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Diciembre es
un buen mes para viajar a Marruecos, eso cree el viajero, aunque en este
reciente viaje le pilló una ola de frío, de destemple, amén de lluvias
torrenciales, un diluvio universal, o sea, lo cual no es habitual en esta
tierra cuasi desértica, eso sí, con sus oasis y las montañas nevadas del Atlas,
que en esta ocasión se muestran cubiertas por la bruma. Esto ocurrió al inicio
del viaje, porque, transcurridos dos días, más o menos, el cielo comenzó a
levantarse luminoso, lo que al viajero se le antojó una bendición, porque
Marruecos es el país de la luz, un reino de luz cinematográfica (ahí está el
Atlas Studios https://ouarzazatestudios.com/accueil/, los estudios de cine de Ouarzazate, como parte de la Ruta de
las mil kasbahs).
Ver la ciudad de Marrakech grisácea lo dejó desanimado.
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| El Atlas |
Qué importante es la luminosidad, también el lado luminoso del ser humano, piensa el viajero, a sabiendas de que a veces aflora el lado oscuro, y eso resulta terrible. El ser humano es capaz de crear grandes obras, pero también lo es de llevar a cabo los actos más perversos. La literatura y el cine han explorado esos rincones oscuros de un modo extraordinario, desde El doctor Jekyll y Míster Hyde, de Stevenson o El retrato de Dorian Grey, de Wilde, hasta William Wilson, de Poe, El doble, de Dostoievski, o Frankenstein, de Mary Shelley.
El viajero llegó al aeropuerto de La Menara sobre la hora prevista. Y desde ahí tomó un bus que lo llevó hasta la plaza de Jemaa el-Fna, que es patrimonio oral e inmaterial de la Humanidad gracias al escritor y premio Cervantes Juan Goytisolo, con quien el viajero tuvo el gusto de conversar en el histórico café de France hace años. Un grato e inolvidable recuerdo. https://cuenya.blogspot.com/2009/06/encuentro-con-juan-goytisolo-en.html
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| Jemaa el-Fna |
El alojamiento del viajero, el hotel Faouzi, queda al lado de la plaza Jemaa el-Fna, un sitio en el que se sintió muy a gusto. Como siempre. Agradeció la amabilidad proverbial de Faiçal, al que conoce desde hace años, con quien tiene buen trato. Él se ocupó de reservarle la habitación, ya que le habían dicho que estaba completo para las fechas solicitadas. No te preocupes, vino a decirle el bueno de Faiçal, tú siempre serás bienvenido en nuestra casa, en nuestro hotel. Así da gusto, piensa el viajero, encontrar un hotel que es como la casa de uno.
Desde la terraza del Faouzi, la Kutubía, cuyo nombre hace referencia al zoco de libreros que había en la zona, se eleva como un símbolo de la ciudad ocre o ciudad roja, una mezquita edificada con piedra roja en el siglo XII, representativa del arte almohade, próxima a la gran avenida Mohamed V, que cruza todo el barrio moderno y occidentalizado de Guéliz, donde se encuentran restaurantes y hoteles de lujo (desde la terraza del hotel la Renaissance se tienen unas vistas formidables de la ciudad), museos, galerías de arte y tiendas de marcas internacionales.
Declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, la Kutubía es la mezquita más grande de Marrakech. Sobresale por su colosal alminar o minarete, que es punto de referencia de la ciudad, el cual sirvió como modelo para la construcción de la Giralda de Sevilla y del minarete inacabado de la Torre Hasan de Rabat.
Su minarete atrae como un imán, viéndose desde una gran distancia. Desde lo alto de este alminar resuena, desde los cuatro puntos cardinales, el muecín llamando a los fieles a la oración (adhan). La intuición musical del viajero de que el adhan tiene similitudes con una suerte de flamenco se confirma al haber coincidencias melódicas entre esas dos músicas, a saber, el adhan y las variantes de martinete/soleá/seguiriya. Qué diría la cantante Rosalía sobre esto, se pregunta el viajero. O qué hubiera dicho el duende Enrique Morente, que legó ese discazo titulado Omega https://www.youtube.com/watch?v=NiRYvXyc0mk. Y, ya metidos en harina de otro costal, qué pensaría el fenómeno Jorge Martínez, de Ilegales. Que no tenía nada de flamenco. Bueno, flamenco era un rato.
