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miércoles, 26 de abril de 2017

La fragua literararia leonesa: Manuel Ángel Morales Escudero



LA FRAGUA LITERARIA LEONESA

Manuel Ángel Morales: "La narrativa es el mejor cauce para comunicarme con el mundo"

Manuel Cuenya | 25/04/2017 - 10:20h.

El poeta y narrador ponferradino Manuel Ángel Morales Escudero, autor de 'Cuentos del durmiente' y 'Hikikomori', está escribiendo ahora la última parte de su trilogía sobre la corrupción: 'Vida perra'.

"...El monje y el guerrero son muy parecidos. Ambos coinciden en la renuncia a la vida, en adoptar una actitud abierta hacia la muerte. De este modo, se hacen libres e inmortales porque viven cada día como si fuera el último y lo viven con alegría, sin miedo.
La renuncia es una elección. Renunciar para tener. Rechazar para recibir..."
(Manuel Ángel Morales Escudero, 'Hikikomori')
Poeta, narrador y crítico literario perteneciente a la Asociación Española de Críticos literarios, Manuel Ángel Morales Escudero –hijo del también narrador Ángel Morales, a quien también le hemos dedicado una fragua en este mismo diario digital–, está ahora presentando su nuevo libro, recientemente en la Feria del Libro de Ponferrada, que cada año se nota más floja, acaso porque la cultura no le interesa a nadie, ni siquiera a los concejales ni concejalas de cultura, sean del bando que sean. Malos tiempos para la lírica, aunque las letras, dicha sea la verdad, nunca han gozado de buena salud en este país, al que le interesan otros asuntos, tal vez más prosaicos.
'Hikikomori' –cuyo título y término japonés hace referencia a esos jóvenes eremitas, que viven aislados del mundo, amparados en su propia realidad virtual de ordenadores y consolas–, es su nueva criatura literaria, la segunda parte de su trilogía centrada en la corrupción.
La primera fue 'Insectalia', una novela en la que se hacía –en palabras de su propio autor– una crítica durísima del actual sistema de partidos y de todo lo que ha pasado en España desde la Transición, "que nos ha traído hasta aquí, al lugar donde estamos ahora, ante la corrupción total y la amenaza de colapso del sistema", explica Manuel Ángel, que ahora nos ofrece esta crítica y sátira y al mismo tiempo este homenaje al mundo del cine y de los videojuegos, que en eso consiste 'Hikikomori', "un fenómeno muy japonés en una sociedad en la que el culto al eremitismo está muy arraigado".
Morales, devoto de la literatura japonesa, ha escrito incluso su reciente obra con una técnica narrativa que se asemeje al videojuego. "Estampas y etapas que se van sucediendo hasta alcanzar un clímax de violencia total que todo lo consume. Es un viaje de sus protagonistas hacia la muerte y hacia la pureza".
Un adolescente pasa su tiempo jugando en la Red (algo tan habitual en la época actual, al menos en el llamado mundo desarrollado) en un juego conocido como "Campo de Batalla" hasta que conoce a otro adolescente. Y ambos se unen a un grupo llamado "Caballos desbocados", que salen, como vampiros en las oscuras noches, a limpiar la Megaciudad, donde habita la pérfida casta de los corvinos. De este modo, se convierten en guerreros sanguinarios. Este sería más o menos el argumento de esta curiosa novela, que, dicho sea de paso, hace recordar (salvando las distancias espacio-temporales) a 'La naranja mecánica', la novela de Burgess y la adaptación de Kubrick.
"Hikikomori es mi libro más violento y descarnado, la rebelión desesperada de un grupo de marginados sociales ante una sociedad corrupta que les deprime y a la que liberarán a sangre y acero. Es una alegoría que muy bien podría aplicarse a esta provincia corrupta, a este país traicionado", señala Manuel Ángel, que siente adoración sobre todo por algunos maestros de la literatura japonesa, como es el caso de Yukio Mishima, que le ha influido de un modo decisivo, según él, con "su modo de entender la vida a partir de la literatura, la hondura y belleza de su prosa, la audacia de sus obras, que son formidables".
"Hikikomori es mi libro más violento y descarnado, la rebelión desesperada de un grupo de marginados sociales ante una sociedad corrupta que les deprime y a la que liberarán a sangre y acero"
Asimismo, confiesa su gusto por la obra de Kawawata y Soseki. No obstante, también reivindica a los grandes maestros rusos como Bunin, Bulgákov, Solzhenitsyn. "Son muchos. Creo que cada libro viene en tu ayuda en un momento determinado de la vida", especifica al tiempo que rememora a algunos genios de la literatura española como el "irreverente Quevedo", el autor anónimo de 'El Lazarillo', o bien algunos escritores más modernos como es el caso de Miguel Espinosa y su 'Escuela de mandarines', que "es de lo mejor de las letras hispanas".
Su vocación por la literatura surge muy pronto, habida cuenta de que, desde que era niño, se recuerda con un libro, los libros como una grata compañía. Y en el colegio comenzó a escribir de un modo creativo ganando concursos y premios, que le animarían a seguir, algo que ya no ha podido abandonar.
Posteriormente, en Colegio Mayor Universitario en Madrid, dirigió el Aula de Literatura y allí tuvo la ocasión de conocer a muchos y buenos autores, entre ellos a Francisco Brines, Carlos Bousoño, Julio llamazares,  Aparicio, Merino,  Pombo, Villena. "Fueron años muy creativos en los que gané el Premio de Poesía de los Colegios Mayores de Madrid y en los que viví muy de cerca la vida cultural de la capital. Desde entonces conservo buenos amigos tanto en la creación como en la crítica literaria", rememora Morales, quien se inició en el mundo literario de la mano de la poesía, que fue, a su juicio, la forma más espontánea de expresarse en aquel momento de su vida.
"Creo que, al igual que Rulfo que publicó muy poco, tengo algunos poemas de los que me siento contento, como 'Velero en la espuma'. Con ese poema y algún otro estoy plenamente satisfecho. En su día, junto con Gregorio Esteban Lobato, hicimos un espectáculo de poesía, música y danza, 'Dithyrambus', que resultó muy interesante e innovador en su momento". De esa época son 'Poemas' (1988) y 'Allá en la montaña' (1996).
Luego, con el paso de los años, llegaría la narrativa "como el mejor cauce para comunicarme con el mundo", tanto es así que su faceta como narrador es la que ahora más le satisface. 'Cuentos del durmiente' (1997), que son cuentos escritos con una prosa precisa, fue su primera obra narrativa. Se trata de "microrrelatos en los que está presente lo inusual, el elemento fantástico y mágico", a los que siguieron sus novelas 'Insectalia'  (2011) y  'Hikikomori' (2016).
"Mi literatura no es usual ni sencilla. No son libros convencionales. Requieren un lector cultivado. Son novelas ácidas, duras, violentas, apasionadas", precisa su creador, que, aunque nacido en Ponferrada -ciudad por la que siente afecto-, no cree que este lugar concreto, ni ningún otro, lo haya marcado, porque para él, que también ha vivido en Galicia, en Madrid y en los Estados Unidos, lo más importante es la vida interior no el lugar en que uno nazca o viva.
El Bierzo como encrucijada
En todo caso, está convencido de que el Bierzo, donde vive en la actualidad, está en una encrucijada, porque tiene que decidir entre quedarse con su imagen clásica y caduca o apostar por renovarse. "La minería no va a ser una solución para esta tierra. En el futuro, los alimentos serán el mayor problema al que se enfrente la humanidad. El Bierzo puede enarbolar la bandera de los alimentos de calidad y ser líder mundial en su producción y transformación, junto con el resto de España. La cultura, el turismo y el rico patrimonio histórico artístico de esta tierra son, junto con la alimentación, la base de un futuro prometedor", especifica este poeta y narrador ponferradino, al que le entusiasma leer aquello que pocos leen, aquello que está fuera del circuito editorial convencional, porque es ahí donde "encuentras autores y obras muy interesantes".
Convencido de que a menudo las editoriales convencionales no se atreven a publicar ciertas temáticas, ciertos autores que no comulgan con la oficialidad -autores malditos que dicen lo que nadie dice-, Morales apuesta por esta suerte de literatura.
En cuanto a la literatura que se está haciendo en León, cree que nuestra provincia es cuna de muy buenos literatos, porque hay algo en la idiosincrasia del pueblo leonés, "rebeldía, inconformismo, ansia de libertad que se expresa mediante la literatura como en ningún otro lugar".
En este sentido, cree que vivimos en una edad dorada para la literatura. "Se escribe mucho y hay muchas obras interesantes. Hay tanto que es imposible leerlo todo aunque sea uno un lector voraz como yo, que me leo hasta cinco o seis libros a la vez. Pero la efervescencia es tal que, como digo, no es posible leerlo todo. Ahí es donde entra la labor del crítico literario intentando dar a conocer lo que se está haciendo en la actualidad", añade este crítico literario, cuya faceta le viene de la mano de su gran afición a la lectura. "Un crítico no es más que un gran lector con la suficiente sagacidad intelectual como para ver lo que otros no ven".

