Mañana viernes, en el Benevivere, el Circo, de Chaplin. Como siempre. A las
20h15. Os esperamos.
Un mundo de risas y lágrimas, esto es el tragicómico universo del circo,
entrañable y a la vez aislado del resto del mundo, donde la comicidad surge a
partir del drama cotidiano de un tipo, en este caso Charlot, que deambula
distraído frente a la puerta del circo.
Los payasos ya no hacen reír al público y la amazona (Merna) sigue fallando
en sus ejercicios ecuestres.
Podría decirse que El circo es su última película muda, él
que nunca quiso realmente que su cine fuera sonoro, porque estaba convencido de
que perdía toda la magia y ponía en peligro la pantomima, una de las
características esenciales de su personaje, el eterno y solitario vagabundo,
siempre en busca de afecto y amor. Sus posteriores películas, tanto Luces
de la ciudad como Tiempos modernos, sin llegar a ser
del todo sonoras, sí incluyen elementos sonoros, sobre todo Tiempos
modernos, que está entre el cine silente y el sonoro.
Una vez más, debemos recordar que el cine es el arte de contar con imágenes, y
en sus inicios era un espectáculo de feria. Como el propio circo, que tanto
entusiasmaba a nuestro Ramón Gómez de la Serna, y que Chaplin, el pequeño
hombre gracioso, conocía tan bien a resultas de su familiaridad desde jovencito
con el music hall y los espectáculos de variedades, tan
cercanos al mundo circense.
El circo (The Circus) es una comedia dirigida, montada, producida y
protagonizada por el todoterreno Chaplin, quien también compuso y editó el
acompañamiento musical original de la misma.
El meticuloso método de trabajo de Chaplin
le llevó a construir un circo real para recrear la atmósfera adecuada durante
el tiempo que duró la filmación, casi un año, que se extendió tanto debido a
diversos incidentes y accidentes que sufrió el elenco así como un incendio en
el plató. En ese período Chaplin estaba, además, apenado por el fallecimiento
de su madre y herido por el amargo divorcio de Lita Grey, que le procuró
verdaderos quebraderos de cabeza y lo dejó casi arruinado. Sabidas son sus
aventuras amorosas con jovencitas, las cuales lo acababan poniendo en jaque,
entre las cuerdas. A pesar de que El circo fue uno sus grandes
éxitos, una de las pelis mudas que mayor recaudación tuvo de la historia del
cine, y por la que recibió un Óscar Honorífico, él mismo se encargó de
silenciar y ocultar las copias de esta cinta después de su estreno en 1928 en
Nueva York.
Geniales y divertidos son los gags o chistes
visuales en que Chaplin se mimetiza con un muñeco mecánico, mientras es
perseguido por la policía. Así como la secuencia, brillante e
ingeniosa, en que lo vemos en la laberíntica sala de espejos de una
feria que multiplica su imagen, lo que le permite huir de su perseguidor.
Una escena que tanto Orson Welles como Woody Allen rinden homenaje en sus
respectivas pelis: La dama de Shanghai y Misterioso asesinato en
Manhattan.
A continuación asistimos a la pista giratoria, sobre la que corre el huido
Charlot, causando las risas del público. Resulta trepidante. No menos divertida
es la escena en que lo vemos enjaulado con el león. Y casi al final de la peli
se nos muestra haciendo funambulismo sobre la cuerda floja, con el acoso de
unos monos que le quitan los pantalones. Se cuenta que fue él mismo quien la
interpretó, sin necesidad de un doble, lo que le llevó varias semanas de ensayo
y rodaje.
Una vez más, la comicidad de Chaplin se desprende de un equívoco. El
vagabundo aterriza por puro azar -mientras escapa de un poli que lo confunde
con un carterista-, en un circo ambulante, donde el dueño le ofrece trabajo
debido a su espontaneidad y su talento para hacer reír al público. En el circo
se enamora de la hija del tirano director del circo, Merna, a quien intenta
ayudar, pero ésta, ay, se siente enamorada de Rex, el apuesto trapecista. Al
vagabundo no le queda más remedio que hacerse equilibrista, si quiere conseguir
a su amada.
El final se me antoja sublime: la imagen del pequeño y solitario hombre, absorto
en su propia desventura, sentado sobre un cajón en el centro del círculo
marcado por la carpa del circo, y ese su último gesto dando una patada hacia
atrás, al destino, a la vida, a todo, mientras lo vemos caminar por la llanura
vacía hacia el horizonte, acaso con la libertad de quien vive y siente en el
camino.
Y es que el enamoradizo y transgresor Charlot siempre buscó la libertad en
un mundo de caza de brujas, que él mismo sufrió en sus propias carnes.
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