En una época en la que todo resulta tan complicado, desde encontrar un alojamiento confortable, bonito y barato, hasta descubrir un lugar que merezca la pena para comer, etc., que exista un hotel como el Faouzi el viajero lo agradece sobremanera. Después de un largo viaje, habida cuenta de que viajero no se planta de buenas a primeras con Iberia Express en La Menara, sino que tiene que pasar antes por el aeropuerto de Adolfo Suárez Madrid Barajas (en concreto la T4S), éste se siente exhausto y necesita un descanso reparador, además está convencido de que la gripe anda al acecho, y eso le resta energía. El clima, como decía, tampoco acompaña, así que lo mejor, eso piensa el viajero, será echarse a dormir en espera asimismo de que amanezca un día soleado, que es lo que procura gran belleza a esta tierra de gentes hospitalarias, porque todos (o casi) los pueblos del mundo son hospitalarios. Y este no lo es menos. El verdadero problema reside en quienes llevan las riendas, quienes desean meter en vereda, a través de los métodos que se tercien, a su ciudadanía. Queda dicho una vez más. Qué por decirlo no sea.
Da la impresión, dicho así, de que el viajero fuera directo al catre... sin embargo, se dio antes una vuelta por la Jemaa el-Fna, que es un gran teatro del mundo, acaso en busca de saltimbanquis, músicos gnawa, monos chillones y cobras adormecidas a ritmo de flautas y tamboriles.
Escuchar a los músicos gnawa, descendientes de los esclavos de África Occidental, le sirvió para entrar en trance místico a través de su música ceremonial y en cierto sentido terapéutica, con esa fusión de lo ancestral, el sufismo y lo bereber. Un patrimonio cultural extraordinario, que combina lo ritual con lo tradicional y el baile. El viajero, además de nutrirse de la música, se tomó un rico zumo de pomelo (a veinte dirhams, un precio razonable, aunque ya no es la ganga de hace algunos años de tres dirhams por un zumo de naranja, cómo ha cambiado todo) en uno de los muchos puestos de la Jemaa el-Fna, que ya en el siglo XI, bajo los almorávides, era un mercado semanal.
En su paseo ceremonial por la gran plaza el viajero se topa, de un modo inevitable, con un aguador, que es una figura singular de Marruecos, cuya función original era la de ofrecer agua potable a los viandantes. En esta ciudad el aguador va vestido de rojo, con un sombrero en forma de cono tejido de penachos de diversos colores, lo que llama la atención de inmediato. En su pecho lleva una banda de cuero de la que cuelgan varios vasos de latón y una campanilla, que hace sonar para se enteren quienes deseen tomar agua, que conserva fresca en una bota. La verdad sea dicha, al viajero no le dan muchas ganas de tomar el agua que porta este aguador, pero sí le resulta pintoresco, simpático, este personaje, que por cada foto que se le haga pedirá dinero.
Al día siguiente, el viajero está
como desorientado del mucho dormir, o mejor dicho del mucho dormitar, porque ha
sentido como alucinaciones a resultas de una especie de febrícula, o fiebre,
sin más cera que la que arde. Y no tiene como muchas ganas de abandonar su
hábitat y lanzarse a la calle en busca de estímulos que lo saquen de su
ensimismamiento.
A estas alturas, ya son más de las
once de la mañana, el viajero cree que debería irse a desayunar, en vez de a la
terraza del Faouzi, a alguno de los cafetines que quedan cerca del hotel. Y así
lo hace, aunque se siente aún desganado. Lo mejor, piensa, será tomar un zumo
de naranja natural y un café con leche que lo reanimen. Y tal vez le entren
hasta ganas de probar unos crêpes caseros. El desayuno lo reconforta, como no
podía ser de otra manera, y le ayuda a coger fuerzas para afrontar el día.
El viajero tiene ganas de acercarse al café de France, que está situado en el corazón de la medina, en concreto en la plaza de Jemaa el-Fna. Y cuando se está aproximando a este café, siente tristeza porque ya no podrá volver a reencontrarse con el escritor Juan Goytisolo, quien dijo ser de nacionalidad cervantina cuando le concedieron el Premio Cervantes poco antes de fallecer. El viajero está con el gorrión o engorrionado, como se dice en Cuba, porque el café de France, que siempre fue un sitio de encuentros tanto para los residentes de Marrakech como para los turistas y viajeros, con un ambiente animado y unas vistas insuperables a la Jemma el-Fna, incluso a las montañas nevadas del Atlas, se le apareció tan desangelado, tan desabrido. Y es que el clima no acompaña, sigue haciendo frío, y la gripe ya ha dado la cara, ya ha mostrado su rostro gris, como el cielo que cubre la ciudad roja.
