual ya ensayado me acerco al callejón del Gato para darme cita con el modernista y esperpéntico Valle Inclán, un tipo al que me hubiera gustado conocer en persona.
Al menos me/nos queda su sustanciosa obra.
Sentado en un banco con el autor de Luces de bohemia -obra extraordinaria en un Madrid brillante, absurdo y hambriento- miro esos espejos deformantes como si fueran esos tiempos convergentes, divergentes y paralelos de los que nos hablara Borges en su cuento El jardín de los senderos que se bifurcan. De este modo se me aparece el azar en forma de mecánica cuántica. Al parecer, el azar sigue presidiendo nuestras vidas. Y Valle me habla con alma de visionario de un Madrid, de una España, que puedo reconocer tal cual un siglo después de que él la plasmara en sus Luces.
Qué la luz -las luces-, nos siga iluminando en esta senda de la vida.
Y para finalizar este recorrido quedo en el oso y el madroño de Sol con la amiga Carmen, a quien conociera hace un par de años en la abadía cisterciense de Cóbreces (Cantabria). Al amor de un café en la histórica cafetería La Mallorquina, en la primera planta, con maravillosas vistas a la plaza, charlamos de forma distendida. Ella ya está pensando en viajar a Berlín, que es una ciudad que gusta mucho a los jóvenes de Europa.
Berlín aparece como mapa afectivo en mis Mapas afectivos.
De Madrid a la capital germana es tan sólo un paseo.
Después del café nos damos un paseo por la Calle Mayor, que está ligada a dos de los grandes poetas y dramaturgos de las letras españolas: Lope de Vega (nacido en el número 50) y Calderón de la Barca (que vivió en el número 61). 
Con Carmen en la plaza de la Villa

Nos allegamos a la plaza de la villa y ahí nos tomamos unas foticas. Una histórica plaza con tres edificios de gran valor artístico, entre ellos la plateresca Casa de Cisneros y la barroca Casa de la Villa, que albergó hasta principios del siglo XXI el Ayuntamiento de Madrid. 
Regresamos por la plaza Mayor a Sol, donde nos despedimos. 
Y uno se despide también de Madrid hasta el próximo viaje. 

3 comentarios:

  1. Chapeau! Por ese retrato de Madrid, pero un retrato con mucha literatura, con mucho cariño, y con mucho talento.
    Citas a Trapiello (a "los Trapiello", de los que soy un antiguo admirador, desde el primero de ellos, el cura Trapiello, autor de 'Tiburcio y Cogollo') y me parece un excelente referente.
    Y citas también a otros grandes autores.
    Veo que pasaste un gran fin de semana en "este Madrid cosmopolita y turístico".
    Un abrazo.

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  2. ¡Qué magnífica descripción de esa ciudad tan bella y complicada! ¡Cómo me gustan siempre tus escritos viajeros! Es descubrir tantas cosas nuevas de lugares conocidos... Gracias por llevarnos contigo, Manuel. Hasta el próximo viaje.

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