Me siento ilusionado porque acaban de llamarme de Frías. Chus, así me dijo que se llama, me avisó de que me han concedido un premio de relato corto.
—Acuérdate
de que tienes que venir en persona para que podamos dártelo —me alerta.
Entonces, tendré que viajar mañana a
Frías, lo que me resulta harto estimulante.
—¿A
qué hora tengo que estar ahí? —le
pregunto.
—Pues,
si te apetece, vente antes del mediodía y desayunamos juntos.
—Ah,
qué bien, eso me encanta.
—Sí,
estaremos otras dos chicas de la asociación “amigos de Frías” y yo misma —agrega ella.
Antes de lanzarme al camino, me
apetece buscar información acerca de cómo llegar a Frías, qué puedo visitar, y
todo eso que me gusta hacer cuando voy a viajar a un lugar, sobre todo si nunca
antes he estado en el mismo, como es el caso. En mi búsqueda descubro que, aunque su
población no llega a los trescientos habitantes, está reconocida como ciudad en
el siglo XV. Es extraordinario.
Tengo un fin de semana por delante de
lo más interesante. Por supuesto me apetece conocer a Chus, que tiene una voz
agradable y simpática, y también a las otras dos chicas de las que me ha
hablado.
La verdad es que me entusiasma viajar porque uno no sólo descubre nuevos paisajes, sino que conoce a personas, y eso me parece esencial. En el fondo, cuando uno viaja a algún lugar está viajando al interior de uno mismo, porque las cosas que vemos son las mismas cosas que llevamos en nosotros.
Recuerdo que hace años un amigo,
Ferra, me habló de una comarca llamada Las Merindades, en la provincia de
Burgos, y Frías pertenece a esta comarca y a esta provincia. Él me contó
maravillas de esta tierra. Con lo cual mi curiosidad se ve acentuada a partir
de ahora que tendré la ocasión de adentrarme en la misma.
Me levanto bien temprano porque tengo
un largo trayecto por delante, pero muchas ganas de conocer la zona. En todo
caso, espero disfrutar de cada palmo del recorrido. En poco menos de cuatro
horas logro arribar al destino.
Antes de llegar a Frías, se abre un
valle lleno de verdor, bajo una luz pictórica, que me hace recordar a mi propia
comarca. Y al fondo se alza, sobre un rocoso cerro, un castillo. De repente,
tengo la impresión de que hubiera estado en esta tierra alguna vez, acaso en
otra vida. Y, a medida que me acerco, mi impresión se acrecienta. Es probable
que haya viajado alguna vez a este territorio. Y ahora es el subconsciente
quien me está preparando para la visita. Sea como fuere, me siento en un
espacio familiar.
Una vez en Frías, busco el bar donde
he quedado con las chicas para desayunar.
—Qué
bien que has llegado para desayunar con nosotras —se presenta Chus—. Ellas son Yoli y Amaia
-agrega.
—Encantado,
chicas, lo cierto es que tenéis mucho mérito de organizar este certamen
literario.
—El
gusto es nuestro -responden al unísono ellas.
El desayuno resulta pantagruélico y la
conversación de lo más interesante. Me siento feliz y tengo el presentimiento
de que disfrutaré mucho de su compañía, de la ciudad y de lo que me depare el
destino, o mejor dicho el azar. Eso del destino me suena fatal.
—Después
tendremos comida, a la que vendrán miembros del jurado y otra persona premiada —detalla Yoli.
—O
sea, que saldré rodando de aquí -digo con humor—. Me gustará conocerlos y compartir con
ellos mesa y mantel.
Amaia,
que prácticamente no ha hablado nada durante el desayuno, sonríe cuando digo
que, con tanta comida, voy a salir rodando.
—Luego te decimos dónde
vas a alojarte —interviene
Chus.
—Sí, ya te acompañamos —apunta Yoli con su acento
vasco.
Y es que Frías está próxima al País
Vasco y tiene una gran influencia del mismo. Tanto es así que su paisaje se
asemeja al de Euskadi.
—Mil gracias por vuestra
hospitalidad, chicas, sois magníficas —les
digo.
Después del desayuno, Chus me acompaña al alojamiento. Imagino que Yoli y Amaia tendrán que ocuparse del resto de personas.
—En
un rato nos reuniremos todos para dar un paseo por Frías y los alrededores —aclara Chus.
