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lunes, 6 de mayo de 2024

Jaén, la matria del aceite de oliva, y Granada, bajo la lluvia primaveral

Si bien ya ha transcurrido algún tiempo, algo más de un mes desde que estuviera en Jaén y en Granada, me apetece ahora (por fin, he encontrado el tiempo) contar mi viaje a Andalucía, en concreto a estas poblaciones: Jaén y Granada.

Castillo al fondo

Recuerdo haber pasado por Jaén en una ocasión (no hace tanto), pero fue como un relámpago, con lo cual no pude apreciar en su justa medida lo que de sí puede dar esa ciudad. En cambio en la pasada Semana Santa sí me adentré algo más en sus entrañas. Lástima que en esos días estuviera algo doblado, en baja forma, a resultas de una lumbalgia, que no me permitió moverme como me hubiera gustado y treparme al mirador del castillo de Santa Catalina, desde donde se disfrutan, según los lugareños, de hermosas vistas sobre la propia ciudad, además de los extensos olivares y los montes circundantes. 

Catedral
No obstante, sí saboreé su gastronomía y su aceite, que es una delicia.
Jaén es sin duda la matria del aceite de oliva. Y a este ser le entusiasma el aceite, sobre el aceite extra virgen.

Es Jaén una ciudad pequeña, coronada por el castillo, que se extiende por las laderas de un cerro. Con un centro histórico que merece la pena (mejor dicho, la alegría) ser recorrido, con unas cuantas tabernas centenarias, como La Manchega o La Barrera, entre otras muchas, las cuales me recomendó el tipo de la recepción del hotel Europa, donde puede alojarme. Un sitio confortable.

Por cierto, en esta época de Semana Santa, Jaén estaba petada de visitantes, cosa que no imaginaba, creyendo ingenuamente que no habría casi turistas.

A partir de la pandemia, todo ha cambiado. Y la gente, todos, nos hemos vuelto ansiosos por salir fuera de casa en busca de algún elixir que quizá nos procure la vida eterna. Es un decir.

Palacio de los baños árabes

En estas tabernas, como La Manchega -fundada a finales del siglo XIX-, sirven ricas tapas y raciones, como la morcilla local, con o sin migas. Algo que me hizo recordar al barrio Húmedo de la ciudad de León.

Llama la atención de esta urbe sobre todo su enorme y bella catedral, una de las más hermosas de España, la cual se eleva sobre la plaza de Santa María. Su fachada, adornada con esculturas de santos, se considera una de las obras cumbres del barroco. 

Sorprenden asimismo los baños árabes, bajo un palacio, que, al decir de algunos, son los de mayor tamaño y también los mejor conservados de Europa, los cuales permanecieron ocultos en los sótanos del palacio. Estos baños fueron construidos en los siglos XI y XII por los almohades. En sus techos abovedados podemos apreciar sus lucernarios en forma de estrella filtrando la luz.
Me gustó pasear por su judería o barrio de Santa Cruz, con ese singular callejón del Gato, entre otros. Un callejón del Gato que no es valleinclanesco, porque no percibí que tuviera, como el que existe en Madrid, espejos deformantes de la realidad, aunque pudiera tenerlos. Nunca se sabe.
Mucha vida de fin de semana con sus procesiones de Ramos. Y es que Jaén, además de aceite de oliva, huele a ramo e incienso, a morcilla y a santa semana. Con un cielo grisáceo que le da como aire de nostalgia.
Espero volver en algún momento a la provincia de Jaén para visitar las poblaciones de Úbeda y Baeza, aunque debería encontrar una época en la que no viajaran tantos turistas a estos lugares. Algo complicado.

Confieso mi debilidad por Granada desde que la descubriera en los años noventa. Ya entonces me fascinó. Y esa fascinación sigue intacta. Hasta creo que cada vez me gusta más, lo cual tiene que ver, sospecho, con que Granada se me antoja norte y sur de España, aparte de que es una ciudad árabe que a uno le permite fantasear con las mil y una noches.
Granada es asimismo la ciudad del tapeo, como León, porque tapear en esta ciudad nazarí es una costumbre arraigada.
Te tomas una cerveza Alhambra, por ejemplo, y te sirven tu tapita. También está la opción de probar la gastronomía árabe, tajine, cuscús... con esos dulces y tés morunos que te nublan la mirada de puro gusto, aunque uno no sea tan dado a los dulces.

