Viajar a las cuevas de Valporquero es como viajar a las entrañas de la Tierra, una experiencia mística, psicodélica, tras un buen chute con algún neurotransmisor o neurohormona. Un viaje al centro de la Tierra, como hiciera Julio Verne. Existe una adaptación cinematográfica de Juan Piquer, cuyos paisajes naturales exteriores están rodados en Lanzarote y los interiores o subterráneos se filmaron en las cuevas de Valporquero. Asimismo, el cineasta almeriense Martín Cuenca rodó El tesoro, basada en La isla del tesoro de Stevenson, en las cuevas de Valporquero.
Esto escribía hace años a propósito de las Cuevas de Valporquero:
https://www.diariodeleon.es/monograficos/revista/111030/956585/maravillas-naturaleza.html
Viajar a las cuevas de Valporquero es adentrarse en la belleza de los subterráneos en forma de dolina o torca, que es una depresión geológica característica de los relieves kársticos originados por la meteorización química (descomposición de minerales y rocas cuando estos entran en contacto con la atmósfera) de rocas calizas, dolomías (compuestas básicamente de dolomitas, de ahí las montañas dolomitas en los Alpes orientales italianos), yeso, etcétera.
https://cuenya.blogspot.com/2019/07/las-dolomitas.html
Me apetece recordar que en mi pueblo existe un paraje, que tanto visité en mi época adolescente, llamado Las Torcas, por ser este una depresión circular, un terreno con bordes escarpados. Desde las Torcas era capaz de vislumbrar en lontananza las Asturies tierra querida. Evidentemente, esta visión, acaso alucinógena, forma parte de mi fantasía juvenil. Es probable que imaginara a Manuel Murias, un paisano de Noceda, que había llegado al Bierzo desde la hermana tierra de Luarca.
Recientemente, he viajado a las cuevas de Valporquero. La verdad es que hace tiempo que no las visitaba. Aunque sí he estado en diversas ocasiones y en diversos tiempos de mi vida.
Esta cuevas, en el corazón de la montaña leonesa, se abrieron al público un año antes de que me nacieran. Y, con muy pocos años, tuve la ocasión de visitarlas a resultas, creo recordar, de una excursión a las mismas a través de la escuela del pueblo. En ese tiempo uno soñaba con mundos maravillosos, y por supuesto con estas cuevas, que intuía que estarían precisamente tras Carralacueva, un lugar de mi pueblo, en la carretera que va hacia las pedanías de San Justo de Cabanillas y Cabanillas de San Justo, además de Quintana de Fuseros.
De aquella primera visita aún conservo aquellas "palapitas" o techos cónicos cubiertos con palmas que existen y siguen existiendo en los alrededores de estas cuevas.
Antes de alcanzar el pueblo de Felmín, donde hay un desvío a la izquierda, que lleva directamente a las cuevas, se atraviesa un angosto valle, con las espectaculares hoces de Vegacervera (una garganta cuyas paredes verticales, algunas superan los cien metros de altura, son una golosina para los escaladores), siguiendo el curso del río Torío.
Las cuevas se hallan en la pedanía de Valporquero (valle de porcos, según el guía, luego hablaré de este hombre), en el municipio de Vagacervera (donde se celebra la fiesta del chivo, perdón, esta es una novela de Vargas Llosa, la feria de la cecina de chivo, está divina de la vida la cecina de chivo).
A más de 1300 metros de altitud, el visitante puede gozar de bellas panorámicas, hasta donde alcanza la vista, incluso la imaginación, de los picos de la cordillera Cantábrica y de la reserva de la biosfera de Los Argüellos, donde habita el oso pardo. Una naturaleza esplendorosa. Una visión inolvidable. La sensación térmica en el exterior se me antoja realmente fría.
En esta reserva de la biosfera de Los Argüellos también se hallan las hoces de Valdeteja, gemelas de las hoces de Vegacervera, "ese bellísimo y brutal desfiladero que el Curueño atraviesa entre Tolibia y el puente del balneario... un paisaje tan hermoso como sobrecogedor y tan espectacular como perturbador para el espíritu y el alma", según nos cuenta el escritor-viajero Julio Llamazares en El río del olvido.
