Desde el Duomo de Catania |
Despierto incluso sobresaltado -suele ocurrirme, cuando duermo en sitios diferentes- no sabiendo ni dónde me encuentro. Durante unos segundos, creo que algo me ha ocurrido, como si me hubieran secuestrado en algún zulo o algo así. Acaso la Cosa Nostra me ha mandado a galeras. No reconozco el espacio. Y eso que he dejado que se cuele un resquicio de luz exterior en el cuarto. Aún así me siento desubicado, desnortado. Imagino que esta no es una experiencia propia sino que le debe ocurrir a mucha gente. A mí me ocurre a menudo, siempre después de un viaje más o menos largo.
Por fortuna, en mi útero me espera mi familia (mi padre me ha acompañado siempre, como espíritu-chamán, durante el viaje, y me ha procurado fuerza, coraje) y el clima es veraniego, lo cual agradezco. Los cielos azules y despejados me entusiasman.
Por delante, se presentan días festivos, semanasantinos, pero ya estoy pensando en las muchas cosas que tengo que hacer, que debería hacer, porque durante estos últimos días me he dedicado al dolce far niente, bueno, en realidad, me he dedicado a viajar, sentir, reflexionar, dejarme fluir a través de los paisajes, conversar, también, con el paisanaje siciliano, que me late cercano, familiar.
En el teatro greco-romano de Taormina |
Plaza Pretoria o Fuente de las vergüenza en Palermo |
No es que piense que el Bierzo sea el mejor lugar en el mundo (eso se lo dejo a los regionalistas, los ombliguistas...) sino que el Bierzo es la tierra en la que me siento a gusto, a pesar de que no sea oro todo lo que reluce en el monte de Venus.
Al igual que he saboreado la isla italiana durante estos últimos días, espero ahora disfrutar de mi Bierzo, ya lo estoy haciendo, y celebrar por todo lo alto que la vida es algo maravilloso, sobre todo cuando uno goza de salud.
Hoy, más que nunca, me siento dichoso. Aunque también soy consciente de que la salud, a la que no solemos darle importancia - no la que debiéramos, al menos-, es nuestro mayor tesoro.
Seguiremos cuidándonos, eso sí.
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