—Sí,
tendremos que bajar el desayuno y hacerle hueco a la comida, que a buen seguro
será copiosa.
La casa rural, donde pernoctaré, es
realmente hermosa. Espero poder descansar como un rey, o al menos como un
príncipe, en esta Era. El responsable de esta casa es un hombre hospitalario
cuyas raíces son las mismas que las del propio viajero. Qué curioso. Uno viaja
fuera de su entorno para encontrarse con uno similar. Estaré como en casa, me
recuerda la voz de la subconsciencia.
Nos reunimos, como me había
adelantado Chus, con el resto para dar ese garbeo por las empedradas y estrechas
calles de Frías, que evocan un escenario de cuento, o mejor dicho de un plató
natural de cine.
—¿No
se ha filmado alguna película por estos pagos? —me atrevo a preguntar.
Entonces, se hace un silencio. Nadie se atreve a responder. Hasta que Amaia, con dulzura en su mirada y en su voz, dice que cree que en tiempos se rodó alguna escena de El Lazarillo de Tormes.
—Ya me parecía que este es un escenario de cuento… fílmico —comento con alegría—. Muchas gracias, Amaia. Indagaré acerca del tema.
Llaman poderosamente la atención esas casas de roca con entramado de madera colgadas desafiando la gravedad, asomando su rostro al valle y aun al puente sobre el río Ebro. De repente uno se imagina en otra época, en la Edad Media, como si hubiera viajado en el tiempo.
Continuamos por Tobera, que es tierra de puentes, cascadas, molinos, batanes y ermitas singulares, donde el agua es arte, como la ermita de Santa María de la Hoz, que me hace recordar en cierto sentido a alguna kasbah del valle del Ourika marroquí. El sonido del agua y el aire fresco de esta zona boscosa me resultan hipnóticos. Ahora sí que tengo realmente la impresión de estar en un cuento de hadas o xanas.
Después de esta sustanciosa caminata, vamos a degustar la
gastronomía que nos tienen preparada las anfitrionas en un restaurante de
Frías. En las comidas por lo general se charla largo y distendido. Y esta se me
antoja estupenda. Cuando queremos darnos cuenta ya es casi la hora de la
entrega de premios. Sinceramente, el premio creo que es un pretexto porque lo
importante, al menos para uno, es haber compartido estos momentos tan
deliciosos e inolvidables con Chus, Yoli y Amaia, que son en efecto muy hospitalarias,
además de los miembros del jurado y la otra ganadora del mismo.
Emociona escuchar leer su texto, escrito con sensibilidad y
belleza, a la otra premiada, incluso uno mismo se siente enternecido cuando
recibo el galardón.
—No te olvides, que aún nos
queda la cena y las copas de después —me recuerda con picardía
Chus.
—Creo en verdad que saldré
rodando por las empinadas calles de Frías. A lo mejor hasta llego, con el
impulso, hasta mi tierra en un abrir y cerrar de ojos —le respondo.
La velada transcurre entre pinchos exquisitos y bebidas
varias. Con jarana hasta altas horas de la madrugada. Me temo que esta noche no
dormiré como un rey, ni siquiera como un príncipe, como llegué a creer en un
inicio. Qué ingenuo. Y no porque el alojamiento no sea de primer nivel, que lo
es, sino porque se me achicarán las horas mientras permanezco al sereno de las
estrellas. Por cierto, luce una noche estrellada donde pareciera que la bóveda
celeste fuera sólida. Incluso creo que podría alcanzar las estrellas con los
dedos de las manos. Con una noche así dan ganas de quedarse sin dormir,
contemplando este fabuloso espectáculo. Tal vez podría hacer una Noche Blanca para ver amanecer. Me
encanta. Y aquí, sospecho, será un deleite, en este marco incomparable, de sin
par belleza. Al final, aunque ya es tarde, decido irme a descansar a la casa
rural, porque además tendré que dar cuenta de cómo se duerme en la misma.
Antes de emprender regreso a mi
tierra, doy una vuelta por sus calles. Y una mujer, que resulta ser la tía de la
otra ganadora del concurso, me obsequia con un imán de la ciudad, lo que
agradezco mucho. Me lo llevo como recuerdo entrañable en espera de que algún
día, no tardando, pueda volver a esta tierra tocada por la magia de la generosidad
y el encanto de unos paisajes poblados por duendes y janas bajo la sensación del fluir vital.
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