Como uno debe probar, y hasta reprobar, lo que existe en una ciudad, el otro día me dio por utilizar el último ascensor público construido en el llamado barrio de los Judíos, que va a dar a la General Vives, esquina con la cafetería La Solana, y me encantó. Ahora ya contamos con dos elevadores en la city de la energía, en tiempos ciudad del dólar (y alguna vez, como en una ficción, Ciudad del cine, glorieta incluida). A este paso, con tanto ascensor, algún día la capi del Bierzo pueda que sea conocida como la ciudad de los elevadores.
Nuevo ascensor ponferradino
En el año de 2003, creo recordar, se inauguró el primero, de características similares al segundo, panorámico y de estructura metálica. También recuerdo con agrado la primera vez que utilicé el primero (valga la redundancia). Y espero seguir usándolos, tanto uno como otro, que no abusando de los mismos, porque no quiero caer en la dulce tentación del uso desmedido. Los ascensores de marras me parecen inventos extraordinarios. Un lujo que muchos no deberíamos permitirnos, ya que el ejercicio es muy saludable, o eso se dice, y uno debería hacer mucho ejercicio, caminar, mover el “fodre” o “fudre”, que luegan nos pesan los kilos como una losa mortuoria, y no nos los quitamos de encima ni haciendo ayuno durante un mes como buen musulmán, que no soy, ni siquiera flagelándonos como los mártires, que ya es mucho decir. La obesidad es una enfermedad y hasta un vicio de nuestra sociedad “hamburguesina” y “colesterólica”. Se come mucho y muy mal, y casi no se queman calorías. A poco que uno se descuide en su dieta diaria, que por otra parte es inexistente, ya está ganando tocinamen en la panza, que es el sitio donde uno suele acumular el unto. Mas disponiendo de ascensores como éstos, caramelitos así de ricos, a uno se le quitarán las ganas, a buen seguro, de subir la pendiente de General Vives, bien sea encarándola desde la glorieta de correos, ya por el barrio de los Judíos, bueno, supongo que será sobre todo en días en los que uno no se sienta con ganas de trepar, y el frío o el calor aprieten con gusto. Qué haraganes nos volvemos cuando nos lo ponen a “güevo”. La verdad es que esto de atajar de un modo rápido y confortable, vía elevadores, es una maravilla. ¿No me digan que no? Y, además, nos conduce a la parte alta en un quítame allá esas legañas, que es de lo que se trata.
Confieso que hace ya tiempo -antes de construirse el nuevo ascensor público- me topé casi sin quererlo ni pensarlo con el "viejo" elevador, esto es, el que alcanza la parte alta del lado del Teatro Bérdidum. Serían las dos de la madrugada. Subía por la Vives, luego de darme un paseíto por las nubes ponferradinas. Pasear incluso a deshora de la noche le procura a uno un bienestar sin igual, más que nada cuando la noche está templada, o calurosa, y a uno no le entra el sueño. Lo que me sorprendió, muy gratamente, es que incluso a horas intempestivas el ascensor de turno estuviera disponible y en marcha, lo que no es del todo habitual. Alguna vez también aparece averiado. A lo mejor fue una casualidad. Y una suerte. El asunto es que agradecí aquel viaje como si me hubieran regalado el mejor manjar. Estaba solo. Y solo subí a la zona alta, que es la parte en la que uno vive. El viaje en este ascensor me hizo recordar el elevador de Santa Justa, que está en mi adorada y exótica ciudad de Lisboa. No sólo viajé en el primer asecensor público de Ponferrada, sino que ese viaje me trasladó a otro mundo, porque Lisboa tiene una sugestión de Finisterre -según Muñoz Molina-, de última ciudad de Europa. Ahora que lo pienso, este elevador me devuelve a la capital del fado, pero Ponferrada me recuerda a Bilbao (ya sin altos hornos ni minería, ni la una ni la otra) en esos sus desniveles, que procuran vértigo.
Panorámica de Ponferrada desde el monte Pajariel
Y el Pajariel como una Archanda desde la que se divisara toda la ciudad, la centenaria, la templaria, la de siempre, la moderna, la ciudad en la que vivo y siento. ¡Este placer de alejarse!
Londres, Madrid, Ponferrada,
tan lindos... para marcharse.
Lo molesto es la llegada.
Londres, Madrid, Ponferrada,
tan lindos... para marcharse.
Lo molesto es la llegada.
(Antonio Machado, El tren)
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