"Dos son los temas que realmente importan al hombre, uno es el sexo y el otro es la muerte, y precisamente de eso es de lo que hablan mis películas"
(Peter Greenaway)
La primera vez que vi El cocinero, el ladrón, sus mujer y su amante de Greenaway (1989) me quedé sobrecogido. Experimenté un gran impacto emocional. Posteriormente, he podido verla varias veces. La más reciente ahora, con motivo de una clase de Artes Escénicas y cinematográficas en el Campus de Ponferrada (ULE). Y el impacto permanece casi intacto, tal vez porque tiene una gran fuerza audiovisual, en realidad una gran fuerza sensorial, porque uno logra, como espectador, olerla y degustarla toda ella, sentirla de todas las maneras y con todos los sentidos. Este martes veremos qué impacto ha causado entre mi alumnado.
El singular director británico, creador de películas como Drowning by numbers o El vientre del arquitecto, entre otras, consigue, en mi opinión, que nos metamos de lleno en su película, que sobresale por su puesta en escena teatral (con reminiscencias del teatro de la crueldad de Artaud) y su estética pictórica (con referencias a la pintura renacentista y barroca, Leonardo da Vinci, Hals, Rembrandt, Caravaggio, Vermeer...), además de su música estridente a cargo del genio minimalista Michael Nyman (autor de bandas sonoras como El piano, a quien he podido escuchar en concierto en más de una ocasión). https://cuenya.blogspot.com/2013/05/michael-nyman.html
No en vano, Greenaway, que es asimismo pintor, cree que el cine debería ser realizado por pintores. Y, aunque sea un medio audiovisual, que nos sumerja en el mundo sensorial al completo.
En cuanto a su elaborada puesta en escena -con su iluminación (debida a Sacha Vierny, director de foto de obras como Hiroshima mon amour o Belle de jour), con su juego de luces y colores (extraordinario su simbolismo), su vestuario (debido al famoso diseñador Jean-Paul Gaultier), sus estupendos trávellings, que se deslizan de un escenario a otro (cada escenario con un color específico)- esta película nos remite a los grandes dramas al estilo Shakespeare, con la traición, el engaño y la venganza como grandes temas, con intérpretes extraordinarios como Michael Gambon (fallecido el pasado año, cuya actuación como mafioso resulta brutal, nunca mejor dicho), Helen Mirren (maravillosa actriz en su contención, conocida por su papel en La reina-Isabel II), Richard Bohringer (como jefe de la alta cocina francesa, él que es francés), Alan Howard (actor shakespereano, en el papel de amante) o un joven Tim Roth (conocido en papeles de películas de Tarantino como Reservoir Dogs o Pulp Fiction).
El cine de la crueldad
https://cuenya.blogspot.com/2013/11/artaud-y-su-doble.html
Esta película, que calificaría como cine de la crueldad, con un guiño al teatro de Artaud, comienza cuando se levanta un telón rojo y acaba cuando ese telón baja, lo que redunda en esa puesta en escena teatral. Llama poderosamente la atención el empleo del color de la escenografía y el vestuario con gran maestría, según los sentimientos a los que se quiera aludir y el lugar en el que se encuentre la acción. De modo que cada espacio o decorado (la película está filmada íntegramente en estudio) lleva asignado un color: azul para el exterior del restaurante, verde para la cocina, rojo para el comedor del restaurante, blanco para los baños, amarillo para el interior del camión de carne y marrón para el depósito de libros, predominando los colores fuertes, acentuados por una fotografía centrada en los grandes contrastes de luces y sombras, que marcan el estilo de toda la película. La importancia de los colores tanto desde un punto de vista simbólico como funcional, ejerciendo una influencia en los personajes.
A este respecto, el color azul, que nos provoca una sensación de frialdad, es el punto de partida de esta historia y un reflejo de los sentimientos perversos de Spica (Gambon). A menudo, a lo largo de la película, vemos el color azul combinado con el verde de la cocina, pues la enorme puerta de la cocina siempre está abierta y, cuando los personajes pasan de un escenario a otro, en ambos sentidos, vemos cómo se funden colores, forman una gradación que hace que el paso entre interior y exterior sea armónico. O bien el azul combinado con el amarillo del interior del camión frigorífico, creando un claro contraste de colores complementarios y adelantando información, ya que luego el camión cobrará importancia. El verde, que es el color de la esperanza -la esperanza de los amantes con sus encuentros íntimos- simboliza un jardín o edén, del que luego serán expulsados. Asimismo, el verde se convierte en un lugar de sosiego donde canta el niño cantor. Y es la cocina donde el chef prepara sus manjares a la vez que nos remite a una carne putrefacta. El color rojo es el del comedor, lugar de pasiones desbocadas, incluso por el arte. El rojo es también el color de la carne y del infierno. El blanco se presenta en un inicio como puro, un remanso de paz; sin embargo, a medida que transcurre la película, comienza a teñirse de rojo. El marrón es el color del depósito de libros y con el que se viste el amante durante toda la película. Es el único que nunca cambia. El amarillo, que en principio podría ser un color alegre, luminoso (el color del oro, de los metales preciosos) adquiere aquí connotaciones de fetidez, de carne en mal estado. Y por último el color negro nos hace pensar en la muerte. El propio cocinero nos cuenta que los alimentos más caros y apreciados son de color negro, como el caviar.
Con una escena final terrible y a la vez bellísima.
Cine y gastronomía, cine y pintura, cine y teatro, la elegancia y la escatología, los buenos modales y la bestialidad, eros y tánatos, el sexo y la muerte, es de lo que habla esta película.
Todo ello en esta obra maestra del séptimo arte.
Pasen y vean.
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