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martes, 29 de septiembre de 2020

En la Fundación Merayo

 Conozco a la artista Ángela Merayo desde hace tiempo. Creo que fue el bueno de Jovino Andina quien me la presentó en Bembibre, de donde ella es originaria, creo recordar, aunque naciera en la capital del Bierzo.

Desde aquel entonces establecimos contacto, aunque no nos hayamos visto en tantas ocasiones, algunas de las cuales han tenido lugar en el campus de Ponferrada, con motivo de algunas exposiciones. Mas es evidente que hubo conexión desde el inicio. Y ella siempre se ha mostrado hospitalaria, generosa conmigo, lo cual le agradezco. Pues es Ángela una mujer cercana. Y una pintora y escultora reconocida, que tuvo la genial (y atrevida idea, por qué no decirlo) de crear una fundación, fundación que lleva su nombre, o su apellido, en la localidad leonesa de Santibáñez de Porma, a orillas del río Porma, en la calle del Molino, en plena naturaleza.

Un espacio inspirador, que me cautivó nada más poner los pies en el mismo. Pues recientemente (el pasado viernes, nomás, que diría un hispano) pude presentar mi libro Del agua y del tiempo en su fundación. 

En realidad, el libro fue un pretexto, un motivo (que queda mejor) para hablar de literatura, de lo que uno entiende en realidad acerca de la escritura, de la escritura creativa. Y de paso hacer referencia a lo que contiene el libro, que a uno le gustaría que fuera vida, porque la literatura debe ser vida, de lo contrario se queda en algo meramente artificial.

La literatura (dejémoslo en escritura) como algo vivo y una prolongación natural de la vida. Escribir para expulsar la bilis, el veneno que llevamos debido a nuestro estilo de vida falso, decía el coloso Henry Miller, al que recuerdo a menudo como una voz poderosa, única. Escribir con la tinta de la sangre, con el fluir de la corriente sanguínea. Fluyendo como esos ríos que van a dar a la mar, que es el morir. Vida y muerte como caras, o cara y cruz de una misma moneda... de cambio.

Eros y Tánatos en fusión. Después de todo, sólo existen tres grandes temas: el amor, la vida y la muerte, como dijera el genio Rulfo. Porque la escritura es estilo, es forma, antes que contenido. Belleza formal, aunque esta debería tocar o meter el dedo en la llaga. Hurgar en el subconsciente humano/animal. Abrirse paso a través de las entrañas. 

Nada más llegar a la Fundación (en entrañable compañía), sentí como la visión de haber aterrizado en algún lugar de Hispanoamérica, porque la Fundación me hizo recordar a una hacienda o una estancia. Y eso me invitó a volar. A soñar. Siempre tras los sueños. Y los vuelos. Los vuelos, como esas cigüeñas que asoman sus picos en los nidos colgados de los campanarios de las ermitas o los castaños, incluso de algún poste de la luz. 

Ángela y Jesús nos esperaban con amabilidad, como buenos anfitriones, para mostrarnos, por fuera y por dentro, su hacienda, su casa, para enseñarnos su mundo artístico, para adentrarnos en su capilla, que fue el lugar elegido para presentar Del agua y del tiempo, para charlar sobre las palabras, que a uno le gustaría que engendraran amor, afectos. 


Jesús nos contó historias acerca de esta hacienda, que llegó a ser seminario, una casona o casa señorial, solariega, perteneciente a la familia Arriola, que aparece (aunque no recuerdo este dato, debería releer esta obra) en Luna de lobos, del gran Llamazares, que el camarada Sánchez Valdés (nuestro profe en la ex Escuela de cine de Ponferrada) llevara al cine.

Y nos mostró sus exteriores naturales, incluido su molino (o lo que queda del mismo). Unos exteriores naturales que se me antojan cinematográficos. Para el rodaje de alguna peli. 

Y Ángela, por su parte, nos mostró una parte de obra y la de otros artistas (entre ellos el ex profesor de la Facultad de Educación de la ULE, Esteban Tranche). Y nos obsequió con unas uvas de su parra. Todo un lujo. 


Ricardo Magaz

Ante un auditorio no muy numeroso, pero sí enteramente entregado y entendido en la materia, en la materia de las palabras versus las imágenes (me atrevería a subrayar, pues por allí estaban escritores de la talla de Ricardo Magaz, gracias Ricardo, o bien la amiga pintora Cristina Masa, gracias Cristina), me sentí muy a gusto. 
Lástima la lumbalgia. Los achaques propios de un tipo que ya supera la cincuentena. Algo habrá que hacer para estar más en forma. Ejercitar más la musculatura, no sólo la cerebral. 

Agradezco también a Rosa que me presentara ante el público, una presentación con palabras entrañables acerca del libro. Y que todo fluyera a pesar de que la tarde-noche se presentó fresquita. Bueno, en la capilla, donde hicimos la charla, no pasamos frío. Estábamos bien arropados.

Algún día volveré, volveremos, a esta hacienda con sabor hispanoamericano situada a orillas del río Porma. 


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