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domingo, 15 de abril de 2018

A Milos Forman

Se nos ha muerto Milos Forman, el gran cineasta checo, que nos ofreció al menos dos obras maestras, Alguien voló sobre el nido del cuco y Amadeus. 

Dos películas que me causaron conmoción en su día. Y que he podido ver o visionar (como se dice en el argot fílmico) en más de una ocasión. Sólo por este par de cintas a Forman lo considero uno de los mejores directores de los últimos 50 años. 
Originario de la República Checa, Forman cursó estudios de cinematografía en la Escuela de Praga, con la que dicho sea de paso y a la buena de dios, nuestra escuela de cine de Ponferrada llegó a tener, gracias a la ULE y en concreto al magnífico Rafael de Paz de Relaciones Internacionales (que ahora debe seguir en la ciudad de Rabat) un convenio académico. A decir verdad, uno modestamente también contribuyó a que se firmara este convenio entre ambas escuelas de cine. 
Praga es ciudad que he podido visitar en al menos dos ocasiones. Y ahora me están entrando ganas de volver a la misma. 
Puente Carlos en Praga

El asunto es que Forman, después de realizar algunas pelis en su país, se lanzó a la aventura americana y acabó haciendo Alguien voló sobre el nido del cuco, con un Nicholson en estado de gloria. Interpretación maravillosa la suya en un filme que nos muestra las entrañas de un hospital psiquiátrico, de unos seres que son literalmente maltratados por su personal médico. Una puesta en escena de locura, que por momentos nos arranca la sonrisa, aunque lo que trate sea terrible, con unos personajes, aparte del fenómeno Nicholson, que me enternecen. Y me hacen ponerme de su lado, una vez más, porque creo que uno debe estar con los seres desvalidos, con los sin voz, con los marginados y silenciados. Y, como bien dijera el extraordinario escritor Juan Goytisolo, es mejor hacer el recorrido (y analizar la realidad) desde la periferia al centro, que desde el centro a la periferia. Tal vez por eso al autor de Señas de identidad le interesaba el sur español de La Chanca y Campos de Níjar así como el mundo magrebí de las medinas de Tánger y Marrakech (donde llegó a establecer su residencia definitiva después de la muerte de su mujer Monique Lange hasta el final de sus días).
Tuve la suerte (o la desgracia) de realizar prácticas en un hospital adonde iban a parar psicóticos. Y mi experiencia, aun siendo buena, inclusa muy buena, me dejó trastocado. 
La casa bailarina-Praga
Recuerdo como si fuera hoy mi estancia en el Hôpital de la Chartreuse de la ciudad francesa de Dijon allá por principios de los 90, en un inicio como becario Erasmus y luego con otra beca llamada Comett/Leonardo Da Vinci (esta fue en verdad la sustanciosa de cara a mi stage en este centro hospitalario).
Una experiencia que nunca olvidaré a órdenes sobre todo del terapeuta ocupacional Alain Vasseur, un buen tipo con quien llegué a establecer una relación estupenda. Y que me introdujo, por la puerta grande, en técnicas teatrales, en el teatro como una suerte eficaz de terapia contra las "maladies" de la psique. 
Milos Forman, qué chulo, me ha ayudado a viajar a Praga, a Francia, incluso a Almería (recientemente he estado allá, ya contaré algo al respecto) y a Marruecos. 
Su otra brillante peli es, cómo no, Amadeus, sobre Mozart, para uno acaso el mejor compositor y músico de todos los tiempos, aunque esto sea mucho decir. Y habrá mucha gente que no comparta mi opinión. Mozart era genial. Y así queda patente en la obra de Forman, sobre todo cuando vemos al celoso y envidioso Salieri (que interpreta de forma fascinante el actor Murray Abraham, al que viéramos como Bernardo de Gui en su papel de inquisidor en El nombre de la rosa, otro peliculón), trastornado literalmente con la chispa descomunal y arrolladora de Mozart aun en sus últimos momentos. El Réquiem me sobrecoge. La música impregna todo y somos capaces, como espectadores, de ver y sentir cómo suenan las notas en la cabeza del músico divino. También ahora me están entrando ganas de volver a ver Amadeus. 
Forman también nos ofreció películas interesantes como Valmont (basada en la novela Las amistades peligrosas) o Los fantasmas de Goya, entre otras. Por fortuna, seguirá con nosotros su espíritu fílmico (acaso la única manera de pervivir más allá del olvido). 

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