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| valle de Ourika |
Sea como fuere, desde la terraza del café de France en días despejados, que suele ser lo habitual, se avistan en invierno las montañas nevadas del Atlas, que separan el norte de África en dos mundos: el Mediterráneo y el Sáhara.
El propio Atlas se divide en Atlas medio, gran Atlas y anti Atlas. Sólo el
término Atlas al viajero le resulta evocador, y le hace viajar a los confines
del mundo. Siendo un rapacín el viajero ya gustaba de echarle un ojo al Atlas
de la geografía mundial (a su padre también le gustaba mucho), lo que a buen
seguro creó en él el deseo de viajar, conocer, salir fuera del entorno, abrir
la ventana a otros mundos.
Al viajero le parece que Marruecos es además como un sueño de infancia, un
lugar en el que quizá viviera en otra dimensión, acaso a través de los cuentos
de aventuras. Por eso, siempre que puede, el viajero regresa a esta tierra, que
siente como propia, con su paisaje del Atlas nevado como una estampa de memoria
emocional. Como un cuadro en el que se siente reflejado.
El viajero estaba convencido, antes de emprender viaje a Al-Maghrib, que a buen seguro se encontraría con calorcito. Pero de momento eso no ha ocurrido. Entonces, cree que lo mejor será tomárselo con espíritu estoico, pasito a pasito, suave suavecito, al menos hasta que remita este mal tiempo y esta maladie griposa, porque su deseo es disfrutar de este viaje, que de momento está siendo la mar de tranquilo.
El viajero se acerca al restaurante Toubkal (cabe recordar que el Toubkal es asimismo el pico más alto de Marruecos y de toda África del norte), que en tiempos era también como su casa, pero ahora está atestado de visitantes de España, Francia, Italia... Marrakech se ha puesto de moda entre el personal de Europa.
Cuando cae la noche el viajero vuelve a la plaza Jemaa el-Fna, que es un micro-universo en sí mismo, y se encuentra con un instante, acaso eterno: suena Bella ciao, una canción que fue adoptada como un himno por los partisanos italianos, entre los que se hallaban socialistas, comunistas, liberales y anarquistas, para la resistencia contra el fascismo y nazismo imperante en los años 40 del pasado siglo. Miedo dan los fachistas, los de ahorita mismo, de nomás por nomás, piensa el viajero, que siente esta bella canción como un himno antifascista, que ha sido cantado entre otros grandes por el músico serbobosnio Goran Bregovic https://cuenya.blogspot.com/2010/03/goran-bregovic.html (reconocido internacionalmente por ser el creador de bandas sonoras para películas del cineasta y músico Emir Kusturica), por cuya música el viajero siente auténtica fascinación (también es devoto del cine de Kusturica, el autor de Tiempo de gitanos, entre otras películas https://cuenya.blogspot.com/2025/01/emir-kusturica-y-el-tiempo-de-los.html).
La Medina
La Medina o ciudad vieja de Marrakech, que es Patrimonio de la Humanidad, sigue sorprendiendo al trotamundos por más veces que la visite porque es como viajar a otra época -en realidad a la Edad Media-, aunque el viaje se mantenga en el presente, en el aquí y ahora, que lo convierte en algo que es pura magia.
Una medina cercada por unos veinte kilómetros de murallas almorávides de
color ocre o sangre, del siglo XII, con sus callejones laberínticos, en los que
el viajero acaba por extraviarse de un modo irremediable, aunque su sentido de
la orientación sea aceptable, incluso bueno, con sus zocos bulliciosos (cada
zoco o souk es un mundo en sí mismo, inolvidable el libro Las voces
de Marrakech de Canetti), con sus construcciones históricas como sus
mezquitas y escuelas coránicas, como por ejemplo la emblemática medersa de Ben
Youssef, que tanto le gustaba al escritor cervantino Juan Goytisolo para ir a
leer y que ahora se ha convertido en un hervidero de visitantes. Darse una
vuelta por la medina es una experiencia sensorial completa, extraordinaria,
porque los sentidos se agudizan. Y el viajero experimenta todo un mundo de
sinestesias, sonidos con sabor a especias y colores con gusto a dátiles y
aceite de argán.
