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jueves, 13 de abril de 2017

Palermo

El viaje continúa, incluso después de que este Ulises-Odiseo haya regresado a casa, a su Ítaca particular, a su matria chica berciana, porque al rememorarlo se vuelve a vivir o revivir, lo cual está muy bien, aunque eso conlleve también cierta nostalgia por lo que se dejó atrás, lejos, por aquello que uno viviera y sintiera y ya no será más, o ya no será igual, en todo caso, aunque el viaje volviera a repetirse. Nada es será ya igual, ni siquiera uno, que cambia, se transforma en cada viaje, porque el viaje procura aprendizaje, sobre todo si uno viaja abierto al mundo, se deja transpirar, se deja ir... deja que todo fluya. Fluir es un modo de estar vivo. 

El viaje a Sicilia (isla Trinacia o Trinacria, porque esta bañada por tres mares, a saber, Tirreno, Jónico y Mediterráneo) fue razonablemente bien, y hasta podría decir que muy bien. A veces en los viajes uno sufre contratiempos. Pero en esta ocasión todo fue como una balsa de aceite. 
Vista de Palermo desde la Catedral


Desde Madrid-Barajas, que con la T4 se me antoja inmenso, volé al Prat de Barcelona. Lástima que sólo hiciera escala en esta ciudad condal, a la que en algún momento me gustaría volver (allí vivió Felisa, la madre de mi madre, a quien nunca llegué a conocer. Alguna foto conservo, amén de lo que me cuenta mi madre. Y en Barna viven amigos, gente de Noceda. Además, en esta capital presentó recientemente su gran novela, 'Tiempo de cerezas', mi amiga Marta Muñiz Rueda. Qué bien, Marta, que la presentación fuera todo un éxito en esa tierra, en la que vive tu hermano. 
Me apetecía hacer este inciso, antes de retomar vuelo hacia Palermo). 


Conviene, de vez en cuando, tomarse un respiro. ¿Verdad, compañeros y compañeras de viaje? Parezco un predicador o un político de izquierdas. Perdón, no me daba cuenta de que la izquierda es un mito, como tantos otros. 

A lo que iba, que de Barcelona emprendí vuelo hacia Palermo. Me entusiasma viajar en avión, sobre todo por el despegue y el aterrizaje, que procuran buenas dosis de adrenalina. Aunque en esta ocasión los oídos se me taponaran más de lo habitual. Y tuviera la sensación de que en algún momento me fueran a reventar. 

El vuelo de Barcelona a Palermo dura unas dos horitas, que se pasan volando (valga el rebuzno redundante). 
Vueling es una compañía seria, o eso parece. Y el vuelo salió puntual y llegó igualmente a la hora prevista al aeropuerto de Palermo, que, como todos los aeropuertos, queda alejado de la ciudad. 
Fontana de la vergüenza


Aunque los aeropuertos en sí mismos no tengan encanto, me pareció que el de Palermo era agradable, acogedor, y hasta llegué a ver un piano de cola a disposición del público. Tanto es así que, a mi regreso (de Palermo a Roma) un grupo de jóvenes turistas se puso a cantar algunas canciones mientras un rapaz-músico tocaba con destreza este piano. Qué chuli. Me prestó que amenizaran la espera. Siempre se agradece que alguien te alegre el día. Y eso es lo que hizo este grupo de personas con sus melodías. 

La llegada al aeropuerto de Palermo, sobre todo si es de día y luce el sol, es hermosa porque el avión sobrevuela la bahía, donde se ubica esta ciudad, envuelta en montañas, salvo por la parte marina, claro está. Y desde aquí existen buses, cada media hora aproximadamente, que te acercan al centro, a la stazione centrale de trenes, también hay varias fermatas antes, si prefieres apearte en algún otro lugar. La compañía se llama Prestia e Comandé. Y funciona francamente bien. 
Estación Central de Palermo


Aunque sólo había reservado y comprado vuelos de ida y vuelta, en esta ocasión también reservé, por Internet, alojamiento en Palermo, al menos para la primera noche, pues estaba casi seguro de que al día siguiente emprendería ruta hacia otro sito, como así fue en realidad, porque el viaje de vuelta, con escala en Roma, lo haría desde la capital siciliana. Y esta sería otra ocasión para visitar aquello que no visitara en el inicio, y aun recorriera sitios habituales.
Quattro Canti


Mi alojamiento para ese primer día lo hice en Vicolo Marotta, que es una callejuela con aire decadente (aunque bien céntrica, al lado de la famosa plaza Quattro Canti), que me hizo recordar, cómo no, alguno de las callejones que existen en las medinas árabes, véase por ejemplo Fez-el-Bali. Y es que Palermo, después de recorrerlo por diferentes barrios, me supo a arábigo. No en vano, una parte de la ciudad estuvo bajo manos árabes. Y eso se nota y se siente. Incluso hay monumentos de origen árabe como San Giovanni degli Eremiti.
San Giovanni degli Eremiti


