Chema Sarmiento, foto tomada en un filandón en una aldea del Alto Bierzo: Cabanillas de San Justo
Chema Sarmiento. Foto: Cuenya |
El Filandón, que toma el título de aquellas reuniones al amor sagrado de la lumbre en las frías noches invernales, nos cuenta varias historias, un total de cinco, hilvanadas todas ellas por sutiles y simpáticos guiños al espectador. Relatos lo suficientemente distintos como para no tener la impresión de repetición -asegura su director-, y que tampoco son tan dispares para que la unidad estilística no se resienta. Cuentos escritos ex profeso por grandes de la literatura leonesa (y aun universal), que a su vez ejercen como actores, para esta película inolvidable, que me cautivó en su día, siendo un adolescente, y que me sigue pareciendo extraordinaria casi treinta años después.
En este caso cine y literatura están íntimamente religados de la mano de Mateo Díez, Merino, Pereira, Pedro Trapiello y Julio Llamazares (pesos pesados de la escritura, y casi todos vivos, salvo el bueno de Pereira, que por fortuna nos sigue hablando desde el más allá, mientras toca el arpa con algún arcángel, mejor dicho arcángela).
Aunque todas las historias me resultan interesantes, confieso mi devoción por la sensualidad y paisajismo impresionista de Las peras de Dios, de Pereira, que Sarmiento ambientó en su tierra natal, Albares de la Ribera, cuna de mi abuelo materno, Antonio Robles, alias el Chulo, a quien nunca conocí, y lugar en que nacieran asimismo al cineasta Gabriel Folgado (Beli).
Calificada de Especial Calidad y Especial Interés Cinematográfico por el ICAA, El Filandón me sigue entusiasmando como si fuera la primera vez.
La música compuesta por Amancio Prada y la banda sonora de Halffter para ambientar el último relato, Retrato de un bañista, de Llamazares, aderezan, dan colorido y fuerza hipnótica a esta cinta excepcional, divertida, que nos sumerge durante hora y media en un mundo entre real y surreal pero que reconocemos como propio, cercano, entrañable.
Imposible olvidarse de ese arranque, con el silbido del viento, en el valle de la Campa de Santiago (en el regazo del pico Catoute), en cuyo centro vemos la ermita. Comienza la campana a sonar, comienza el espectáculo: las aguas del río Boeza, que nacen aquí/allí mismo, manan de color sangre. Entre el mito y el logos, la realidad y la surrealidad.
Esta peli es la única que guardo como un tesoro. Y podríamos decir que su "cara B" "Los montes" también del supremo maestro Chema Sarmiento.
ResponderEliminarSaludos
Me encantaron todas: el filandón, la historia de las peras, la del wolframio, el paseo de Llamazares por el pueblo del pantano (memorable) Entrañables y con una fuerza enorme.
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