Las voces de Marrakech resuenan una y otra vez en la cabeza del viajero a medida que se adentra en las entrañas de la medina, que es un mundo fabuloso, a medida que transita por sus callejuelas atestadas de gente, de carros y motocarros, mientras se deja ir, incluso contracorriente, en ese mundo colorido, oloroso, que lo envuelve con el color ocre de sus construcciones, de su muralla, bajo un cielo que ahora sí se muestra azul, un azul que le resulta sabroso como un tajine de poulet au citrón.
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| Mellah de Marrakech |
Las voces de Marrakech se le antojan del color verde de las palmeras y de los naranjos, y le hacen fantasear con el blanco de la nieve del Atlas. Las voces de Marrakech de Canetti lo llevan directamente hasta la plaza de Ferblantiers (los hojalateros), que otrora fuera el corazón de la Mellah, la judería, aunque ahora ya casi no queden judíos en esta zona. Además de hojalateros, había artesanos de otros oficios como joyeros, orfebres y tejedores. En este tiempo invernal tampoco se ven las cigüeñas, tan propias, tan simbólicas de este barrio, asomando sus picos en lo alto de la muralla, esa muralla exterior que conecta con el palacio Badi, que habla de la historia y la grandeza de Marrakech.
La visita del viajero continúa como una ensoñación por esta ciudad, por esta
Medina, que siempre le resulta estimulante e instructiva, a la vez que le
permite viajar al interior de sí mismo, que siempre será exterior para quien
desee observarlo. Una visita al hammam o baño árabe o baño turco es un ritual
milenario cuya tradición se remonta a las termas romanas, el cual sirve no sólo
para limpiar el cuerpo sino el alma. Ya se sabe que mente y cuerpo es un todo
indisociable, pues lo físico afecta a lo psíquico y viceversa. Mens sana in
corpore sano.
En la cultura marroquí es habitual y pueden encontrarse baños árabes por doquier, como este de la medina de Marrakech, donde el viajero puede darse un baño de vapor, exfoliación incluida con guante exfoliante y jabón negro, lo que le procura relajación. Una ceremonia de purificación, en definitiva. De los baños islámicos más antiguos conservados en la península ibérica el viajero recuerda los baños califales de Córdoba https://cuenya.blogspot.com/2024/07/cordoba.html, los de la Alhambra, además de algún baño en el barrio del Albaicín de Granada, incluso los baños árabes de Jaén https://cuenya.blogspot.com/2024/05/jaen-la-matria-del-aceite-de-oliva-y.html.
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| La Mamounia |
Por el momento, el viajero está concentrado en este entorno, pero cree que ya va siendo hora de acercarse al hotel La Mamounia, que está considerado como uno de los mejores hoteles del mundo, ahí es nada. La Mamounia es un cuento exótico de las mil y una noches, un espacio sensorial, con sus jardines y sus fontanas, con su belleza verde y acuosa, como una Alhambra salpicada de lujos (la Alhambra es un lujo también para los españoles), que a lo largo de su ya dilatada historia ha acogido a grandes personalidades de las artes y otras como el músico Ravel, el político, escritor y ex primer ministro del Reino Unido Winston Churchill, que dio su impronta al hotel, o bien el expresidente de la República francesa Charles de Gaulle. Asimismo, se han alojado cantantes como Édith Piaf, Jacques Brel, Charles Aznavour, Elton John o Paul McCartney, que compuso en él la canción Mamunia. El viajero, que tiene la fortuna de adentrarse no sólo en sus jardines, sino en su lujoso interior, recuerda que en La Mamounia también se hospedaron gentes del cine como Chaplin, Marlene Dietrich, Charlton Heston, Orson Welles, Nicole Kidman, Juliette Binoche, Kate Winslet o Tilda Swinton (a quien hemos podido ver en La habitación del al lado, de Almodóvar), entre otros y otras.