(En este enlace de ileon, donde está publicada esta fragua, puedes leer todo el reportaje-entrevista dedicado a Morales Escudero): http://www.ileon.com/cultura/073276/manuel-angel-morales-la-narrativa-es-el-mejor-cauce-para-comunicarme-con-el-mundo

sábado, 22 de abril de 2017

Toreno, tierra hermana

Toreno es una de esas localidades por las que siento afecto, desde que recuerde, siendo un guajín, tal vez porque por allí pasaba el tren, aquel tren de pasajeros (el tren como excelente medio de viaje), que nos llevaba hasta Ponferrada, acaso porque era tierra de minería, quizá porque allí vivía Amado, el hermano del señor Felipe, mi vecino de La Parada, ese hombre al que recuerdo con mucho cariño, que me trataba como a su hijo, al igual que recuerdo a su mujer, Josefa, quien era casi hermana de mi padre. Qué pena, ya se han ido los tres. Y uno los extraña mucho, mucho. 

En realidad, Toreno es tierra hermana, tierra berciana, claro, pero además nos une la Sierra de Gistredo, el útero. Noceda y Toreno se dan la mano y vuelan juntas. 
En este pueblo he presentado libros, he dado clases de teatro (qué tiempos aquellos), incluso he hecho algún cuentacuentos (¿verdad, Dani?). Y en Toreno (que siempre me suena a nombre aristocrático, por el conde) he visto y escuchado a buenas bandas de música, como los legendarios Burning y los Ilegales. O bien a los grandes Rodrigo y Diego, de Tarna, y al estupendo Mario, el rabelista de la Robla. 
Y de aquí son gentes amigas como Paco Vuelta, Américo Vázquez Vuelta, Juanma Colinas, Toño Campillo, Daniel Díez, Daniel Álvarez (editor de la obra del escritor Paco González, que ejerciera de presentador de 'Mapas afectivos' en Salamanca) y su mujer Encarna, los hermanos Dani y Manu Velasco, Pedro Muñoz o Venancio Lagar, entre otros, que no quiero olvidarme de nadie, aunque uno corre siempre el riesgo de olvidarse de gente cuando da nombres y apellidos. Y es que uno, que creía tener buena memoria, acaba olvidándose, como todo cristo. Será la edad, que no perdona. Con la edad se mueren neuronas (nos morimos todos y todas), ya sabemos, aunque si la ejercitamos podríamos llegar a generar nuevas conexiones sinápticas. O eso cuentan quienes conocen del tema.
 Bueno, lo que quería, aquí y ahora, es rememorar este pueblo, al que iré este domingo 23, día de la Comunidad de Castilla y León (aunque lo hayan pasado para el lunes 24) y día mundial del libro (ese Sant Jordi, que en Cataluña celebran por todo lo alto, qué listos son estos catalanes y catalanas). 
Toreno con su picota
A decir verdad, al libro, a los libros habría que rendirles culto todos los días de nuestro señor y de nuestra señora, ¿verdad? La lectura como algo esencial e insustituible. La lectura como un modo, siempre saludable, de adentrarse también en el mundo de la escritura. Ahí está el cascarrabias y genial Umbral (siempre recordado, no por sus salidas de tono, sino por su grandeza literaria, periodística...) con su 'Mortal y rosa' (libro de cabecera), en el que hace todo un canto a la lectura, y por supuesto a la escritura, a la literatura. 
Pues eso, que el domingo 23 de abril estaré (dios mediante, que decía el cura de mi pueblo) en la casa de la cultura de Toreno para hablar de viajes y literatura, para hablar, en definitiva, de literatura de viajes. Y aquellas referencias que en el fondo me han marcado, desde los libros de viaje de Julio Llamazares, Carnicer o Jesús Torbado (incluido el gran Valentín Carrera, que hizo el prólogo de mi libro 'Mapas afectivos') hasta los de Juan Goytisolo (este día veíamos en clase algún pasaje de 'Campos de Níjar' y 'Paisajes después de la batalla', sobre el París subterráneo, meteco, multiétnico), pasando por algunos emblemáticos como 'El coloso de Marusi' (sobre un viaje a Grecia) de Henry Miller o 'En el camino', de Kerouac, y 'El cielo protector', de Bowles, entre otros. Y por ende hablaré de 'Mapas afectivos', libro que está teniendo cierto recorrido. 
El propio Juanma Colinas ejerció de presentador, junto a Ángel Petisme y José Luis Moreno-Ruiz, en la casa leonesa de Madrid a finales del mes de marzo de este año. 
Ojalá pudieras estar, Juanma, este día en Toreno.
En todo caso, me acompañará la concejala de cultura, Klemen, y espero que toda esa gente amiga y conocida, a la que me gustaría ver y saludar. Y además el acto estará amenizado por el grupo de música tradicional Cantar de Crines.  
Será un placer volver a esa tierra hermana, familiar, a la que me unen los afectos y las amistades: el útero de Gistredo como símbolo. 

