Muchas gracias, amiga Margarita, por obsequiarme con este tu maravilloso libro, que es manantial de vivencias, sentires y decires leoneses en los que nos reconocemos, como me dices en tu preciosa dedicatoria.
Para Manuel Cuenya, amante de la palabra y amigo.
Agradezco mucho tus palabras para conmigo. Y, una vez más, te digo que has escrito una obra magnífica.
Es un gran placer, un honor, una satisfacción que Margarita Álvarez Rodríguez, autora de libros imprescindibles como Palabras hilvanadas (Lobo Sapiens, 2021), pensara en mí para escribir este prólogo, que, vaya por delante, no es necesario en modo alguno porque este nuevo volumen de la escritora omañesa, reconocida como tal por el Instituto de Estudios Omañeses en 2013, es extraordinario. Como todo lo que escribe ella.
Confieso, eso sí, que soy un fiel devoto
de su obra, que sigo desde hace años, después de leer su libro El habla tradicional de la Omaña Baja y
bucear en las cristalinas y nutricias aguas de su magnífico blog: De la palabra al pensamiento (larecolusademar.com)
El agua, una vez más, como esencia vital de esta nueva criatura titulada Omaña, donde habla el agua. Y es que Margarita es una enamorada de su tierra natal, donde, observando el comportamiento de las gentes, aprendió unas cualidades esenciales que han marcado su vida: el espíritu de colaboración, la austeridad, el ser personas de buen conforme, el sentido de la gratitud, el espíritu de sacrificio, la fe en la Providencia, la humildad… Y también la cultura del sentido común, que no es tan común como sería deseable, de la que a veces carecen personas de gran formación académica, asegura ella, que es una persona con grandes valores, una formación magnífica y mucha sabiduría. Es una auténtica maestra, que nos enseña a amar las palabras, a vivir a través de las palabras y con las palabras... Pues a las palabras ha dedicado y dedica su vida como filóloga, como profesora, como escritora.
Un
libro evocador, con el que uno se siente identificado, que nos muestra, con
sensibilidad y gran conocimiento, un mundo que, al menos quienes hemos nacido
en tierras leonesas, en un pueblo, reconocemos como propio.
Bellísimo
se me antoja, he de decirlo, el preámbulo, ese recorrido por la memoria, por la
memoria de su creadora, rememorando su niñez en Paladín, “un pueblín recóndito…
un lugar hermoso, pero apartado de la civilización”, en la década de los 50 del
siglo pasado, cuyos primeros sonidos fueron los de la naturaleza: “el cantarido
de los pájaros y de los gallos, el mugido de las vacas, el rumor de las ramas
de los árboles…”. Además de estos sonidos, Margarita nos convida a saborear las
cerezas silvestres, el pan recién amasado, la leche recién ordeñada… Nos hace
sentir las caricias de la brisa y la suavidad de la hierba verde de los prados…
Nos sumerge en el evocador mundo de los aromas a hierba seca, a manzanas, a
leña quemada, a olores primigenios que se desprenden de la comida hirviendo
sobre la cocina. Y también nos ayuda a contemplar los rojos del ocaso, el blanco
de la nieve... los estampados sonrosados y blancos de los frutales en
primavera, los lunares rojos de las cerezas y guindas que asomaban entre las
hojas del verdor veraniego.
Su
infancia, como ella misma nos dice, fue un río: el río Omaña, el río de su vida.
“Para mí, sin duda, Omaña es un lugar donde habla el agua”, escribe la
profesora, narradora y poeta Margarita Álvarez, quien también nos da cuenta de
su adolescencia en la ciudad de León; de su juventud en la capital ovetense,
donde se trasladó para cursos estudios universitarios en Filología Románica,
llegando a conocer a prestigiosos profesores como Alarcos Llorach o el filósofo
Gustavo Bueno; de su madurez en Madrid como profesora de Lengua y Literatura;
de su “edad provecta o de júbilo”, marcada por el deseo de VIVIR, y lo que ella
califica como su “viaje de vuelta”, donde expresa sus ganas no sólo de exponer
o de contar sino de evocar desde la gratitud por todo lo que ha recibido de su
tierra, tanto es así que la palabra gracias es para ella la más bella del
idioma… “Es como fundirse con el otro o con lo otro en un abrazo de estima, de
reconocimiento”.
Gracias
a ti, querida Margarita, por obsequiarnos con este maravilloso regalo, que es
manantial de vida, de donde brotan la lírica y los sueños, que a veces se hacen
realidad, como es el caso.
Prosigamos
con nuestros sueños en este viaje de ida y/o de vuelta, porque qué es la vida
sino un viaje. El viaje a tu Omaña,
donde habla el agua.
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