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viernes, 7 de diciembre de 2018

Los olvidados de Buñuel o el cine de la crueldad

Buñuel es uno de los personajes más fascinantes del siglo XX. Junto a Dalí y Lorca, a los que Agustín Sánchez Vidal les dedica algunos estudios, entre ellos Buñuel, Lorca, Dalí: el enigma sin fin, la figura de Buñuel, y por ende su obra cinematográfica, me resulta magnífica. Además, el aragonés universal de Calanda cuenta también con una sustanciosa obra literaria, que Sánchez Vidal ha rescatado del olvido, creo que poco conocida (no hablo de sus guiones cinematográficos, sino de sus relatos y poemas como El arcoiris y la cataplasma, Una jirafa o La agradable consigna de Santa Huesca...). 
"Hubiera dado todo gustoso a cambio de poder ser escritor. Es lo que realmente me hubiera gustado ser. Porque el mundo del cine es muy agobiante, hace falta mucha gente para hacer una película...", escribe Buñuel. 
Mi último suspiro es un libro de memorias excelente (lo recomiendo encarecidamente, sobre todo para quienes deseen familiarizarse con su persona), que escribiera con la ayuda de Jean Claude Carrière, uno de sus guionistas colaboradores. Y es que este genial cineasta me ha dejado una profunda huella. He de decir que me gusta todo su cine, incluso sus películas menores, fundamentalmente de su etapa mexicana. Y he podido visionar casi todas sus cintas, desde Un perro andaluz y La edad de oro, pasando por Las Hurdes, tierra sin pan, Viridiana, Tristana, Los olvidados (sobre la que me centraré luego), Nazarín, Simón del desierto, El ángel exterminador (obra maestra), Él (sobrecogedora), Belle de jour o El discreto encanto de la burguesía, entre algunas más. 
Los olvidados

Buñuel, como uno mismo, también vivió en Francia (casado con Jeanne Rucar, quien llegara a decir de él en sus memorias que era un marido machista y celoso, aunque protector) y en México, países en los que pudo desarrollar su carrera como director de cine. 
A pesar de lo que se cuenta de él, de su carácter tosco, Buñuel era un ser sensible y comprometido con la sociedad de su tiempo, siempre generoso con sus compatriotas, con sus paisanos. Y un tipo realmente ingenioso, que tuvo la fortuna de vivir, como él mismo diría, la Edad Media en Aragón y la modernidad, ya en Francia, incluso en la Residencia de Estudiantes de Madrid (clave en su formación), y por supuesto en Estados Unidos, donde también intentó dedicarse al cine. Y en México, país al que fueran a parar muchos de los intelectuales perseguidos por el franquismo asesino, rebotados de una Guerra Incivil cruenta, sanguinaria. Y de una posguerra no menos mezquina. 
El propio Buñuel cuenta que lo habrían fusilado de haberlo pillado en España cuando estalló toda la sangría.
El pobrecito de Lorca (otro tipo genial, tanto en la poesía como en el teatro) no gozó de igual suerte que su amigo Buñuel. Y los cabrones se lo cargaron sin ningún miramiento. 
También sabemos que Buñuel fue a parar a México, aunque en un inicio renegara de ese país. Y allí hizo una carrera cinematográfica extraordinaria, rodando grandes películas como Los olvidados, Él o El ángel exterminador. 
Los olvidados (1950) forma parte de mis preferidas, la cual tendremos la ocasión de rever, revisitar el próximo lunes en el Campus de Ponferrada como parte de una clase orientada al alumnado de la Universidad de la Experiencia. 
Los olvidados o el cine de la crueldad, como el teatro de la crueldad del impactante Antonin Artaud, quien, además de gran dramaturgo, fuera poeta, guionista y actor de cine. Y un enamorado de México, ese país surrealista, al que tanto Buñuel como el propio Artaud (Mensajes revolucionarios. Y Los tarahumaras) supieron sacarle mucho partido. 
Nombrada Memoria del Mundo por la Unesco (casi nada), Los olvidados es una una historia dramática, trágica, que, bajo una estética neorrealista, nos introduce en los bajos fondos de la Ciudad de México, una de las más superpobladas en la actualidad de la Tierra, con más de 20 millones de habitantes, sin incluir muchos que no están ni censados. 
Los olvidados en alusión a aquellos seres marginales, pobres, abandonados a su desgracia, como le ocurre a Ojitos con el ciego cabrón (que tanto nos hace rememorar la historia de El Lazarillo de Tormes), el niño Pedro (del que reniega su madre, que a su vez es renegada por su esposo), el cruel Jaibo, que también es otro ser desamparado; Meche, la niña de la que el ciego intenta aprovecharse, abusar, o un curioso tipo, mutilado, que se desplaza sobre un carrito con ruedas (estampa que llegué a ver en los 90 en el Zócalo de la Ciudad de México). 
En el Zócalo de Ciudad de México. Foto: Cuenya
Con la colaboración del todoterreno Max Aub (uno de los grandes microrrelatistas de la Historia de la Literatura. Y biógrafo del genio de Calanda), Buñuel trenza una historia entre el realismo crudo y el surrealismo más sugestivo (con secuencias oníricas portentosas), donde Eros y Tánatos se funden, una vez más, en una pesadilla real como la vida misma. 

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