viernes, 21 de abril de 2017

Achicharrados en cuerpo y alma

Cuando se quema nuestra naturaleza, nos estamos quemando los seres humanos, estamos quemando nuestros pulmones, nuestra vegetación, que es fuente de salud, que es oxígeno, que es vida, en definitiva. 
Quienes queman, nos queman, y se queman a sí mismos. ¿No os dais cuenta, cabestros? ¿O es que vosotros estáis hechos de otra madera? 
No se puede permitir, bajo ningún concepto, que alguien, quien sea, queme de un modo impune nuestro patrimonio, natural, cultural, por ende, porque ese es nuestro paisaje, nuestra memoria afectiva, y nos pertenece a todos y todas, esa es nuestra Tebaida, nuestra espiritualidad, nuestra historia. Pero también nos atizan por Benuza (La Cabrera), Ferradillo, incluso por Balouta. Joder, qué poca madre tienen quienes meten cerilla a los bosques sagrados. 
Tebaida berciana

El Bierzo arde, arde Galicia y Asturias, arde nuestro Noroeste verde y hermoso. Y ardemos todos y todas. 
Tras tanto fuego nos quedamos huérfanos, desamparados, con rabia e impotencia, con desolación y las cenizas asfixiando nuestros pulmones. 
El verde, la vegetación, la naturaleza, tan esenciales, se nos mueren,  y eso también acabará también con nosotros. 
¿No os dais cuenta, cabrones?
A veces tengo la impresión de que en vez de evolucionar involucionamos. Y más que humanos parecemos monstruos. A veces creo que vivimos en un mundo de trastornados, que sólo aspiran a destruir. 
Por fortuna, aún queda gente sensata, sensible, que se da cuenta del mundo en que vivimos, cada día más atroz, a tenor de lo visto y vivido. Aunque el mundo nunca haya sido de color rosa.
Imagen tomada de una página de Patricia Fernández, aunque la foto quizá sea de
Sergio López


Siempre la misma cantinela. Cada primavera y verano, llegados a estas épocas, en las que se reseca todo, habida cuenta de la falta de lluvias, dale que te pego al fuego. Si es que ya lo sabemos, pero quién le pone el cascabel al gato, por qué no se ponen las medidas adecuadas para, al menos, impedir que se queme el monte, se queme nuestra flora y nuestra fauna, porque metiéndole fuego a la naturaleza sólo se consigue empobrecimiento, contaminación y muerte. 
No se pueden permitir tales atentados contra la Humanidad. No se pueden permitir estas aberraciones, estas locuras. 
El Bierzo es un bello paisaje y nos lo están destruyendo. Al final, qué nos quedará... nada. 
Me siento triste, muy triste, hoy no sólo por esta barbarie, sino también porque hoy mismo, hace un año, mi padre nos dejó. Y eso es algo que jamás olvidaré, mientras me quede una gota de sangre en las venas. Se me encoge el corazón, se me encoge el alma.

martes, 18 de abril de 2017

La fragua literaria leonesa: Marga Merino

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LA FRAGUA LITERARIA LEONESA

Margarita Merino: "España es un país tremendamente cruel en sus modos y más con sus propios hijos"

Manuel Cuenya | 18/04/2017 - 13:56h.

La poeta leonesa Margarita Merino, autora de varios poemarios, entre otros, 'Viaje al interior' y 'Viaje al exterior', vive en Estados Unidos desde hace años, donde sigue escribiendo.

