Me fascina el cine del genio Kubrick: películas como La naranja mecánica (1972), Barry Lyndon (1975), una gran belleza artística, El resplandor (1980) o La chaqueta metálica (1987), entre otras, son pura magia, pues este icónico director neoyorkino, nacionalizado británico, procuraba filmar sin prisas, con toda la tecnología a su alcance (como le sucedió con 2001: una odisea en el espacio, que fue extraordinariamente innovadora), además de su talento artístico, hasta alcanzar de un modo obsesivo el resultado deseado.
He de confesar que su última película, su testamento, me voló la cabeza cuando la vi en su día. Necesitó Kubrick más de un año de rodaje para dejarnos una obra enigmática, fascinante, que nos habla de un modo magistral de la dualidad del ser humano, de su lado luminoso y oscuro, de la tensión entre el deseo y la fidelidad, de la realidad y la fantasía, de los secretos, el poder, la búsqueda de la verdad... de la psique humana, en definitiva... pero también de las sectas y la trata sexual que practican determinadas élites.
La infidelidad es un tema recurrente, porque el protagonista Bill se siente atraído por tener una aventura sexual, mientras que su mujer, Alice, también se enfrenta a sus propios deseos ocultos.
Esta película sigue produciéndome conmoción cada vez que la veo, como me ha sucedido en este reciente visionado en versión original.
Ya desde el propio título, que es el embrión de la trama, nos adentramos en los bajos fondos del subconsciente, en el mundo onírico (Eyes wide shut-Ojos bien cerrados, 1999) y en el universo del sexo (desde las primera escena vemos a la diva Kidman desnudarse con el fondo musical del vals número 2 de Shostakóvich, uno de los músicos más reputados del siglo XX), cuyo papel es complejo, con una profundidad psicológica y un registro interpretativo superior a Cruise (Bill), el cual también resulta interesante como personaje, aunque su caracterización sea más plana y previsible que la de Kidman, cuyas fantasías/sueños nos cautivan mucho más que lo que vive de forma real su marido Cruise en una noche insólita. En este caso la ficción supera la realidad.
Kubrick toma como punto de partida Relato soñado (1925), del escritor y médico austriaco Arthur Schnitzler (contemporáneo de Freud), ambientado en Viena, sobre una pareja envuelta en ensoñaciones, fantasías y celos, y lo traslada a la noche de Navidad (un toque de ironía) de Nueva York (reconstruido en estudio en Londres como un personaje más, una sociedad superficial donde los personajes están solos y aislados) de finales de los noventa, cuya fotografía refleja la luz de esos días del año y sus matices, un ambiente rojo, dorado, en el que la euforia festiva da lugar a imprevistas tormentas emocionales, sexuales, protagonizado este thriller psicológico por un matrimonio en crisis de clase alta que encarnan Nicole Kidman (Alice, Alicia a través del espejo, de Carroll, donde descubre un mundo nuevo al otro lado del espejo) y Tom Cruise (Bill, significa billete), que en ese momento estaban casados en la vida real. Da la impresión de que Cruise y Kidman se auto-interpretaran. Después de finalizado el montaje de la película, acabarían separándose como pareja en la vida real.
Kubrick quiso que los dos papeles principales fueran Cruise y Kidman por ser una pareja de moda en ese momento, pero también porque le apetecía hacer un experimento pico/sociológico. Un momento mágico de la película es cuando Nicole Kidman, enmarihuanada (Kubrick le hizo fumar marihuana), le confiesa a su esposo que una vez deseó con locura a un desconocido, a un oficial de la marina. Y se lo dice con una frialdad pasmosa, mientras él la escucha flipado aunque manteniendo el tipo. En ese instante, todo su mundo ideal, de matrimonio en apariencia perfecto, se derrumba, mientras él trata de encontrar sentido a su existencia adentrándose en una secta secreta dedicada al placer sin límites, de la que le habla un amigo pianista, que en tiempos fue estudiante de medicina, el cual le proporciona asimismo la contraseña, Fidelio (en homenaje a la ópera de Beethoven) para que pueda acceder a esta sociedad secreta con connotaciones masónicas, donde los participantes usan máscaras y túnicas para su ritual sexual, de poder.
A través de este viaje al final de la noche neoyorkina, Bill también conocerá a una prostituta llamada Domino, y posteriormente a su compañera de piso, Sally, quien lo alerta de que Domino tiene Sida. Un choque emocional para Bill. Curiosamente, las mujeres que se va encontrando el exitoso doctor en su recorrido, en su odisea nocturna, se parecen a su mujer Alice, desde Marion (hija de un paciente del doctor Bill, que se declara enamorada de él) hasta Domino, pasando por Sally o bien la jovencita y maliciosa hija del proxeneta tendero de disfraces, incluso la misteriosa mujer enmascarada de la orgía que se sacrifica por él, que en realidad es la prostituta Mandy (a quien salva en un inicio el doctor Bill de una sobredosis).
