Él ángel exterminador, de Buñuel, es una de esas películas que no puede dejarte indiferente. Te invito a verla si aún no la has visto. Y a reverla si hace tiempo que la viste.
El próximo martes nosotros, en el Campus de Ponferrada, tendremos la ocasión de volver a verla, análisis incluido, porque la hemos programado (lo dejo en plural mayestático, que le da como más prestancia al tema) para el alumnado de la Universidad de la Experiencia.
En todo caso, esta cinta filmada en 1962 te dejará pensativo, con ganas de penetrar, linterna en mano, aún más en su interior (en realidad en nuestro interior), en los vericuetos de su magma volcánico, de su ADN explosivo, transgresor, porque su director lo que hace, siempre con maestría, con ingenio y buenas dosis de surrealismo/hiperrealismo, es enjaularnos como a monitos (Un Gran Hermano televisivo, pero con fuerza y belleza narrativas), para experimentar con nuestro instinto de supervivencia, con nuestro instinto más salvaje, ante una situación adversa, incluso límite: como es el no poder abandonar una casa, una mansión.
¡Qué alguien nos saque de este encierro de toros y vacas encelados! Ahora me viene a la mente también La cabina de Mercero, de la que su prota no logra escapar. Ya se sabe: escapas o ahí que te pudres.
La razón, por la que no pueden salir de la casa, la desconocemos, lo cual le añade misterio al misterio.
El grupo de burguesitos, que se queda atrapado en la casa, la casa maldita, no es capaz de salir, incluso pudiendo hacerlo. Da la impresión de que no hubiera nada que se lo impidiera. Y, sin embargo... Por ahí sobrevuela quizá algún zopilote (lo digo porque está rodada en México) con el miedo a la libertad en el pico.
A menudo nuestros propios miedos y carencias (de todo tipo) nos impiden ir más allá, nos impiden saltar muros, elevarnos por encima de nuestras propias miserias, incluso por encima del bien y del mal (por decirlo en términos nietzscheanos). El miedo nos paraliza. Nos impide pensar y actuar con claridad y lo más despiertos posible.
El bíblico título de El ángel exterminador (también me hace recordar una canción de Jorge Martínez de Ilegales) iba a ser en un inicio Los náufragos de la calle Providencia. Lo cual tampoco está nada mal. Pues acabamos viendo a unos náufragos, a la deriva, en el turbulento océano de una mansión, condenados a una "horrible eternidad". Pensándolo bien, vivir poco es una gran putada, pero vivir una eternidad es una colosal condena.
Con esta singular película, Buñuel nos invita a reflexionar, de un modo inevitable, en nuestro lado más oscuro como trastorno disociativo de la identidad, en nuestro Hyde, como reverso de Jekyll (por decirlo en términos stevensonianos), en nuestra maldad (que tan bien ha estudiado y nos ha mostrado en sus ensayos el médico y psicoanalista Luis Salvador López-Herrero), en nuestra brutalidad instintiva, que aflora, casi siempre, siempre, ante circunstancias adversas (porque somos nosotros y nuestras circunstancias), y en este caso ante la imposibilidad de poder abandonar una triste morada (la caída de la casa Usher).
Todo resulta placentero, todos los burguesitos (y burguesitas) reunidos en la casa se comportan según sugieren los cánones y normas propios de su civilizada clase. Pero cuando la cosa se pone fea, a resultas de no poder abandonar la casa, la gente, antes educada y con buenos modales, se torna incivilizada, bárbara, casi caníbal. De fiesta todos somos guays, reza algún dicho. Pero el asunto es vernos las caras en otras lides, más comprometidas y comprometedoras. Y es entonces cuando aflora el verdadero rostro de cada individuo. Y Buñuel nos lo enseña como nadie, con los dientes afilados y las garras prestas para la contienda, con una puesta en escena cuasi delirante, alucinatoria, "surrealista", dicen los críticos de cine, acaso porque gran parte de su cine, casi todo su cine, comenzando por Un perro andaluz y acabando en El discreto encanto de la burguesía (que es su antepenúltima peli, en la que retoma, en algún sentido, El ángel exterminador) se adscribe al surrealismo. En el caso de El discreto encanto... la frustración o imposibilidad de que un grupo de burguesitos puedan juntarse para comer juntos. Hoy, con las agendas tan apretadas y la modernidad líquida (el tiempo apresurado y escurridizo), resulta más fácil quedar a través del Face que en vivo y en directo.
Buñuel era un visionario, una mente preclara y puro surrealismo en ese su afán por penetrar en el interior del ser humano, en ese su deseo por sumergirse en el subconsciente, donde hacen su aparición los fantasmas, incluso los fantasmas de la no libertad (El fantasma de la libertad es otra de sus interesantes películas. "El azar todo lo gobierna").
El fin del cine no es otro que adentrarse en el subconsciente humano. Algo así decía no sólo Don Luis Buñuel sino el colosal Bergman (“cuando la película no es un documento, es un sueño...), el surrealista Artaud (al que citaba en anterior post. Interesante su libro titulado El cine) y algunos más como Fellini.
Una puesta en escena, la de El ángel exterminador, que su director hubiera querido más sofisticada, pues llegó a decir que, de haber podido, la habría rodado en París o en Londres, con mejores actores y actrices, con mejor escenografía. Y más medios técnicos en general. Bueno, la actriz fetiche Silvia Pinal -todo un icono sensual en su papel de demonio que tienta a Simón del desierto-, está bastante bien. Y como Viridiana está estupenda. A uno al menos le gusta esta intérprete. Acabo de enterarme de su fallecimiento. Pobrecita. Lo siento mucho. Al parecer, no está confirmada su muerte, así que me alegro. Ojalá dure muchos años.
En cuanto al montaje, las repeticiones que vemos en el film, con sus variaciones, no son errores técnicos, sino que resultan intencionadas. A Buñuel le encantaban estas cosas. Como que un mismo personaje fuera interpretado por dos actrices, como ocurre en Ese oscuro objeto del deseo (Eros, una vez más), con Ángela Molina y Carol Bouquet.
El ángel exterminador, que también tiene algo de A puerta cerrada (Huis Clos) de Sartre (los personajes de esta obra teatral de 1944 son sus propios verdugos o torturadores) y mucho simbolismo (como las ovejas, el oso...), nos mantiene con los ojos bien abiertos. Con todos los sentidos alerta. Encantado de revisitar esta obra maestra del genio de Calanda. Hasta la próxima.
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