La Mamounia ha sido utilizada a menudo como escenario de rodaje de
películas. Hitchcock rodó algunas escenas de El hombre que sabía demasiado en
el propio hotel, así como en otras partes de la ciudad de Marrakech, incluida
la plaza de Jemaa el-Fna. Y este hotel es también un lugar importante del
Festival Internacional de Cine de Marrakech.
Además de visitar la ciudad roja, el viajero siente deseos de acercarse al valle del Ourika porque, aunque lo haya visitado en diversas ocasiones, es como un sitio al que desea volver una y otra vez.
El valle del Ourika
https://cuenya.blogspot.com/2019/01/el-valle-de-ourika-como-matria-o-utero.html
A pocos kilómetros al sur de Marrakech (unos sesenta) se halla el valle del Ourika. Existen lugares en el mundo que enhechizan para siempre, y este es uno, el valle del Ourika o Urika, situado en el Alto Atlas marroquí. Desde que el viajero lo visitara hace un montón de años, se quedó seducido por este paisaje, que es memoria emocional, pues lo traslada a su época de infancia, cuando era creyente y fantasioso, y le entusiasmaba montar un belén navideño.
El valle del Ourika, que procura sanas vibraciones a quien lo visita, sigue pareciéndole un genuino belén navideño. Siempre que puede, el viajero vuelve, como en peregrinación, a este valle sagrado, surcado por el río Ourika y con cascadas, donde las nueces son una delicia, como en la matria chica del viajero, y el pan una bendición.
No en vano, en este bello valle, en esta ocasión nevado, se halla la aldea de Setti Fatma, que toma el nombre de una mujer santa, habitada por bereberes, una aldea como de otro tiempo, aunque cada vez son más los visitantes que se acercan a la misma, algunos en busca de cierta espiritualidad, al menos de una templanza, esa ataraxia estoica que tanto bien hace al cuerpo/mente (el viajero hasta tiene la impresión de haber espantado ya la dichosa gripe), en este jardín de las delicias, en este paisaje inolvidable, al que siempre espera volver, porque es también su memoria.
En busca de un mundo de cuento
En la conocida como Ruta de las mil Kasbahs, a unos doscientos kilómetros de Marrakech, se halla uno de los lugares más insólitos de Marruecos. Un espacio de cuento cuya belleza resulta cautivadora, un escenario cinematográfico que al viajero le hace soñar despierto, donde se han filmado secuencias de películas como Lawrence de Arabia, La joya del Nilo, Kundun o Gladiator, entre otras muchas. Recientemente, el viajero ha vuelto a ver Gladiator y reconoce a la perfección el entorno de Aït Ben Haddou (Patrimonio de la Humanidad), un ksar o población fortificada y conformada por kasbahs hechas de adobe. Como si esta edificación emergiera del propio paisaje. Toda esta zona se le hace sobrecogedora al viajero, que se queda sin aliento al contemplarla una y otra vez.
https://cuenya.blogspot.com/2016/04/mil-madrenas-rojas.html
Después de la visita a Aït Ben Haddou (una parada importante otrora en la ruta
de los comerciantes que transportaban oro, plata y especias entre Marrakech y
el Sáhara), el viaje continuó rumbo a Merzouga, con parada en Boulmane Dadès,
que se halla en las gargantas del río Dadès en la Ruta de las mil kasbahs.
De noche, en invierno, Boulmane Dadès es un congelador, que al viajero le sentó como un tiro porque aún andaba arrastrando la gripe, pero que se armó de valor, porque cuando se viaja hay que aceptar todos los contratiempos, en realidad, la vida es en sí misma un viaje.
El viajero está convencido de que dos de los paisajes más impresionantes que pueden visitarse en el país alauita son las gargantas del Dadès y también las gargantas del Todra, con una fisonomía que recuerda al Cañón del Colorado. Ambas gargantas, dispuestas en paralelo, la Garganta del Dadès en el lado occidental y la Garganta del Todra en el lado oriental, se encuentran en el Alto Atlas y a las puertas del desierto. En esta ocasión, el viajero comparte viaje con algunas personas como la madrileña Nuria, que va en compañía de sus dos hijas, o bien la peruana Nora, que lo hace con su marido holandés y su hija Cantuta (que es asimismo una planta nativa de los Andes), curioso nombre para una jovencita despierta, políglota, que desde hace diez años vive con sus papás en la ciudad de Ámsterdam.