La primera impresión, nada más llegar a la Estación Central de trenes desde el aeropuerto, fue algo extraña, sobre todo cuando al preguntarle a un señor por la zona de mi alojamiento me dijo que tuviera cuidado, que no me metiera por determinado sitio, porque podía ser peligroso. Qué fuerte. Era de día y lucía un sol espléndido. Y con sol las cosas son más bellas. Con lo cual, no me había nada que temer en principio. Me sorprendió, en todo caso, que aquel buen hombre, sentado en una terraza de la Vía Roma, me dijera eso. Pero me puso en guardia, naturalmente. Al final, luego de dar algún piccolo e innecesario rodeo, llegué al que sería mi alojamiento. 
Borgo Vecchio


Palermo me esperaba, es un decir, para ser recorrido. No obstante, la tarde pronto llegaría. Anochece más pronto con respecto al Noroeste español, es obvio. Y el tiempo vuela. Salí a estirar las piernas, comer algo (casi enfrente de mi alojamiento, en la Vía Vittorio Emanuele, en un sitio donde sirven típica comida siciliana, italiana, en verdad) y dar un voltio, sin alejarme en exceso de la parte céntrica. El miedo, que me había metido el señor de marras, había hecho su efecto. No obstante, cuando el miedo es harto irracional, lo mejor es aparcarlo. 
Pronto me di cuenta de que Palermo, a pesar de su faccia caótica, es una ciudad en la que uno se siente a salvo. Las calles, además, están llenas de cámaras de seguridad. Muy vigilada. En el fondo, el Gran Hermano orwelliano siempre nos está controlando. Y este es también el mundo en que vivimos.

Vucciria


En esta época, Palermo está llena de turistas, sobre todo franceses y también italianos. Manadas de chavales, amparados en sus guías y/o profes-tutores, deambulan por doquier, bueno, por los sitios más céntricos y aseados, porque no se les suele ver la pelambrera por el Borgo Vecchio (próximo al puerto), que es un barrio realmente sucio, abandonado, bullicioso, en el que los vecinos se gritan de una ventana a otra, donde las paisanas cuelgan sus coladas en el exterior de sus casas. Es como un gran mercado al aire libre, un zoco árabe afumado por algunas barbacoas, un escaparate colorido de prendas, un mundo-submundo que recuerda también a algunas calles de La Habana, por ejemplo, aunque aquí la religión cristiana, estampada en cristos y vírgenes, me lleva hasta la sacrosanta ciudad de Sevilla (muy semanasantinos son los sicilianos).
Y a la vez me trasporta al barrio de Palermo de Buenos Aires, esa ciudad tan italiana en algunas de sus zonas, donde se comen exquisitas pizzas, tan ricas o más como las que se puedan comer en Italia. 
En el transcurso de la visita, merece un capítulo especial la Vucciria, que es otro mercado de pescado, frutas, verduras... de corte similar al Borgo Vecchio, aunque por aquí sí se dejan caer turistas en busca de souvenirs, comida o bien para tomarse una birra, nomás. 
Teatro Massimo


Adentrarse en estos barrios es toda una experiencia, sobre todo cuando uno descubre que no hay peligro. Y por supuesto merece la pena acercarse a los sitios propiamente turísticos y de interés monumental como son la Plaza Pretoria o 'Fuente de la Vergüenza', llamada de este modo porque está llena de estatuas de mujeres y hombres desnudos o semidesnudos. En esta misma plaza está el servicio de Inmigración, por el que desfilan montones de inmigrantes en busca de sus papeles. 
Mercado de Ballarò


La Catedral, de estilo oriental y declarada Patrimonio de la Humanidad, también es otro bonito lugar para visitar. Y sobre todo subir a sus techos, desde donde Palermo ofrece una vista luminosa, apareciéndose como una ciudad mediterránea y blanqueada tipo Málaga. 


Pasear a lo largo de la animada y comercial Vía Maqueda (zona española, pues por aquí anduvieron los gobernantes españoles) es otra experiencia. Día y noche esta repleta de oriundos y visitantes en busca de diversión. O simplemente con el fin de pasear. Una Vía que desemboca en el Teatro Massimo (otro punto de interés) y aun el teatro Politeama, en la Piazza Politeama o Ruggero Settimo. 


Como toda gran ciudad (y ciudad grande), Palermo amerita de diversos recorridos por la misma. Y la verdad, lo confieso, esta ciudad me llevó siempre hacia el Puerto, hacia el mar, el mar como algo balsámico. A lo mejor, es que uno quiso ser marino. Y como dijera el gran Torrente Ballester: me hubiera gustado ser marinero pero, como era miope y enclenque, me hice escritor, para acaso vivir aventuras sin tener que salir al exterior. 

Mi regreso a la ciudad de Palermo, después de danzar durante varios días por otras localidades sicilianas (de las que también daré cuenta), me permitió tomar la distancia, creo que adecuada, para ver mejor, con más entusiasmo, esta ciudad, que me dejara mal sabor de boca en un inicio.


Para entonces, algo familiarizado ya con la misma y alojado en un sitio más confortable (en la Vía Vittorio Emanuele), me dejé llevar incluso por el gran mercado de Ballarò, un genuino espectáculo. Y me acerqué al Hotel Ambasciatori, que la narradora y poeta Marta Muñiz empleara como uno de los escenarios de su novela 'Tiempo de cerezas' (segundo volumen). 

Palermo, blanco y terroso, con aroma a puerto y a pasta al forno, con sabor a mercado, queda grabado en la retina de mi memoria, de esa memoria afectiva que jamás se borrará. 

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