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Marga Merino (izda) con una amiga en EE.UU
He sido señorita pensante de provincias interiores
compartiendo la tristeza de las gentes disecadas
en rancios museos parroquiales con un rictus amargo...
(Margarita Merino, 'Viaje al interior')
Conozco a Margarita Merino desde hace años. Recuerdo, con afecto, una velada en su compañía en Bembibre, con motivo del Festival del Botillo. Ingeniosa, divertida, inteligente, buena conversadora, es una gran poeta leonesa, que, como tantos y tantas, decidió irse a Estados Unidos, donde vive en la actualidad, país que, con todos sus prejuicios, con todos sus defectos –véanse las últimas y desafortunadas elecciones– es un país democrático. "Por ejemplo el abuso a la mujer aquí tiene consecuencias", señala ella.
"Desde la lejanía lo que me toca más fundamentalmente es mi particular 'sentimiento de España'", precise, al tiempo que recomienda la lectura de 'Nuestro desamor a España: cuchillos cachicuernos contra puñales dorados', el "imprescindible y excelente" libro de Juan Pedro Aparicio, porque "vivimos con demasiadas lagunas y mentiras sedimentadas –en su opinión– una falta de conocimiento de la historia real que debe estudiarse y hacerse cotidiana para que a todos sirva, para entender sus consecuencias y sombrías lecciones y para que no se repita".
En este sentido, está convencida de que "España es un país tremendamente cruel en sus modos y más con sus propios hijos y entre sus propios vecinos. Con honrosas excepciones por supuesto, es parte de nuestra terrible herencia fratricida",  especifica esta "ciudadana vertiginosa y transparente".
Margarita, en un tono similar al de Valle-Inclán de 'Luces de bohemia' o bien el propio Forges, dice que "en España se prefiere que suba el torpe y se desdeña al valioso, se aparta al solitario, se pisa al caído. Se entierra al que eclipsa. Llegan los ágrafos y los iletrados a puestos cruciales, y la vulgaridad en que hemos reducido todos los niveles es impresentable. No son los líderes actuales ejemplo de nada. Debe leerse el libro de Juan Pedro Aparicio en las escuelas. Insisto", sostiene contundente esta autora leonesa, para la que León, "por bello que sea o por importante que a tantos nos parezca, no deja de ser un accidente que no se elige el nacer aquí, allá o acullá".
Recuerda que sus años infancia fueron rígidos en "una provincia aislada e interior y una pequeña ciudad ultraconservadora, aunque fuera habitable y su burguesía quisiera preservarla así, detenida en el tiempo...  Siempre añoré el contacto inmediato con la naturaleza que otros niños tuvieron en sus pueblos a diario, sin desconocer por supuesto sus dificultades allí y ciertos privilegios que yo tuve, como los disfrutar de una buena biblioteca familiar".
De su pasado remoto –rememora– echa de menos la presencia ahora de personas sencillas con verdaderos ideales, que puedan inspirar sentido de renovación, de autocrítica y humildad... con cultura universal y mirada abierta a ciertas situaciones...
Cree que en León, como en el resto de España, hacen falta filólogos, historiadores, politólogos, juristas, ingenieros, profesores, geógrafos, biólogos, veterinarios..., "serios especialistas independientes que traten con sabiduría problemas cotidianos que tenemos sin resolver: corrupción, pobreza, contaminación e incendios provocados, flora y fauna acosadas, mal uso del castellano, infraestructuras deficientes, autonomías lamentables, aguas y aires envenenados, convivencia deteriorada, paro sobrecogedor, y sobre todo la maltratada educación en la confusión de las prioridades. Me planteo seriamente si no seremos plaga los poetas y escritores de ficción.  Hacen falta lectores eclécticos y ensayistas que se formen con rigor y sin prisas.  Creo que hay que potenciar la investigación exigente, objetiva por su necesidad en nuestro país. No estaría mal que los ayuntamientos hicieran cursos y talleres de historia, de educación ciudadana, de personajes desaparecidos por ejemplo, y como norma, de investigación... E invitar a los viejos maestros que tienen tanto que decir y enseñar y de los que nadie se acuerda... Sobre todo creo que necesitamos personas buenas y generosas que eleven la sociedad... como aquellos humildes maestros de la República que tuvieron sueldos de hambre y pagaron con sus vidas su servicio a la comunidad".
"En España se prefiere que suba el torpe y se desdeña al valioso, se aparta al solitario, se pisa al caído. Se entierra al que eclipsa. Llegan los ágrafos y los iletrados a puestos cruciales, y la vulgaridad en que hemos reducido todos los niveles es impresentable. No son los líderes actuales ejemplo de nada"
Sus emociones, sus recuerdos infantiles aparecen plasmados en algunos de sus poemas como el titulado 'Pájaros negros junto a los ventanales', incluido en 'Viaje al exterior'. También los paisajes y retratos leoneses están presentes en su poemario 'Viaje al interior' (por el que recibiera el Premio Gonzalez de Lama, "un espejismo de alegría"), o en el poema 'Quien nunca he sido', perteneciente a 'Baladas del abismo' y aun en otros de 'Halcón herido' o 'Demonio contra arcángel'. Asimismo, también aparece la tierra leonesa en sus artículos.
León como recuerdo
León sigue siendo, para ella, el lugar en que vivían sus padres, el de sus amigos, el de sus vecinos Fernández-Llamazares Nieto, que fueron sus compañeros de infancia con los que cambiaba objetos maravillosos desde las ventanas con un calderín de playa que subía y bajaba... Ese León "del gran médico de huesos don José Mayo que me salvo la vida en una osteomielitis a los seis años, León de los patines y la bicicleta, el de los paseos tranquilos y los cielos resplandecientes. León de los afectos y las afables personas de todo tipo amigas de mi padre, un hombre bueno, abogado compasivo que trascendía las ideologías en el trato humano. El León de Paco Villagordo, de Tazón y de Luis Crespo, de Antonio Gavilanes o de Antonio González de Lama, de Cosme Rodríguez Mínguez, Ángel Marín o la Orquesta de Cámara, el León de Luis Saénz de la Calzada, de Severino, Morillo y Guillermo, de Paco, la Gestoría... El León de los guardicioneros, -todavía me acuerdo de la tienda de Elías en Padre Isla, del Maragato, de los mecánicos –Negral- y los chapistas, los carpinteros, los libreros, de las chicas de servicio que lloraban sus pueblos en pisos como nichos... El León de las niñas 'bien' vestidas de fantasía por impecables modistas: Sensia, Modas Vicanrro... De fotógrafos como Antonio Salazar. León de Andrés Viñuela y Jerónimo Norberto, de los coches de choque y las piscinas heladoras, de los señoritos del Casino, de los gitanos y los mendigos de la ciudad paralela que espiaban a las que tomábamos el sol en la hierba cercada por arbustos, ay... León de los castaños de Indias, del Garaje Norte y el Sanatorio Hurtado y sus árboles de lilas... Desde sus ventanas las monjitas nos tiraban baldes de agua a los patinadores intrusos... El León posterior, remoto y desaparecido también que salió en el borbotón del poema 'Manuel Jular en negro por un rato'. Ese León en que ya no viven (Santa) Manuela González Brasa, mis padres, ni están presencias como la de Chus de 'Casa Benito' ni los amigos asturianos con los que canté en mi juventud".
No se olvida, tampoco, de sus amigas de infancia, entre ellas, Covi Guisasola, Begoña y María Jesús Muñiz, Carmen Rosa y Beatriz Navarro, Pilar de Celis, Camino Fernández, Elenita ¿? la filipina, Cati Otero Hidalgo... "Tengo que exceptuar a los que eran prepotentes, machistas, y que vivían insultando y despreciando a los demás desde cargos públicos o políticos, algo muy triste y demasiado común todavía en León y nuestro país, donde quedan demasiadas herencias feudales y anticívicas de prepotencia y desprecio", aclara Margarita, quien cree que España debe normalizarse en su relación con la historia, con su pasado, y suavizarse en la convivencia diaria que arrastra tantas maneras anormales e incluso podridas.

lunes, 17 de abril de 2017

Agrigento, la matria de Pirandello



Qué mala hostia le entra uno, habida cuenta de que tenía escrito algo sobre Agrigento (creo que me había quedado bastante chulo), le di a una tecla sin querer y se me fue todo al carajo, sin posibilidad de recuperarlo. Y no sólo me pasó una vez, sino que volví a la carga y perdí de nuevo otro párrafo. Hoy, después de tanto sarao semanasantino, estoy apijotadín. La verdad.
Cómo se me ocurre escribir directamente sobre el blog, sin guardarlo previamente en un archivo. Bueno, no os doy la turra con esto. Y me dispongo a intentar reescribir lo que ya escribiera, aunque me temo que ahora será bien diferente a lo ya escrito y perdido. No obstante, procuraré hacer memoria y recoger al menos lo esencial. Tanto trabajo para que se vaya al garete.
Estación Central de Agrigento