A pocos kilómetros de la ciudad de Tinghir, en el este marroquí, las gargantas del Todra abrazaron al viajero con sus paredes antiguas, que se elevaron gigantes, ofreciéndole un espectáculo visual de piedra rojiza en un día lleno de eternidad. El sol lo acarició con su voz de luz y el desfiladero se abrió ante él como un libro sagrado, donde el tiempo se hizo roca caliza y las estrellas se volvieron fuego purificador. El río Todra siguió cruzando el cielo rojo, rugiendo como un león en el Atlas, cantando una melodía bereber, devolviendo su mirada de luz a través de los tiempos, anunciando que el camino, aunque se estrechara por momentos, continuaría hacia un palmeral bíblico, donde la vida tendría un sabor más dulce que la miel y que la sangre. Con un recorrido que es pura aventura, la aventura de enfrentarse a sí mismo, con su introspección a cuestas.
En ese momento, el viajero comprendió que aún le quedaba la visita del desierto, el desierto como un sueño, porque todo ser humano ha soñado alguna vez en la vida con un paisaje así, con un amanecer o atardecer sobre las dunas. El viajero, si tal cosa puede decirse en estos tiempos globalizados donde todo el mundo acaba siendo turista, siente que es un entusiasta del desierto y los oasis repletos de palmeras y dátiles, de los cielos estrellados y acariciadores del Sáhara, esos cielos deslumbrantes y protectores de estrellas que guían a los seres humanos bajo la Vía Láctea, como el título de la hermosa canción del poeta y cantautor Ángel Petisme, esos cielos y esas dunas en los que el viajero, o lo que sea, puede descifrar códigos ancestrales, arcanos que conforman al ser humano como alguien nómada, al que le fascina explorar, descubrir, entender de dónde parte y hacia dónde va. https://cuenya.blogspot.com/2023/01/al-magrib-el-poniente-de-la-fascinacion.html
Al suroeste de Marruecos, en la frontera con Argelia, a más de 500 kilómetros de Marrakech, se halla la belleza paisajística de un mar de arena poblado por dromedarios y nómadas. Aquí se encuentra Merzouga -que el viajero ha podido visitar en diversas ocasiones, incluso un lago que existía en tiempos- con las dunas de Erg Chebbi, conocidas por ser unas de las más altas del planeta con más de 150 metros de altura.
En este entorno del Sáhara el viajero recuerda que se filmaron secuencias de El cielo protector, de Bertolucci, basada en la novela homónima de Paul Bowles, una obra que se le antoja extraordinaria, tanto en su versión literaria como cinematográfica. Asimismo, el viajero, trepado en un dromedario, también rememoró que en el corazón del desierto, donde el tiempo caminaba con pasmosa lentitud entre las dunas, vivía un rebaño de cabras, que parecía contemplar el horizonte como si hubiera encontrado la felicidad.
Entre aquel rebaño destacaba una cabra que dijo llamarse Hayat, la cual, con su mirada profunda y su extraordinario sentido de la orientación, era capaz de guiar al rebaño hasta los pocos oasis que existían en aquel mar de arena, donde podía saciar su sed y sentir que la vida merecía la alegría de ser vivida. Un atardecer, como cualquier otro, Hayat dejó de guiar al rebaño, entonces el tiempo se detuvo para siempre y el rebaño dejó de contemplar el horizonte.
El viajero siguió recordando que algunas cabras, a pesar de todo y siguiendo su propio instinto, aún creían en la posibilidad de ser felices. Pero Hayat había dejado de creer hacía tanto, que tal vez por eso el tiempo se había roto en el corazón del desierto. En estos pensamientos andaba el viajero cuando de repente sintió la llamada de la jaima al tiempo que se dejó acariciar por las estrellas bajo un firmamento sólido. Aquella noche el viajero supo que la vida es tan efímera, un suspiro, nomás. Por eso cada instante es único e irrepetible. Ahora quedaba el camino de regreso a través del valle de las rosas o Kelaa M'gouna, embriagado de vino, de poesía o de virtud, como el poeta Baudelaire.
