Febrero de
1999. Luce un cielo muy hermoso y
azul. Dan ganas de zampárselo. No estaría nada mal como postre. Suena música magrebí en Radio 3.
Juan Goytisolo me
estimuló con sus Aproximaciones de Gaudí en Capadocia. El mundo árabe resulta estimulante. Cheb Nadir es un gran músico. Cheb Mami
también lo es. La vida sin música no tendría sabor. No concibo la
vida sin entregarme a las emociones que procuran los sonidos excelsos. A veces
he llorado escuchando música. He llorado de alegría. Con Michael Nyman, con Glass, con tantas músicas. Los pelitos
se me erizan y mis ánimos se elevan por todo lo alto. Entonces, el mundo me
parece bonito y me siento
como flotando en un paraíso malvarrosa, dulce, placentero.
Es probable que la música sea el arte
más noble y universal que existe. A través de la música se puede reinventar el
mundo, recrear otros cosmos. Platón se dio cuenta de que a través de la música
se puede educar a la población. Y entrar en trance como un derviche. Por ejemplo a ritmo del grupo marroquí Nas al Ghiuán....
Se está acabando el mes. No tengo muchas ganas de escribir. Me siento como en otro mundo. Hoy puedo permitirme el lujo de plagiar
y hasta de columpiarme en el circo de los delirios. Si uno vive en la
mediocridad, el ánimo se tuerce y las neuronas comienzan a patinar en la nieve
de las decadencias. La literatura es memoria, asegura Ray Loriga. Su novela Tokyo ya no nos quiere va contra la memoria,
porque eliminar el recuerdo es lo que te da la posibilidad de ser libre.
Desprenderse del pasado es la mejor terapia para abrazar el futuro, abrirse al
amplio cosmos. Vivir de recuerdos acaba esclavizando y sumiendo en la
nostalgia más asesina, esto lo dice este menda.
Vivir anclado en el pasado sólo invita
a regodearse en la muerte. Es como sentarse a la puerta de casa y esperar a que
llegue La Parca, guadaña en mano, a que te rebane el pescuezo. En el Ato Bierzo es típica la imagen del señorín o
señorina contemplando la nada, sentados a la sombra del corredor de la casa, o
al fresco de un arbolín en tardes de siesta y sopor, esperando que se aparezca
un ángel o una divinidad que te resuelva la vida de una vez para siempre,
esperando que la muerte aparezca.
Prefiero ir en busca de la muerte, que
ésta me agarre por sorpresa, que me pille viajando, recorriendo el ancho mundo.
Como un personaje que tuviera cita con la muerte y por no charlar con ella se
hiciera el desentendido y no acudiera al rendez-vous. Como quien se aleja del
peligro viajando a otro espacio, y quizá a otro tiempo.
Siempre supe que en
abandonando México, nada malo me podría suceder. Una vez en el avión todo sería
vida y dulzura. Qué ingenuidad y autoengaño. París me esperaba con los brazos abiertos en Charles de Gaulle.
México quedaba atrás. La muerte había dejado de perseguirme.
El sentimiento de
angustia y agonía se aplacan cuando uno toma otro rumbo, atraviesa el charco, y
se adhiere a una luz matutina, intensa, poderosa, capaz de inflamar tu corazón,
y hacer que el mundo se transforme en una caricia tierna, protectora, que te
tiende una mano y te invita a entrar en un sueño dulce, fluido, encarnado.
Entonces, el horizonte se torna color rosa, poéticamente esperanzador.
Desde el
avión la noche se va tornado día allá en el continente europeo, la noche luce surreal y colorida, hay rosas y amarillos que tintan el oscuro rostro del
espacio.
Tokyo ya no nos quiere es un libro de viajes, escrito en el curso
de un viaje en el que el ordenador ha funcionado como una Polaroid que
registraba los sonidos, olores y vivencias que impregnan las ciudades o lugares
recorridos: Arizona, Tokyo, Berlín, Madrid...
Me encanta escribir sobre
lo que veo, toco, huelo, recorro con la punta de mis pies y mi sensorio.
Marruecos fue para mí un oasis de inspiración y deseo, pasión y estímulos a
prueba de bomba. La mejor literatura acaso brota de las impresiones. Uno sólo tiene
que dejarse acariciar por los estímulos del ambiente. No hay nada mejor que dejarse envolver por el entorno.