El viaje de Siracusa a Agrigento se me antojó toda una odisea en tren, porque tuve que volver a Catania (esa ciudad que no acabara atrapándome, aunque sea patrimonial), y desde ahí a Caltanissetta. Y luego a Agrigento a su paso por la ciudad de Canicattí (ciudad a la que fuera a parar en mi primer viaje, no recuerdo por qué, y donde me quedara algo tirado, tanto es así que hasta recuerdo que un buen hombre me ofrecía su casa porque no encontraba alojamiento, o algo así, aunque al final no acepté su invitación y me busqué la vida).
Templo de Cástor y Pólux
Son varias horas de viaje en tren hasta arribar a Agrigento. Lo mejor es tomárselo con calma. Y aprovechar el viaje para deleitarse contemplando los paisajes o bien leer y tomar notas. La parada de poco más de media hora en Caltanisseta no tuvo gran interés. Salí a estirar las piernas por el entorno de la Estación de tren pero no atisbé nada que fuera de interés. Y luego el viaje desde esta ciudad (que a buen seguro tendrá atractivo) hasta Agrigento se me hizo algo largo, si bien, en los últimos tramos, antes de arribar al destino me entretuve viendo desfilar, a través de la ventanilla, paisajes verdosos, con un sol espléndido.
Agrigento, con su puesta de sol

Al llegar a la Estación de Canicattí hice una foto a la misma. Y en este momento apareció el revisor, que me reprochó que no hiciera fotos del interior del tren porque está prohibido. Qué cosas. Hay que andarse con cuidadín, sobre todo cuando uno desconoce las costumbres de un país, aunque Italia nos parezca tan cercana y familiar. En cualquier caso, me sorprendió que me dijera eso. Yo le respondí que sólo estaba haciéndole una foto a la Estación. Ese mismo revisor me había controlado el billete diciéndome que no era válido. Le expliqué que lo había comprado en Siracusa a mediodía, que era válido, por supuesto.

Conviene señalar que en italia, como en algunos otros países, hay que convalidar el billete en unas máquinas que hay en los andendes de las estaciones de tren. Y, una vez que lo convalidas, el billete es válido durante cuatro horas. O eso ponía en el mío. Y aun en otros que sacara a lo largo de mi viaje por la isla. Entonces, si se pasan estas cuatro horas, tu billete aparece como no válido. Pero uno no tiene la culpa de que este viaje de Siracusa a Agrigento supera con creces las cuatro horas, por los transbordos y paradas. Menos mal que el controlador no se puso cabrón, porque podría haberme montado un cirio, aun a sabiendas de que mi billete era válido (aparece además la fecha en que lo comprara).
Frente al restaurante Palumbo
Recuerdo con afecto a los revisores de aquel mi primer viaje a Sicilia. Entonces yo iba provisto de un billete Eurodominó (ni siquiera sé si sigue existiendo este billete, que te permitía viajar por un país a lo largo de varios días, una especie de Inter-Raíl). En esa época yo vivía en Dijon, la France, y desde allí que me encaminé a Italia, primero a Roma y después a Sicilia, cruzando el estrecho de Messina. Por lo general, los trenes en Sicilia suelen ser puntuales, cómodos y bastante rápidos. Sin embargo, este ultimo trayecto desde Caltanisetta a Agrigento se me hizo lento, quizá porque tenía ganas de llegar a la ciudad, donde sabía que me esperaría una magnífica puesta de sol, lo cual me alegró.
La ciudad de Agrigento, “la más bella de las habitadas por mortales”, según Píndaro, se muestra arracimada en una colina rocosa. Es un lugar estupendo para ejercitar las piernas pues está dispuesta de forma escalonada, de modo que uno siempre está subiendo o bajando escaleras, haciendo genuflexiones como en una misa.
La ciudad, en que nacieran al filósofo Empédocles y al escritor Pirandello, es un sitio donde el viajero se siente entusiasmado.
Casa de Pirandello
Me encantó alojarme en el Bed and Breakfast Dei Templi (cuyo nombre hace honor al Valle de los Templos, lugar sagrado y visita imprescindible).
Dei Templi, en la Vía Callicátide (próxima a la Estación de Trenes) es un sitio regentado por una señora hospitalaria, con rostro sonriente, buena conversadora, quien me pareció que conociera de siempre. En realidad, este alojamiento lo lleva su hija, pero me dijo que se encontraba fuera, con lo cual, durante mis días allí, fue ella quien me atendió, muy bien, la verdad. Y me procuró tickects para ir a desayunar al Bar Costa, que queda cercano. Un bar que lleva un matrimonio, gente amable.
Busto de Pirandello

Los cafés con leche y sobre todo los croissants rellenos de crema de pistacho estaban riquísimos. A veces es sufiente una cosina de lo más sencillo para endulzarte la vida.
El centro medieval de Agrigento gira en torno a la Vía Atenea, que es una calle de tiendas, heladerías (los helados son exquisitos), restaurantes… por la que transitan turistas y oriundos. Al final de la Vía Atenea hay un restaurante popular, Palumbo, en el que se come buena comida casera, típica italiana. También me gustó su vino. No en vano, esta es tierra vinícola, como nuestro Bierzo.
Pero lo que volvió a cautivarme fue el Valle de los Templos, aunque ahora sea en exceso turístico (manadas de franceses, sobre todo, invaden el recinto, en estas épocas del año). Y todo está bajo control. Recuerdo que en mi primer viaje allí no había prácticamente nadie, quizá porque aquel día lloviznaba, no sé, y el lugar aún no había sido declarado Patrimonio de la Humanidad. Cómo cambian las cosas. Es más, la generosidad siciliana me permitió, aquella primera vez, entrar gratis. Era un rapaz y el spagnolo de turno debió de hacerles gracia a los de la entrada. Incluso un hombre de la recepción, nunca lo olvidaré, me ofrecía un paraguas para que no me mojara durante la visita. Si es que Sicilia es o era la caña.
Tumba de Pirandello
El Valle de los Templos, situado en un promontorio (aunque se diga que es un valle) ofrece maravillosas vistas de Agrigento. Y algunos de sus templos, como el de la Concordia, gozan de muy buena salud, se conserva en un estado excelente. Incluso los templos que están en ruinas resultan fascinantes. Se trata de un espacio sagrado, inspirador, que procura paz y sosiego e invita a quedarse allí durante horas. El color carne de los monumentos, el verdor de la naturaleza y el azul celeste me animan y me religan con las divinidades.
Aunque me hubiera quedado más tiempo en este valle hechizante (da pena abandonarlo, salir de esta magia), quería acercarme a la Casa de Pirandello, una casa rural del siglo XVIII, que queda a las afueras, en la localidad de Kaos o Xaos, próxima a Puerto Empédocle. 