Esta película aborda el tema de la sexualidad, los deseos ocultos y la infidelidad de un matrimonio en una sociedad hedonista y nada ética, donde el dinero parece comprarlo todo (a Bill siempre lo vemos con el dinero en mano). El sexo como poder o chantaje, como vemos en la fiesta orgiástica privada en una mansión a las afueras de Nueva York a la que asiste Cruise (el doctor Bill Harford), donde quien manda, quien impone sus reglas, es una élite de enmascarados, entre los cuales se halla Ziegler (interpretado de forma extraordinaria por el actor y director Sidney Pollack), que es un paciente multimillonario del doctor Harford.
Una fiesta con máscaras venecianas, que permiten el ocultamiento de la verdadera identidad y la liberación de los instintos más primarios de los personajes. La puesta en escena de un juego de dominación donde el deseo se convierte en una moneda de cambio, y el poder es lo único importante. Una fiesta orgiástica filmada con imágenes eróticas, surrealistas y evocadoras, que remiten a las pinturas negras de Goya, con una inquietante banda sonora cuya compositora es la británica Jocelyn Pook, que debutó con la música de esta película, con gran éxito, y ha realizado asimismo composición de música para películas como Gangs of New York, de Scorsese y Habitación en Roma, de Medem. La banda sonora original recoge varias canciones y temas musicales como el ya mencionado vals de Shostakóvich o Musica Ricercata (estremecedora), de Ligeti, uno de grandes compositores del siglo XX.
Una reunión que podría remitirnos a alguna secta místico-religiosa como la Cienciología, entre cuyos adeptos está (o estaba en la vida real), el propio Cruise, además de otros actores como John Travolta o Russell Crowe. Por tanto, esta película, que tiene una gran carga simbólica o iconográfica, se pude interpretar en términos políticos, sociales, esotéricos o de relaciones de poder. Uno de los símbolos más destacados es el uso de las máscaras, que representan el ocultamiento de la verdadera identidad y las intenciones de los personajes. Máscaras tras las cuales los personajes pueden actuar sin restricciones morales, lo que provoca situaciones tensas, misteriosas.
Respecto a la carga simbólica o iconográfica, cabe señalar que nada es azaroso en la puesta en escena, destacando la importancia de los colores, que se asocian a las emociones. El modo en que se emplean los colores y el manejo de la luz crean una atmósfera onírica, que nos sumerge en la psique de los personajes. Se emplea el color como elemento narrativo. Y, a través de su uso, se pueden guiar las emociones del espectador. Las transiciones de color en las escenas reflejan el conflicto interno de los personajes, creando una experiencia visual que complementa la narrativa de la película. El color rojo como símbolo de deseo y sexualidad, que vemos con frecuencia en la habitación donde Bill y Alice tienen sus momentos más íntimos. La saturación del rojo sugiere no solo atracción, sino también un peligro latente. Por su parte, las secuencias vinculadas a las traiciones se decoran con el inquietante brillo del amarillo. Los lugares donde Bill juega con la infidelidad se visten de amarillo, como el apartamento de la prostituta Mandy, o los pasillos de la casa de Marion. Por su parte, el azul, que evoca sensación de tranquilidad, aunque también de frialdad y distanciamiento, resulta impactante en la gama cromática de la película. En varias escenas, los personajes están rodeados de luz azul, lo que refleja su aislamiento emocional y la desconexión entre ellos... la confesión de la fantasía sexual de Alice con el oficial de la marina sobre un fondo azul enmarcado por el cortinaje rojo de deseo; la confesión final de Bill al ver la máscara sobre la almohada, el azul cuando Alice despierta del sueño de la orgía, o cuando Bill imagina la fantasía sexual de su mujer teñida de un azul desvaído. El empleo del color verde como representación de lo enigmático, de lo misterioso, como ocurre con las escenas de la fiesta secreta. Asimismo, al inicio de la película, dos modelos invitan a Bill a seguirlas hasta donde termina el arco iris, un arco iris que está representado por las luces de Navidad, la propia tienda de disfraces se llama Rainbow, de modo que esto acentúa aún más si cabe la atmósfera onírica.
En la escena final, los protagonistas, a lo largo de este viaje al final de la noche, parecen haber aprendido algo: Alice le propone a Bill una solución a sus desvelos: la palabra mágica es follar, lo que nos deja con buen sabor de boca después de lo visto/vivido a través de estos personajes en su descenso a un submundo harto peligroso, porque también da la impresión de que Alice, habida cuenta de lo que le dice a Bill, hubiera estado en la fiesta orgiástica, aunque el suyo fuera nomás un sueño. Un sueño de Navidad.





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