Recorro
el pueblo, con la sierra de Gistredo al fondo, nevada, como una estampa
navideña. Lo recorro con templanza, sin prisas, y lo hago de abajo al pico Río
(allí donde se celebra la “corrida de burros”, que dicho así parece una 'burrez'),
y de arriba al ‘hondo lugar’, y me da
una tristeza inmensa al comprobar el vacío y la soledad que inundan el paisaje
que me vio nacer y crecer, ese que me arrullara y despertara mi interés por los
cuentos. La mayoría de las casas están cerradas, no se percibe ni un alma en la
calle, ni siquiera se atisban miradas en las ventanas. De repente, echo en
falta a las 'corujas' y 'corujos' que actúan
como una telepantalla fisgando a cuanto bicho viviente se les pase por delante.
Todo parece sumido en la quietud como si se tratara de una aldea
fantasmagórica. No se oyen ruidos, y hasta da la impresión de que la naturaleza
no desprendiera ningún aroma. La tristeza me invade. Es un sentimiento que me
asalta en ocasiones, tal vez porque uno es de natural sentimental, morriñoso de
pura cepa, de las cepas de la Solana y la Hidrera, nomás, de aquellos viñedos,
con regusto a acidez, que hoy son pasto de las alimañas.
Quizá se trata de una
percepción lírica, que me obnubila, en la que el bosque me impidiera acariciar
con claridad los árboles, o al contrario, quién sabe, no acierto a
vislumbrarlo. Lo que sí sé, o eso desearía, es vivir de claridades y lo más
despierto posible, o quizá no, porque para degustar el panorama de desolación
que se perfila, no sólo en este Bierzo Alto, sino en nuestra provincia al
completo, tal vez lo mejor sería vivir en una nube ensoñadora. Soñar y volar.
Contar y alquilarse para soñar. La nublazón del clima me hiela las entendederas
y aun el alma, pues las manos, agarradas al ‘motorino’, las tengo
ya escarchadas, sólo de pensar en un pueblo deshabitado, falto de vida. De
nuevo me asaltan algunos miedos. ¿Qué será de este pueblo dentro de diez años?
Entonces, el soliloquio en que estoy embebecido me devuelve a un diálogo con un
paisano. Juraría que no me había topado con ‘naide’ a lo largo
de mi trayecto por el pueblo. Salgo de mi asombro cuando me doy cuenta de que
no es mi subconsciencia quien me habla, sino la voz de Toño, que me saca de mi
ensimismamiento. “Dentro de diez años aquí, en Noceda, no quedará ni un gato”,
aliento como un pitoniso. Al paso de despoblamiento agigantado y muerte por
envejecimiento al que danzamos, no quedarán ni gallos capones que den fe de
nuestra realidad o ficción en este Bierzo: la región más
triste del aire.
No te tengo, querido Manuel, por persona nostálgica o pesimista. Antes al contrario, mayormente alegre y positivo. Te honra el cariño por tu Noceda. Pero, como diría un "pijo de Serrano" -Noceda, es divino de la muerte-. Es verdad. Si fuere como vaticinas, ellos se lo pierden. Pero siempre nos quedará el consuelo, al igual que Babilonia, algún Alejandro berciano pretenda hecer a Noceda un lugar muy relevante.
ResponderEliminarComparto en absoluto tu tristeza amigo Manolo. Si no me equivoco Noceda del bierzo es donde nació una bella poeta que al morir dejó para su pueblo todo lo que ella poseía, es decir, casa, dinero, terrenos y sus poemas en 3 libros me parece. Puedo estar equivovado... y me gustaría estarlo.
ResponderEliminarEn todo caso lo que relatas es algo muy triste eso de ver como un pueblo va desapareciendo sin que exista una forma (o tal vez si existe) de hacerlo revivir... Pienso qie sí se podría con el apoyo de los pueblos vecinos y del gobierno... Y que los reyes vacien sus bolsillos alguna vez por la gente que no tiene la fortuna de haber nacido con todo a la mano... Un abrazo.
Carlos Ordenes Pincheira
El pesimismo ,es producto de los tiempos de incertidumbre que estamos Viviendo, querido profesor de cinematografía ,cuando estaba leyendo esta reflexion ,tu YA ,me venia el recuerdo ,de cuando explicativas el significado del PLANO SECUENCIA,¿Donde están las corujas?.NOCEDA,FOLGOSO ,LOS BARRIOS, mientras existan gentes como vosotros nunca MORIRÁN,gracias Manuel.
ResponderEliminarDesde hace sesenta años, la imagen que percibe el televidente o el que acude a las salas de cine es que lo "guay" es vivir en la ciudad, donde "hay de todo", está "la gente guapa" y se abre un inacabable ramillete de posibilidades laborales, culturales, deportivas y de toda índole. Lo malo es que de tanto repetirlo se ha convertido en realidad. No hay una sola teleserie española que se base en la vida rural. Los jóvenes están conectados con gotero a esas series, y al subconsciente se les clava el mensaje de que fuera de las ciudades no hay vida, y si la hay, desde luego no es nada glamurosa. ¿Cuántos de los que se lamentan de la muerte de la vida en los pueblos son incapaces de abandonar la ciudad, más que en fines de semana? Incluso cuando se jubilan, sólo van por la casa del pueblo de vez en cuando, porque muchos días seguidos allí se aburren. Cada vez hay más personas con el síndrome del urbanita, a los que les entra el pánico cuando no están rodeados de edificios, y sólo los abandonan para desplazarse rápidamente a una playa, una estación de esquí o un mesón "superguapo" de arquitectura neorural o una casa rural que de rural no tiene nada, en un pueblo donde no hay ni ganado y donde por supuesto no huele a estiércol. La clave para la recuperación de la población rural se basa únicamente en atraer a los jóvenes, pero estos no van porque en los pueblos sólo hay viejos, y entre los 20 y los 30 años, el ritmo vital humano necesita de la compañía del grupo de iguales y de la actividad frenética que éste genera. Si un famoso español joven capaz de crear tendencia se fuera a vivir a un pueblo lejos de las grandes ciudades, las tornas podrían empezar a cambiar. Siempre he comparado lo que ocurre aquí con lo que sucede en Francia, en que la polarización de la población hacia las ciudades es mucho menos acusada, y donde la diferencia entre vivir en un pueblo y una ciudad no es tan grande. Allí los pueblos están llenos de vida.
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