Resulta curioso que Pirandello naciera justo un siglo antes que uno mismo. Nada más abandonar el Valle de los Templos, busqué una fermata de bus y tuve la suerte de no esperar casi nada. El busero me preguntó si tenía billete. Y al decirle que no tenía me dijo que montara igualmente. Esa es Sicilia, pensé, una vez más. En el bus no iba ningún turista, salvo este menda. Y antes de llegar a la casa del escritor, me quedé solo con él. Creí que me cobraría el viaje, pero nada. Me dijo, eso sí, que lo esperara, que en una hora y pico volvería a pasar.
Pirandello en el Templo de la Concordia
Algo flipadín, me aproximé a la taquilla, porque la entrada no es gratis. Le pregunté a la taquillera si había algún tipo de descuento, que yo era profe y me gustaba la obra de Pirandello (‘Seis personajes en busca de autor’ es un libro de cabecera), entonces la ragazza me dijo que para profes la entrada era gratis. Y lo mejor del asunto (Viva Sicilia) es que la rapaza se fió de mi palabra (como los buenos tratantes de feria) y me dejó entrar por la patilla, que se dice ahora. En todo caso, yo hubiera entrado en esta casa, que conserva, aparte de varios objetos, fotos del Premio Nobel de Literatura con familiares, amigos, incluso con Einstein, o bien él solo delante del templo de la Concordia (en el Valle de los Templos).
Y por supuesto visité su tumba-roca (donde se encuentran sus cenizas), que queda a unos cien metros de la casa, mirando hacia el mar. Por allí no había nadie, hasta que apareció una mujer (no tenía pinta de turista) que le puso unas flores a la tumba. Otra devota del dramaturgo y novelista siciliano, imagino. O un familiar suyo, podría ser. No me atreví a preguntarle, aunque me mirara con una sonrisa. Qué pensaría ella de mí. ¿Qué hará este pardillo por estos lares?

En el templo de la Concordia
El regreso al centro de Agrigento fue todo un periplo. Estuve esperando al busero un buen rato hasta que, después de preguntar e indagar con los lugareños, decidí caminar. Lejos queda la ciudad, aunque se vea al fondo trepada a la colina. Volví a preguntar si había una fermata de bus cercana, luego de caminar un momentín de nada. Está claro que el conductor amable, que me había llevado desde el Valle de los Templos, había desaparecido. Y por la zona no aparecía ni el Tato. Hasta que vi un bus, que tenía toda la pinta de ir hacia la casa de Pirandello. Esta es la mía, pensé, pero cómo hago ahora para darle el alto, si no estoy en ninguna parada. Pues nada, en cuanto vi que se acercaba a mí, después de ir en efecto hasta la casa del escritor, le hice señales. Y paró, por fortuna. Aunque me increpó y me dijo si tenía billete. ¿Y dónde carajos se sacan los billetes de bus urbano, si no he visto ninguna máquina ni ná? No le dije nada, solo le respondí que no tenía billete, que me diera uno. Y mientras seguía farfullando, con malas pulgas, me dio billete diciéndome que lo pagaría algo más caro. Sin problema, le dije. En ese autobús solo íbamos el chófer y uno. Comenzó a dar un rodeo por la periferia agrigentina, su ruta, supongo, hasta comenzó a subirse alguna gente, no mucha, salvo cuando llegó al Valle de los Templos, que ahí si se subieron varios guiris, amén de algunos italianos. El conductor, que no paraba de hablar por el móvil, a través de un pinganillo, seguía enfadado, porque la gente se subía al bus sin billete, o sea, que no soy el único. En un momento dado, el pinganillo, de tanto gesticular (ya se sabe, que los italianos hablan mucho con las manos y hacen aspavientos varios) se le fue literalmente al suelo. Y yo, que estaba cerca de él, se lo recogí y se lo di.
Valle de los Templos
Entonces, al chófer se le puso cara de alegría. Me lo agradeció y hasta me sonrió. Cómo somos los seres humanos. El atasco, antes de llegar al centro, a partir del Valle de los Templos, era considerable. Tardamos algo en arribar al destino. Pero el viaje había merecido la pena. Ya en el centro, Agrigento se abría de para en par. Y sentí que esta seguía siendo una ciudad acogedora. 

sábado, 15 de abril de 2017

Siracusa o la serenidad filosófica

Ahora que estoy en mi pueblo, en el útero de Gistredo, me doy cuenta de que, por más días que uno viaje (tampoco fueron tantos, la verdad) a algún lugar, en este caso a la isla de "luz y lamentos" italiana, uno nunca acaba de ver lo que quisiera, aunque también es cierto que no es necesario ver demasiadas cosas, y mucho menos verlo atropelladamente, sin ton ni son. Se requiere de mucho tiempo -siempre el tiempo como savia y sangre- para poder integrar algo, hacer propio aquello que no lo es, digerir con buen tino y aplomo lo que uno recorre. Y en este caso, quizá hubiera estado bien irme de excursión al Etna, "ese enorme gato casero, que ronronea tranquilo y despierta de vez en cuando", tal y como escribiera Leonardo Sciascia. 

Desde Taormina se ofrecen excursiones de un día a los turistas. Y tal vez debiera haberme acercado a Messina (por donde pasara en 1993), más que nada para ver ese estrecho. Y de paso, nunca mejor dicho, visitar algunos escenarios de película como Forza d'Agrò y Savoca, bastante cercanos a Taormina, donde Coppola rodara algunas secuencias para sus padrinos. Siento devoción sobre todo por la segunda parte de El Padrino y todo ese fragmento en el que aparece Don Fanucci con Don Vito Corleone (interpretado de un modo soberbio por el entonces joven y genial Robert De Niro). Con lo cual, creo que volveré a Sicilia en otro momento. Y visitaré estos y otros espacios, como la población de Corleone (que queda a unos 60 kilómetros de Palermo, y donde Coppola no llegó a filmar, tal como le hubiera gustado y como era lógico por ser la matria de la Mafia). 

Dicho esto, desde la exótica ciudad de Taormina me encaminé hacia Siracusa. La comunicación por tren es buena entre ambas urbes. La línea férrea pasa inevitablemente por Catania, a la cual volví a asomar el hocico a través de la ventanilla. 