Resulta sorprendente el contraste entre el Atlas nevado y la aridez del desierto. Ambos con mucho encanto. Cada cual con su belleza. Las grandes montañas, con sus cumbres heladas, y el Sáhara como un mar de arenas, de dunas, le hacen sentir en dos mundos que en el fondo se tocan. Cara y cruz de una misma realidad.
https://cuenya.blogspot.com/2011/10/essaouira-en-tu-mochila.html
Ahora quedaba el camino hacia la ciudad de Marrakech, donde el viajero podría haber puesto punto final al viaje, pero un viaje a Marruecos tiene que pasar inevitablemente por la costa atlántica, por la antigua Mogador portuguesa, que en la época actual luce un aspecto más turístico que nunca, también con las cabras trepándose a los árboles de argán, un espectáculo surrealista, que se ha convertido en turístico. Tal vez estas cabras trepadoras o voladoras sean las mismas, piensa el viajero, que las cabras del desierto que contemplaban el horizonte.
El viajero (quizá un turista más) tiene la impresión de que Esauira, como Marrakech, se han puesto de moda entre el personal de Europa y aun de otros lugares del mundo. En todo caso, Esauira es un lugar que procura sanas vibraciones en el viajero/turista, con su ambiente tranquilo y la pureza de sus colores, el azul y el blanco, que le resultan en verdad sabrosos.
Esauira ha sido y sigue siendo una tierra inspiradora, donde han encontrado sus musas desde cineastas como Orson Welles, que rodó su versión del Otelo (1952) de Shakespeare (Welles, que se hospedó durante el rodaje de esta película en el hotel des îles, cuenta asimismo con una plaza y un busto en su honor), hasta músicos como el controvertido Cat Stevens (Yusuf Islam, tras su conversión al islam) o Jimi Hendrix (el cual, según la leyenda, también estuvo en Diabat, un cercano pueblo de Esauira, que el viajero visitó hace algún tiempo), entre otros muchos.
Esauira o Essaouira se caracteriza sobre todo por sus festivales de música,
entre ellos el festival gnawa (que mezcla lo tradicional, lo espiritual y los
ritmos hipnóticos), evento que convoca a músicos de jazz, blues, reggae,
flamenco... de todo el mundo, convirtiendo a esta pequeña ciudad portuaria (con
sus navíos en reparación y sus barcas azules, sus pescadores, una rula donde se
pueden comprar pescados, que te asan a la brasa en alguno de los muchos puestos
existentes, sus gaviotas y el olor a mar bravío), rodeada por antiguas murallas
portuguesas (con las singulares fortificaciones de skala de la kasbah y skala
del puerto), con sus torres de vigilancia y sus cañones apuntando al Atlántico,
también con su medina (Patrimonio de la Humanidad), su judería (mellah), su
zoco de tiendas que se extiende hasta Bab Doukkala, donde Ridley Scott filmó
algunas escenas de Gladiator (2000), incluso logró que esta
zona parecería Jerusalén en El reino de los cielos (2005), y
su ambiente bohemio, como epicentro de cultura mestiza y alternativa.
Esauira es un un espacio para disfrutar de un clima invernal templado y sentir sus puestas de sol y la belleza del arte, con sus galerías, talleres y tiendas de diseño. Es asimismo la matria de los gatos, los amantes de las olas marinas (del kitesurf y el windsurf) y del argán, que es un producto originario de esta zona y de Agadir, que se emplea como cosmético (aceite o jabón) para la piel y el cabello, y forma parte fundamental de la cultura bereber en su gastronomía.
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| El ceremonial del argán |
Con un chute de este preciado elixir llamado argán, cuyo sabor recuerda al
buen turrón, absolutamente delicioso, el viajero se siente como en otro
universo, en realidad, está en un universo familiar y a la vez exótico, el
lugar donde se pone el sol, el Poniente, territorio mítico del que también
habló el excelente cuentista berciano Antonio Pereira, aunque en su caso se
refería al noroeste peninsular. Y es que el viajero también pertenece al país
de poniente.
"El viajero que mira el Atlántico marroquí en Essauira, la urbe árabe
donde las gaviotas siguen siendo portuguesas", escribió el escritor César
Gavela acerca del viajero, al que agradece sus palabras de cariño https://www.diariodeleon.es/opinion/tribunas/120226/882349/manuel-cuenya.html
Hasta el próximo viaje.

















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Lo narraste todo y lindo. Gracias por esto y tu amistad.
ResponderEliminarFeliz año 2026