No me gustan nada las manadas ni la manada (ahora que está en boca de toda la población española). Qué peligro, che. Miedo me da. Si te topas con una manada échate a temblar. Como tembló la chica del susto del miedo y las embestidas y cornadas que le propinaran los verracos de turno en los San Fermines. Sal volando. Si puedes. Volar, sí, ojalá pudiéramos salir volando ante situaciones amenazantes. Ojalá esta joven pudiera haber salido volando de la encerrona/encierro. Salvar el pellejo de los ataques salvajes de los humanos, demasiado bestiales.
Vivimos en medio de la jungla, de la selva. Aunque a veces creamos, con cierta ingenuidad, que hemos evolucionado como especie.
En nuestro país (como en el resto) todo lo manda el dinero (la moneda de cambio con que compramos y vendemos). Y, por desgracia, no todos los seres humanos somos iguales ante la ley. Ni ante nada. El poder y el dinero imperan y reinan en el país de las corrupciones. La justicia no siempre es justa, o por mejor decir, casi nunca es justa. Quien hace la ley, se dice, hace la trampa. Y la trampa está servida. Vivimos en una trampa. Una gran farsa, que no la desentraña ni el motor inmóvil (por decirlo en términos aristotélicos), que está, al decir de algunos, en los cielos malvarrosa de la irrealidad.
Nunca me han gustado las manadas humanas, o humano-animales, porque los seres humanos, lo queramos o no, somos animales, en ocasiones civilizados, o bien portados, y en otras, como bien sabemos, salidos de madre, faltos de razón. Es entonces cuando asoman los colmillos de la violencia, las garras de la agresividad..., que están a la orden del día. Las venganzas, las traiciones shakesperianas... los odios y las iras, las guerras... son el pan hambruno de nuestra época. Y en verdad de todas las épocas porque nunca el ser humano ha sido un almita de la caridad (bueno, exceptuando algunas almitas, quede claro, que de todo hay en la viña del Señor y la Señora).
El mundo se divide, así a grandes rasgos (aun a riesgo de caer en un maniqueísmo) en seres buenos (habría que matizar este término) y en seres malos (quizá también habría que matizarlo) con independencia de la raza (la única raza existente es la humana), la ideología, la clase social, la cultura, la religión, el género...
Amparados en la razón, a veces, y des-razonados en cuanto se tuercen las cosas o se nos botan las tuercas al séptimo cielo, así nos revelamos y rebelamos los seres humanos, demasiado animales. Emocionales que somos. Y psicópatas que se vuelven algunos. La irracionalidad, la falta de empatía, la falta de solidaridad, la egolatría... producen monstruos.
No sabemos a ciencia cierta si el ser humano es bueno o malo por naturaleza, o bien la sociedad lo acaba volviendo malo o trastocado.
En el fondo (que nadie se rasgue las vestiduras) a todo menganito le puede llegar a salir la mala baba, porque el lado oscuro está presente en todos los seres humanos, aunque este lado no aflore con frecuencia. Por fortuna. Y casi nunca salga a la luz si las circunstancias resultan favorables, pues tampoco debemos olvidar aquello que dijera nuestro gran filósofo Ortega: "Yo soy yo y mi circunstancia".
No vivimos en una burbuja, sino en sociedad. Es probable que la maldad sea consustancial a la especie humana. Como nos recuerda el psicoanalista y médico Luis Salvador López-Herrero. Y si a ello le sumamos trastornos de todo tipo, pues el panorama se complica y se nos muestra desalentador.
"Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo. Los mismos cueros tenemos todos los mortales al nacer y sin embargo, cuando vamos creciendo, el destino se complace en variarnos como si fuésemos de cera y en destinarnos por sendas diferentes al mismo fin: la muerte. Hay hombres a quienes se les ordena marchar por el camino de las flores, y hombres a quienes se les manda tirar por el camino de los cardos y de las chumberas", escribe el Nobel Cela en La familia de Pascual Duarte.
Lobos-humanos que se zampan a otros humanos. Sociedad caníbal. Una manada lobuna aterra. Y una manada humana también. Sólo el aullido de un solo lobo nos sobrecoge el corazón.
No me gusta nada ni la manada ni las manadas porque uno prefiere moverse a su libre albedrío, sin ampararse en el rebaño, pensar y actuar, en la medida de lo posible, por sí mismo. Tarea harto complicada.
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