Escribir
como necesidad y respiración, como pulso y pulsión vital, escribir para poner
en orden (o desorden) las ideas, articular el pensamiento, tratar de entender
el mundo en que vivimos, pero sobre todo para procurar entenderse a uno mismo,
un poco más y tal vez mejor, tarea harto complicada, escribir para abrir nuevas
sendas, surcar terrenos baldíos, navegar ríos y mares, abrazar nuevos
horizontes, columpiarse en la hamaca de los deseos y las ilusiones, escribir
para dejarse ir, dejarse fluir, incluso contracorriente, por cauces y terrenos
reinventados, por veredas en ocasiones intransitables, escribir como un modo de
estar y vivir en el universo, una forma de mirar la realidad o irrealidad en la
que estamos inmersos, escribir para combatir la desmemoria, escribir para
expulsar la bilis, el veneno que un ser humano ha acumulado debido a su estilo
de vida falso, según el coloso Henry Miller, que lograra devolver vida a la
literatura, que hiciera de su vida pura literatura, escribir para soltar
lastre, y de este modo poder elevarse por encima de las miserias, más allá del
bien y el mal, como quisiera otro grande, en este caso el filósofo Nietzsche,
que amaba sólo aquello que alguien escribiera con su sangre, escribir con
sangre y alma, siempre. “Escribe
tú con sangre: y te darás cuenta de que la sangre es espíritu”. Escribir para sentir la vida, el tiempo, que corre veloz
como un caballo desbocado por las praderas de una infancia-matria, que ya no
volverá. Escribir para acariciar la mirada del amor, contemplar la lejanía con
el tacto, olfatear la hierba seca en una noche de verano, fundirse con la
serenidad que procura un cielo estrellado, escribir para reencontrarse con las
palabras vivas, escribir siempre, incluso cuando uno ha dejado de creer y de
escribir, incluso cuando uno ha dejado de escuchar la llamada salvaje de la
escritura. Escribir siempre, eso sí, pero desde lo que uno conoce (o cree
conocer) muy a fondo, como nos dijera el genio Umbral, que escribiera o
manuscribiera toda su vida, la real y la ficticia, con sensibilidad y entrega,
con una prosa poética extraordinaria. Escribir desde lo que uno conoce muy a
fondo, muy bien, para entregarse a la pasión, para sentir con las entrañas,
para que quienes se acerquen a la escritura sientan escalofríos, sacudidas
emocionales, para que, en definitiva, se sientan tocados para la varita mágica
de la escritura.
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