Juan Carlos Brugos, que así dice llamarse el guía, conduce a los visitantes (de la Universidad de la Experiencia del Campus de Ponferrada), entre los cuales me encuentro, a través de un túnel hasta la boca de la cueva. El guía, con profesionalidad y humor, explica el origen geológico de esta preciosidad de la naturaleza, con el Pleistoceno de la era Cuaternaria, hace más de un millón de años, como punto de partida y el arroyo Valporqueros horadando con persistencia el interior, que se revela como una gran maravilla: La Gran Rotonda, en cuyo interior tal vez cabría la catedral de León, se aparece ante los presentes como una cavidad grandiosa, con una iluminación artificial que además le da realce. En esta zona el río se esconde (aparece en época de lluvias) y resulta inspirador para aquellos que son expertos en espeleología.
Creo recordar, aunque hace pocos días que visitara las cuevas, se accede, desde la Gran Rotonda, a la sala de las Pequeñas Maravillas, esas caprichosas formas calizas que uno puede percibir como dios le dio a entender, es un decir, porque cada cual acaba encontrando parecidos con alguna virgen con niño, fantasmas... Un juego realmente divertido eso de encontrar razonables parecidos en esas pequeñas maravillas que la diosa naturaleza ha creado. La sala de las Hadas es otro espacio cautivador, que nos sumerge en un bosque de coladas, cascadas y una sugerente concentración de estalactitas que dan rienda suelta a la fantasía.
La visita continúa por el llamado cementerio, quizá el lugar más romántico de todos, donde nos reciben, con sus brazos abiertos, los fantasmas de las estalactitas y estalagmitas, hasta alcanzar la Gran Vía, una inmensa galería de más de treinta metros de altura de cuya cúpula cuelgan incontables aguijones y cascadas petrificadas. A continuación visitamos la Columna Solitaria, una esbelta columna de una sin par belleza natural, que se eleva espiritual entre un bosque de agujas estalactíticas.
Hay un momento en que el guía, Juan Carlos Brugos ("Brugos, no Burgos", puntualiza) me llama por mi nombre y apellido.
-¿Nos conocemos?
-Te conozco a través de los medios -me dice.
Me quedó sorprendido a la vez que esbozo una sonrisa, acaso bobalicona, y le agradezco su visita guiada. Aún nos queda lo mejor, el espacio Maravillas, que así se conoce la última sala, donde se concentran miles de estalactitas, coladas, columnas y formas calizas surgidas del goteo milenario del agua. Una sobrecogedora catarata de color. De repente, se apaga casi toda la iluminación y en la semioscuridad se aparece un mundo de fantasía, tal vez el de Alicia en el país de las maravillas:
"Al principio, la madriguera del conejo se extendía en línea recta como un túnel, y después torció bruscamente hacia abajo, tan bruscamente que Alicia no tuvo siquiera tiempo de pensar en detenerse y se encontró cayendo por lo que parecía un pozo muy profundo".
O bien el de Shine on, you crazy diamond:
Remember when you were young/ You shone like the sun/ Shine on, you crazy diamond/ Now there’s a look in your eyes/ Like black holes in the sky/ Shine on, you crazy diamond.
Recuerdo cuando éramos jóvenes,/ tú brillabas como el sol./ Sigue brillando, diamante alocado./ Ahora tienes esa mirada en tus ojos,/ como agujeros negros en el cielo./ Sigue brillando, diamante alocado.
Este viaje a las entrañas... de la Tierra... leonesa me ha llevado hasta las maravillas de Lewis Carroll y la psicodelia de Pink Floyd.
En el viaje de regreso atravesamos Cármenes (la tierra donde el gran poeta Llamas escribió en un hórreo-panera el poemario Manuscrito del alba y donde vive el gran periodista y escritor Fulgencio Fernández) y hacemos escala en Villamanín, en concreto en el templo de la gastronomía, Restaurante Casa Ezequiel, donde las viandas nos elevan más allá del bien y el mal, porque no sólo de espiritualidad vive el ser humano, sino de los alimentos eucarísticos de cada día, o sea. Comparto panes y peces bíblicos, es un decir, con Isa, Encina, Manoli, Vicky... y demás personas de la Experiencia de la vida (un recuerdo también para Julio, que amenizó el viaje con su interesante e instructiva charla, y a Siano por esta última fotina).
Hasta la próxima visita a las cuevas de Valporquero.
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