Siracusa, en la que había visitado en 1993, me pareció otra ciudad. Tengo un hermoso recuerdo de aquella época. Y es que la memoria, ya lo he dicho, no es fiel. Uno tiende a reconstruir la realidad porque es imposible (incluso con buena memoria) acordarse de todo, tal y como era. Y además las cosas cambian.
 

Siracusa, la patria de Arquímides, me encantó. Y ésta sí, me procuró muy buenas vibraciones. Me sentí muy a gusto paseando por sus calles, sobre todo por la isla de Ortigia, que me cautivó. Esa isla, comunicada a través de un puente, el Umbertino, con el resto de la ciudad, se me antoja una medina, con sus callejas y callejones, con cierto aspecto decadente. Su luz pictórica, su tranquilidad, su colorido y las suaves olas de su mar me embelesaron. Por momentos, salvando todas las distancias posibles, me sentí como si estuviera recorriendo A Coruña (espacio afectivo) a lo largo de su paseo marítimo. 

Ortigia es un buen sitio para retirarse, para alejarse del mundanal ruido. Y lugar estupendo para quedarse a vivir durante una larga temporada, nutriéndose de sol, de mar, de belleza arquitectónica, aparte de esos sabrosos helados y aun los cannoli, que son dulces exquisitos, aunque a uno no le guste tanto el dulce. 
Al lado del templo de Apolo, una niña, con rasgos de la Europa del Este, aunque podría ser siciliana, toca con su acordeón la famosa melodía de El Padrino, lo que me procura intensas emociones. Me paro, la escucho, la miro, le sonrío y acabo dándole una propinilla, mientras ella, con mirada sonriente aunque impregnada de tristeza, sigue tocando. No intercambiamos ni una palabra. El lenguaje no verbal lo dice todo. Es universal.
Me despido de ella, haciendo un leve gesto con la mirada y la mano, a lo cual ella responde. Es un instante mágico. Esta niña me conducirá, de un modo simbólico, por las calles de Ortigia. Y me llevará al Duomo. Y luego a la Fuente Aretusa. Una fuente-ninfa que mira al Puerto Grande. 
Las puestas de sol, mientras contemplo los barcos, incendian mi ánimo. Y me elevan. Siento que he llegado a un lugar tocado por la belleza y la serenidad.  


Siracusa, no obstante, no se agota en la isla Ortigia sino que también cuenta con un área arqueológica de inmenso valor, donde se halla el teatro griego (ahora en restauración), la Oreja de Dionisio (una cantera u caverna impresionante con una excelente acústica), el altar de Hierón o el anfiteatro romano. 
El teatro griego, que también mira al mar, me fascina, al igual que me fascinara cuando lo visitara la primera vez en 1993. Me traslada, realmente, a otra época. 


Rumbo a esta zona arqueológica, que ahora está muy vallada y cuidada (no recuerdo que fuera así hace más de veinte años), me tomo un trozo de pizza y otro de espinacas, que me saben a gloria.
Y después de esta visita, imprescindible, me acerco a una iglesia posmoderna, Madonna delle Lacrime, que me hace recordar la nueva basílica de Guadalupe en Ciudad de México. Por esa parte de la ciudad, las calles llevan nombres de filósofos, acaso porque esta es una ciudad impregnada de ataraxia estoica, que me invita a reflexionar, sentir, sentirlo todo de todas las maneras posibles, esto es a viajar en paz. 

Siracusa o la serenidad filosófica. 

Taormina

De Catania me dirijo a Taormina, una ciudad que ya visitara en el 1993. Y que me pareció y me sigue pareciendo una belleza, puro exotismo, un lugar paradisíaco, si es que alguna vez hubo paraíso. 


Taormina queda a tiro de piedra de Catania en tren. La estación de trenes, como bien recordara, queda alejada del centro, tampoco tanto, pero la subida es considerable hasta el centro histórico. 

Nada más llegar hay un bus a la entrada de la estación, al que se encamina una tropa de turistas. Y es que esta ciudad atrae mucho al turisteo andante, entre el que se encuentra un buen puñado de franceses y francesas. O eso me pareció. En cambio, no me da la impresión de que haya casi españolitos y españolitas. Quizá porque no es aún la época semanasantina. Eso me da igual, porque no tengo intenciones de entablar contacto con la españolidad (siento mostrarme asocial, pero me apetece andar a mi aire, acaso ensimismado en mis reflexiones y mis sentires, centrado en la realidad que estoy viviendo). 


Subo al bus de marras, como el resto de la manada (que para eso vivimos en un mundo globalizado, y apijotado, tal vez, algo rancio me estoy volviendo). Le pregunto, no obstante, al busero (hay que asegurarse) si me dejará en el centro. 

Ya en Catania, desde el ordenador de mi alojamiento (qué lujo, con ordenador) he reservado alojamiento en el Bed and Breakfast Cohen, que queda al ladito mismo de la Isola Bella. Pero cuando lo reservo no sé, la verdad, que este sito, tan cuco, está cerca de esta maravillosa islita. 
La recepcionista, una tal Joanna, me manda un correo para explicarme cómo llegar al alojamiento. Me da indicaciones precisas. Qué amable. "Coge tal autobús desde la estación de trenes, sigue esta ruta, etc.). 



En todo caso, cuando llego al parking o parqueo (que diría algún hispano) situado antes de encarar la histórica ciudad de Taormina, me siento como perdido, como un chivo en una cacharrería. O tal que así. Quizá a resultas de la empalagosa lluvia que comienza a caer sobre Taormina. 

Por fortuna, llevo (me gusta decirlo en presente) un chubasquero, que me ayuda a soportar el orbayo, aunque resulta incómodo ponerse a buscar el alojamiento mientras me cae del cielo agua encima. 
Isola Bella


La lluvia, ay, es hermosa cuando uno está a cobijo y la contempla como si fuera un espectáculo, que lo es, pero no cuando te pilla a la trampa, mientras intentas encontrar un sitio en el que ampararte. 

Será la edad, que no perdona. Pues con veinte años y aun con treinta uno corría como un gamo. Y todo era vida y dulzura, esperanza nuestra. A decir verdad, da la impresión de que me estuviera confesando, abriendo en canal, de par en par en el diván de algún psicoanalista. Pero creo que a veces es bueno y saludable soltar lastre, mostrarse al desnudo, teniendo en cuenta, eso sí, que vivimos en un mundo selvático, caníbal, y tus semejantes podrían descuartizarte. A mi edad es probable que pueda permitirme algunas licencias. Así que haré uso de las mismas. 