Granada, bajo la lluvia primaveral

Árabe en la península Ibérica, Granada bajo la lluvia primaveral de finales de marzo -Graná, como dicen los oriundos- ofrece un rostro tal vez melancólico. De repente, esta ciudad sureña se revela norteña con la difuminada sierra Nevada como telón de fondo, donde sigue luciendo la Alhambra (castillo rojo) desde el mirador de San Nicolás.
Qué belleza los miradores de Granada.

En alguna ocasión, subí hasta el mirador de San Cristóbal, con vistas privilegiadas al barrio del Albaicín -el alma de Granada-, un cerro con sabor morisco, cautivador en sus cuestas y callejuelas, murallas y puertas, en sus plazas aderezadas con aljibes y alminares, en sus cármenes (el carmen es una casa con huerto y jardín), un barrio artístico, inspirador, con sus tiendas, restaurantes y teterías (el té moruno y el aroma a cachimba embriagan de poesía, de música). Un té a la menta y un tajine. Marchando. Pero que sea también con unas tapitas de jamoncito y unas cervecitas bien helodias. Vaya contraste entre lo moruno y lo católico (con las pocas procesiones semanasantinas que pudieron desfilar debido al clima lluvioso).

Me gusta pasear por las calles de Elvira, Calderería Vieja y Nueva, también aromatizadas por las mil y una noches, con sus puestos y restaurantes de comida árabe.
En la cuesta de San Gregorio, en el Albaicín, me detuve para echarle un vistazo a la casa del maestro Enrique Morente. Ahora mismo, mientras escribo, escucho su disco Omega, que supuso toda una revolución en el arte flamenco. Un trabajo que hizo en colaboración con el grupo de rock también granadino Lagartija Nick, en el que participan asimismo numerosos artistas del flamenco, como Tomatito, Vicente Amigo o Estrella Morente -hija de Enrique-, entre otros.
En Omega Enrique Morente adapta poemas de Poeta en Nueva York de Lorca y temas del cantautor canadiense Leonard Cohen, otro grande.
Me encanta la música de Enrique Morente desde que la descubriera en la década de los ochenta, tal vez en los noventa, en aquel programa de radio, Diálogos 3, que conducía el bueno de Ramón Trecet en Radio 3. Entonces la radio era una auténtica escuela de aprendizaje. Inolvidables este programa y Rosa de Sanatorio, como el homónimo poema sinestésico de Valle Inclán, cuyo responsable era el inolvidable y polifacético José Moreno Ruiz, ya fallecido desafortunadamente, el cual también hizo sus pinitos como músico con Javier Corcobado y en solitario.
Granada es también la patria indie rock de grupos musicales como Los Planetas o Lori Meyer.
Casa de Morente

Bello paseo cruzando el Albaicín hasta el Sacromonte y regresando al centro de Granada (plaza Nueva) por la cuesta de Chapiz (calle emblemática del Albaicín) a orillas del río Darro con vistas a la Alhambra.
Sólo por la Alhambra, Granada ya merecería una visita, porque la Alhambra es una bendición. Una auténtica maravilla para los sentidos.
Hacía tiempo que no me acercaba al Sacromonte. Pero en esta ocasión, incluso bajo la lluvia, me apetecía mucho darme un garbeo por este Sacromonte de soleá y seguiriyas, Sacromonte de tablao flamenco, emblemático espacio granadino de cuevas donde el flamenco (Patrimonio cultural inmaterial de la Humanidad) es un arte, cuyo origen diverso podría hallarse en los romances castellanos cantados y en la música morisca y la música sefardí.
Albaicín

Etimológicamente, el término flamenco podría provenir de la palabra flama o llama, la pasión desgarradora gitana, o del árabe fellah mengus (campesino errante). Incluso podría deberse a qué a los gitanos se les decía flamencos, o sea, "echaos pa' lante".
Inolvidable la película Flamenco, de Saura, con todos esos grandes cantaores, entre ellos los colosales Paco de Lucía y el propio Enrique Morente. O bien las excelentes Rocío Jurado y Niña Pastori, entre otras y otros.