Son los libros de viajes los que más me encandilan. El
pasado es más un lastre que un tesoro. Ray Loriga es de los que se apuntan al
consumo de drogas con el fin de tener una percepción más amplia de la realidad.
Las drogas como posibilidad y construcción literaria también las encontramos en Thomas
de Quincey, Baudelaire, Poe, Bukowski, Genet, Rimbaud... y el propio Jim
Morrison, compositor surrealista enterrado en Père-Lachaise.
La literatura es
viaje, escribe Julio Llamazares.
Antonio Colinas, en cambio, dice que la clave de
escribir está en la memoria infantil, porque la infancia es el espacio de las
primeras contemplaciones, y de ahí nace casi todo.
Se acaba febrerito el corto. Es infame
el paso acelerado del tiempo. El tiempo es oro y muerte a la vez. El tiempo
borra y estigmatiza los recuerdos, rompe y rasga las entrañas poco a poco, sin
que uno se de cuenta.
Ayer estuve de copeteo por el Bellas Artes, el Cocodrilo
y luego el Cotton Blues.
Salir de copas es una forma como cualquier
otra de asesinar el tiempo. Salir de cervezas es como ir en busca de una mirada
que te saque de tu sitio, estar expuesto a que te pisoteen y te bailen el
meneito, rozando tus cuerdas en el arcorde atolondrado de los contratiempos. Aún
no me ha afectado el tremens delirium, eso creo. Y mi estado confusional/confesional aún sabe
conducir sus desorientaciones por el desván de las intimidades. A ritmo de
blues soy capaz de entretejer segundos
de éxtasis.
Escribir es como salirse por peteneras en el reino absurdo del
lenguaje. Componer oraciones es como surcar el campo fértil de la sintaxis
aderezada con orégano y tomillo. Los petirrojos, ni siquiera los pardales, aún no han anidado en mis cavernas. Ayer
encontré a Ángela. Esa rubiecita cubista que sonríe como una paloma abatida,
circunspecta. Una chavala delgada y con un rostro
entre simpático y ácido, una mezcla explosiva. Ángela invita a
mirarla desde una perspectiva pictórica de ángulos y cuadrángulos, en la
penumbra de un bodegón expresionista. Me está entrando modorra, y parece que no me fluyera el
lenguaje. Tengo sueño y hambre de estímulos, qué contradictorio. Quiero bucear
en los mares tangenciales del surrealismo, componiendo odas al tiempo y a la
muerte, obsesionado por el discurrir vital.
Vivir no es fácil pero morir debe
ser más jodido, aunque cuando la muerte llegue yo ya no estaré para verle la
jeta de marrana que debe ponérsele en horas fatídicas... qué cínico. La muerte
no tiene rostro, el rostro lo pone el muerto o la muerta. La muerte no está fuera, no está
en ningún lugar. O sí. Está en cada vivo y en cada viva.
Hay muertos vivos y vivos muertos. Al
final, todos calvos. Qué chistoso. La
muerte mora en el interior del individuo. Vida y muerte son lesbianas, como en
la canción de Javier Corcobado. Todos a la bi y a la ba,
porrompompero... Es la hora de la comida y me
siento desfallecido. Anoto cualquier ocurrencia por si algún día tuviera que
echar mano de ella. Vaya ridiculez. Para
que quede constancia.
Soy un asqueroso
existencialista. Sartre y Camus no eran nada asquerosos. Me parece. Aunque
dispongo de todas las horas del día, ningún trabajo esclavizante me chinga. La verdad es que no
encuentro tiempo suficiente para leer todo lo que quisiera, ni escribir todo lo
que deseara, ni siquiera encuentro tiempo para preparar la maldita oposición y vivir con
intensidad cada momento. Es el eterno
problema de no encontrar tiempo suficiente. Siempre el tiempo. La sangre.
Hay que dormir, descansar, pensar en las musarañas, hablar con la humanidad, tocar el arpa y el saxofón en ratos perdidos... Hay tantas cosas que
hacer que nunca hay tiempo para nada. Mientras, la vida se consume en menos que un
gamusino se echa a la cazuela a una camada de roedoras.
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