Al final, luego de preguntarle al recepcionista de un hotel cercano (una buena idea, creo, si es que encuentras a alguien que te informe adecuadamente) me encamino hacia mi alojamiento por unas escaleras cuasi interminables (hostia puta, cómo haré para subirlas luego) hasta casi el borde del mar. 

El paseo, incluso bajo la lluvia, resulta hermoso, de una hermosura cinematográfica, pictórica. Por delante de mí desfilan cuadros paisajísticos, que dan ganas de acariciar. Y los efluvios de la exuberante naturaleza me abren el apetito. Me quedo hipnotizado contemplando el paisaje mientras desciendo, con precaución, por unas empinadas escaleras. No vaya a ser que me resbale o me tropiece y baje rodando hasta el mar. Y mi viaje se quede truncado.

Las indicaciones que me proporciona el recepcionista del hotel en cuestión son buenas. Sin embargo, llega un momento en que parece que se acabaran las escaleras. Y ahora por dónde sigo descendiendo, me planteo. Es un espejismo, nomás, a resultas de la lluvia y cierto cansancio acumulado por estos días de viaje, desde que saliera de Ponferrada en dirección a Madrid Barajas. Algunos miles de kilómetros llevo ya a las espaldas. 

Respiro, miro al fondo y continúo bajando hasta que por fin encuentro la morada Cohen. Llamo al timbre y allí no abre ni Cristo. 


Joanna, a quien aún no conozco, debió salir de paseo. En el fondo, ella me esperaba sobre las tres y media p.m (que dicen los anglosajones) y yo llego con dos horas de adelanto sobre el horario previsto, o sea, que es cosa mía y no suya. En todo caso, se me hace raro que nadie conteste al timbre.  No tengo a mano su teléfono. Y tampoco me apetece llamar desde mi móvil. Entonces, decido seguir bajando aún más hasta llegar a una cafetería en la que me atrevo a preguntar (como si estuviera en mi pueblo) si conocen el alojamiento Cohen. "Sí, conozco este sitio", me dice una mujer, que sin duda es la responsable de la cafetería. Qué bueno, pues entonces no será difícil encontrarla. En ese momento, un hombre, su colega, o su marido (no importa esto), como sacado (o salido, esto no queda muy adecuado) de una chistera, tira de móvil y hace una llamada. El tipo, resuelto y hospitalario, acaba de localizar a la tal Joanna. Qué alivio. Entonces, me dirijo derechito, una vez más, a Cohen House. 
Joanna, pendiente, me abre la puerta. Y me dice que no había escuchado mis timbrazos. Es una chica jovencita. La casa es mona. Me recibe con amabilidad y me recuerda que no me esperaba a esa hora, lo cual que tiene toda la razón. Pero no percibo que me lo diga como reproche sino como constatación. Resulta ser rusa y la encargada, no la propietaria, de la casa. Me alojo o me aloja en un cuarto con terracita y con vistas a la Isola Bella. Vaya lujo. Si uno no buscaba un sitio tan guapo, pienso, aunque lo agradezco. "Aquí me quedaría una temporada", me digo. Ahora sólo hace falta que salga el sol y deje de llover. Entonces, ya sería lo máximo, el edén de Adán y Eva. De repente, me acuerdo de que, cuando salga, tendré que treparme por las escaleritas durante un buen rato. Bueno, tampoco es para tanto. Y este sitio es estupendo. 
Joanna me explica que puedo utilizar la cocina para cocinarme algo, me da indicaciones sobre la zona, me cuenta que cerca hay un teleférico, que me conduce al centro histórico. Una maravilla, la rapaza, claro. 
Sigue lloviendo mientras contemplo, extasiado, la Isola Bella, la isla bonita (esa que cantara Madonna, que también es de origen siciliano, ¿no? Creo que esa isla bonita era otra, pero me gustaría imaginar que fuera esta). 

En algún momento dejará de llover, sigo rumiando. Y será el momento de subirme a los cielos de Taormina. Pues sí, en algún momento deja de llover, al menos a raudales, y decido salir de la guarida en busca de esa ciudad que visitara hace tantos años. Y que me cuesta reconocer. 

En todo caso, en aquella época sé que no visité esta zona, en la que me alojo ahora. La subida por la escalinata no me parece tan dura (me estoy poniendo en forma, qué bueno) y mis deseos por descubrir o redescubrir la ciudad vecchia me dan alas. Y me ponen en el centro histórico en un santiamén. 



Recuerdo, con cariño, el teatro greco-romano (que ahora veo en alguna foto de antaño) y me encamino hacia el mismo. Tengo la fortuna, además, de que la entrada ese día es gratuita. No obstante, merece la pena pagar entrada para ver ese monumento, desde el que las vistas hacia el mar son ensoñadoras. Lástima que la lluvia, aún en ciernes, no me deje ver el Etna, porque en días despejados se aparece en todo su esplendor. 
Teatro griego



Me regodeo haciendo fotos al teatro, situado en una colina estratégica, haciendo panorámicas de la bahía y de una parte de la ciudad. Me siento feliz con esta visita. Es como si no quisiera abandonar este recinto sagrado, en el que Woody Allen rodara alguna secuencia de 'Poderosa Afrodita'. Eso creo recordar.

Sólo por su teatro y por sus parajes, Taormina merece una visita. Una ciudad que ha inspirado a escritores como a Truman Capote o Tenessee Williams y en el que han encontrado retiro espiritual artistas como Dalí, Greta Garbo, Orson Welles, o bien Richard Burton y Liz Taylor, a quienes les gustaba tomar cócteles en el legendario Wunderbar, situado en la piazza IX Aprile, en el que un café en terraza te puede costar unos seis euritos. 
Una ciudad que, ya desde otros tiempos, fuera residencia de aristócratas y banqueros. Un lugar donde todo es el doble de caro que en el resto de Sicilia, incluso los arancine o arancini, que es un aperitivo sabroso, que te puede sacar de un aprieto hambruno en un momento dado. Los arancine son croquetas de arroz hechas con ragú de carne, o bien con espinacas (les encantan a los sicilianos) o con queso.

Desde la Porta Messina a la Porta Catania, a lo largo de su arteria principal, Corso Umberto I, Taormina se muestra medieval, tranquila, aromática, con rincones y callejones con mucho glamur. 
Plaza IX  Aprile


Contrariamente a lo que ocurre con ciudades como Palermo o Catania, que muestran ese aire decadente, descuidado, incluso sucio, Taormina luce espléndida en lo alto de un acantilado, en medio de una vegetación subtropical. Como si se tratara de una urbe de la Europa central desarrollada. Por momentos, uno tiene la impresión de estar en Austria, eso sí, con la calidez del mundo mediterráneo.