La música como nutriente espiritual -ahí está también Manuel de Falla y su amor brujo-, y Granada como manantial de inspiración.
En mis paseos por Granada también descubrí que San Juan de la Cruz, uno de nuestros poetas más universales -el más poeta de los santos y el más santo de los poetas, como dijera Antonio Machado de él-, al que le ha cantado nuestro querido paisano Amancio Prada, estuvo por estas tierras, por el Carmen de los Mártires.
Sacromonte
San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús (extraordinaria) son los grandes referentes de la mística española.
Asimismo, en el singular barrio del Realejo nació Fray Luis de Granada.
El Realejo, conocido asimismo como el barrio judío o de los judíos-al-Yahud (judío, claro está, cuando los árabes llegaron a la ciudad), es un lugar con encanto, donde llegué a alojarme, y donde al parecer árabes y judíos convivieron tan ricamente. Quién lo diría, habida cuenta del conflicto sempiterno de palestinos e israelitas.
En todo caso, los Reyes Católicos, tan lindos ellos, tras expulsar a los árabes y judíos, se cargaron el barrio y le dieron el nombre de Realejo, eliminando el pluralismo cultural.
Desde el Realejo

El Realejo, el barrio de los guitarreros y cajoneros, colinda con el oasis de la Alhambra. Con vistas al cielo. Y a la ciudad nazarí.
A propósito de los Reyes Católicos, sus tumbas se hallan en la capilla Real, que figura adosada a la catedral.

Granada, bajo el agua, sigue fluyendo por el río del tiempo. Y al visitante le da buenas vibraciones esta ciudad plástica y lírica, llena de luz, verde y agua, con sabor andalusí, flamenco y agitanado, esta ciudad en la que se sueña y ensueña, como acaso dijera el genio Lorca, el gran poeta granaíno y universal.
El Realejo

Oh ciudad de los gitanos!
En las esquinas banderas.
La luna y la calabaza
con las guindas en conserva.
¡Oh ciudad de los gitanos!
¿Quién te vio y no te recuerda?
Ciudad de dolor y almizcle,
con las torres de canela.

Recuerdo estos versos del genio Lorca sentado al lado de su estatua en la Avenida de la Constitución de Granada.
En este reciente viaje a Granada quedé con Paqui, alumna del curso de escritura que acabo de impartir en la UNED. Un placer verla y saludarla. Aunque no llegué a hablar con ella en mi hasta ahora último viaje a la abadía cisterciense de Viaceli en Cóbreces (Cantabria), sí coincidimos en la misma. Y a partir de ahí establecimos contacto.
Quién mejor que Paqui, granadina de cuna, para adentrarse en esta ciudad por la puerta grande, tal vez por la puerta de Elvira.

Compartir con ella café y conversación en la cafetería Cielo acerca de la espiritualidad en estos tiempos convulsos, además de una fotica como recuerdo delante del busto del Gran Capitán en la avenida de la Constitución, se me hizo una bonita experiencia.
Deliciosos los desayunos en la cafetería Cielo (al lado del monasterio de San Jerónimo), con tostadas de jamón con tomate y aceite. Y la amabilidad de la joven camarera Aurora, la cual es, según me dijera, sevillana.
Aparte de alojarme en el Realejo, también en este último viaje me hospedé cerca del monasterio de San Jerónimo, habida cuenta de que resulta complicado el alojamiento en esta ciudad que, en Semana Santa, se pone hasta la bandera. En Semana Santa, fines de semana y días de guardar. Como se decía otrora. Por cierto, en este hospedaje me atendió Charlotte, que es una chica inglesa enamorada de Granada, de su naturaleza, de su gastronomía, de su forma de vida.
A lo largo de mi estancia en Granada me acompañó el espíritu de Lorca, tanto en la visita a la huerta de San Vicente (en mi anterior visita estuve también dentro de su casa-museo) como en mi paseo a la plaza de la Mariana, donde se halla la estatua dedicada a la heroína granadina Mariana Pineda.
Mariana Pineda

"Ustedes saben quién fue Mariana Pineda?", recuerdo que nos preguntó -pobres infelices- el filósofo Gustavo Bueno en una de sus magistrales clases en la Facultad de Filosofía de Oviedo allá por mediados de los ochenta. A lo que nadie respondió. Eso creo.
Aquello se me quedó grabado de tal modo que tuve que indagar acerca de Mariana Pineda, una joven de Granada que fue condenada a muerte en el siglo XIX por defender la causa liberal, por defender en definitiva la libertad y la igualdad. Y que, una vez más, el duende Lorca escribió una obra teatral dedicada a esta librepensadora.
Manuel de Falla
El creador de El romancero gitano, que es pura musicalidad, nos alertó de que "la vida es amable, tiene pocos días y tan solo ahora la hemos de gozar”. A él que lo acabarían fusilando los falangistas aunque el poeta granadino y Premio Cervantes Luis Rosales lo acogiera en su casa familiar. 
Me despido de Granada con nostalgia, no sin antes visitar el corral del carbón -curioso nombre-, una alhóndiga que sirviera en tiempos de almacén y venta de trigo, además de alojamiento para los mercaderes que lo llevaban a Granada. 




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