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martes, 7 de julio de 2009

El tambor de Mateguines

Pepe Mateguines
Cuando en el Alto Bierzo suena el tamboril de Mateguines, Terpsícore y otras muchas diosas de las artes entran en trance, se descoyuntan los derviches giróvagos, y a nosotros se nos eriza el tímpano del alma. Cuando Mateguines acaricia el tamboril y sopla la chifla, también entonan los gallipavos y redoblan los tambores de Calanda. 
Luis Buñuel hubiera hecho de esta música excelsa banda sonora para una película. 

José Marqués, más conocido por Pepe Mateguines, es de los pocos músicos proverbiales que quedan por estas faldas de Gistredo, con el cacumen y maña suficientes para afinarnos el oído y hacernos amar la música de una vez por todas. Un músico amable y que siempre estaba dispuesto a alegrarnos la ya mítica velada del 15 de agosto en Noceda del Bierzo. Pasacalles que se columpian en nuestras mañanitas. Luego de rebozarnos en la cecina y el chocolate.


Es lástima que este músico aún no haya encontrado un sucesor, discípulo o becario -ahora que parecen estar de moda-, que se ocupe de este asunto y así pueda continuar la tradición musical. Una tradición que, dasafortunadamente, está abocada a desaparecer.


Mientras hay gente que se harta de poner el cazo, ora como becaria amatoria, ora como lamejetas del Imperio chapucero (eso sí, con la digna intención de jamarse algo, pata negra que podría descolgarse de la espetera), otros están a verlas venir, esperando que el maná caiga del cielo en forma de birlibirloque. Así está el panorama músico-festivo en este ombligo cósmico, siempre de culo a la jeta del siglo XXI.


Un maestro, cuando es real y no mera impostura, como es el caso de este buen hombre, debería tener su aprendiz, aunque para ello hubiera que recurrir a la Julliard School de Nueva York, pongamos por ejemplo; y poder, de este modo, subvencionar tan ambicioso proyecto.


Al señor Mateguines le gustaría que alguien le siguiera los pasos musicales. Estaría dispuesto, incluso, a formar a una persona por el morro, qué generosidad y entrega la suya, pero los tiempos atolondrados que atravesamos… el cucu de mis cucuruchadas y cucamonas, el camaleón aplatanado, el tiburón que no se harta de roernos las mollejas de los güevos, el venado de la cagarriza mental, hip-hop pa’ lantre y pa’ trás, chunda que te friega por todos los costados de la sensibilidad (y vuelve por otra coz de bakalao y ácida idiotez, rapeando la rasposa, rapada y roñosa irrealidad), no dan para mucho oído musical. Para qué hacer corazón de tripas, si lo que sobran son tripas, aunque los corazones estén infartados, y el pijoterismo sea la tónica y el tintorro de cada día.

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