Ya llegó el invierno, con sus brumas y sus fríos, al monte de las ánimas, al centro exacto del magma, en esta tierra verde y arcillosa. Con aroma a madroño. Y a mencía. Mientras el planeta Tierra sufre los sinsabores de un virus, que nos ha chupado y sigue chupando la sangre, las entretelas. No me gusta el invierno. Ni el frío. Y mucho menos los virus. He de reconocerlo. Con el corazón en la mano. Y la mirada puesta en un horizonte con la fragancia de una rosa roja.
El color rojo insuflándome energía. Y coraje. La rojez de un instante feliz. ¿Qué significa la felicidad? El invierno es bueno para olvidarse del mundo. Para quedarse al amor del hogar. Si uno tiene hogar. ¿Qué pueden hacer los sin techo cuando caen chuzos de punta? Un trocho más al fuego, que al menos acabe espantando los malos espíritus. Y, de paso, nos devuelva las esperanzas perdidas. Acaso nos devuelva a algún edén bíblico. Fantaseemos. Buenos y malos espíritus. Maniqueísmo al canto. Regresemos a la edad dorada, a la infancia de la inocencia. Con el rostro de la sonrisa a flor de piel.
Relatividad, de Escher |
En otras circunstancias, ahora estaría disfrutando de la calidez de otros ambientes, viajando al sur de mis ilusiones, pero este 2020 tendré que tragarme las engañifas navideñas, esa Navidad que, siendo un crío, me situaba en el centro de la Tierra y me hacía soñar con mundos imposibles, tal vez con los mundos imposibles que ideara el genio Escher.
Sigo soñando, no obstante, con un mundo mejor. Y seguiré soñando. Porque soñar tal vez sea gratis. Quizá no tanto. Me alquilo para soñar. Gratis. Para soñar despierto. O bien soñar mecido por la brisa cálida de un tiempo con sabor a turrón blando, sobre todo ahora que se acerca la Navidad, con sus trineos y sus belenes. Que vaya belén que nos hemos montado.
Los sonidos psicodélicos de los Pink Floyd me ayudan a entrar en trance. Atravesar las puertas de la percepción hacia un universo paralelo. De repente, me encuentro con Alicia en el país de las maravillas. Y con lobitos amables aullándole a las escarchas de la madrugada. Hoy, que es día de loterías, me quedo traspuesto, mientras contemplo, con ojos de asombro, el mundo que hemos creado, mejor dicho construido, los humanos. Con nuestras manos chapuceras. Por no decir matarifes. Y siento, lo siento todo de todas las maneras posibles, que hemos un creado un mundo ininteligible, que se escapa a nuestra raciocinio. Por eso, deseo soñar. Y fantasear con un mundo hospitalario. En tu mano está, también, contribuir a que esta vida, única, sagrada, sea más amable, acaso más amorosa. Si no crees en ti, difícilmente podrás creer en los demás.
Los preámbulos de la Navidad te desasosiegan. Y esto que acabas de escribir tal vez no tenga ningún sentido. No sirva para nada. Tratas, una y otra vez, de entender la realidad en que estás inmerso. Déjate arrullar. Vuelve sobre tus pasos. No te ha tocado la lotería. Si ni siquiera has jugado. El que no juega, ni pierde ni gana. Tú no quieres perder ni ganar nada. Tú tampoco ansías jugar. Sólo estar. Estar y ser. Contigo. Y con tus seres queridos. Amar y ser amado. Vivir y dejar vivir. Sentir. "El corazón, si pudiese pensar, se pararía", escribe Pessoa en El libro del desasosiego, que es un extraordinario diario filosófico, existencialista, incluso nihilista, de la literatura. De la mejor literatura universal.
De momento, dejemos, si es posible, que nuestro corazón siga latiendo al compás de un invierno viral, que, transcurridos unos meses, dejará paso a la primavera, que es un renacer a la vida.
Se me antoja, Manuel, que hoy has paseado por Praoleche con los Barreos hasta Valdequiso, o quizás has ido por Canareza o por Llamillas camino de la Quiruela hasta San Justo por la foto que has incluido y esos sueños de soñador en la Navidad con la esperanza y la soledad de tantos que tan mal lo pasarán, además de esta pandemia (qué preciosas rutas! Cuánto me gustaría ahora pasear y soñar por ellas) Un abrazo!
ResponderEliminarSigamos paseando y soñando.
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