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jueves, 5 de diciembre de 2024

Frías, escenario de cuento fílmico

Me siento ilusionado porque acaban de llamarme de Frías. Chus, así me dijo que se llama, me avisó de que me han concedido un premio de relato corto.            

Acuérdate de que tienes que venir en persona para que podamos dártelo me alerta.

Entonces, tendré que viajar mañana a Frías, lo que me resulta harto estimulante.

¿A qué hora tengo que estar ahí? —le pregunto.

Pues, si te apetece, vente antes del mediodía y desayunamos juntos.

Ah, qué bien, eso me encanta.

Sí, estaremos otras dos chicas de la asociación “amigos de Frías” y yo misma agrega ella.

Antes de lanzarme al camino, me apetece buscar información acerca de cómo llegar a Frías, qué puedo visitar, y todo eso que me gusta hacer cuando voy a viajar a un lugar, sobre todo si nunca antes he estado en el mismo, como es el caso.  En mi búsqueda descubro que, aunque su población no llega a los trescientos habitantes, está reconocida como ciudad en el siglo XV. Es extraordinario.

Tengo un fin de semana por delante de lo más interesante. Por supuesto me apetece conocer a Chus, que tiene una voz agradable y simpática, y también a las otras dos chicas de las que me ha hablado.

La verdad es que me entusiasma viajar porque uno no sólo descubre nuevos paisajes, sino que conoce a personas, y eso me parece esencial. En el fondo, cuando uno viaja a algún lugar está viajando al interior de uno mismo, porque las cosas que vemos son las mismas cosas que llevamos en nosotros.


Recuerdo que hace años un amigo, Ferra, me habló de una comarca llamada Las Merindades, en la provincia de Burgos, y Frías pertenece a esta comarca y a esta provincia. Él me contó maravillas de esta tierra. Con lo cual mi curiosidad se ve acentuada a partir de ahora que tendré la ocasión de adentrarme en la misma.

Me levanto bien temprano porque tengo un largo trayecto por delante, pero muchas ganas de conocer la zona. En todo caso, espero disfrutar de cada palmo del recorrido. En poco menos de cuatro horas logro arribar al destino.

Antes de llegar a Frías, se abre un valle lleno de verdor, bajo una luz pictórica, que me hace recordar a mi propia comarca. Y al fondo se alza, sobre un rocoso cerro, un castillo. De repente, tengo la impresión de que hubiera estado en esta tierra alguna vez, acaso en otra vida. Y, a medida que me acerco, mi impresión se acrecienta. Es probable que haya viajado alguna vez a este territorio. Y ahora es el subconsciente quien me está preparando para la visita. Sea como fuere, me siento en un espacio familiar.

Una vez en Frías, busco el bar donde he quedado con las chicas para desayunar.

Qué bien que has llegado para desayunar con nosotras se presenta Chus. Ellas son Yoli y Amaia -agrega.

Encantado, chicas, lo cierto es que tenéis mucho mérito de organizar este certamen literario.  

El gusto es nuestro -responden al unísono ellas.

El desayuno resulta pantagruélico y la conversación de lo más interesante. Me siento feliz y tengo el presentimiento de que disfrutaré mucho de su compañía, de la ciudad y de lo que me depare el destino, o mejor dicho el azar. Eso del destino me suena fatal.

Después tendremos comida, a la que vendrán miembros del jurado y otra persona premiada detalla Yoli.

O sea, que saldré rodando de aquí -digo con humor—. Me gustará conocerlos y compartir con ellos mesa y mantel.  

            Amaia, que prácticamente no ha hablado nada durante el desayuno, sonríe cuando digo que, con tanta comida, voy a salir rodando.

            Luego te decimos dónde vas a alojarte interviene Chus.

            Sí, ya te acompañamos apunta Yoli con su acento vasco.

Y es que Frías está próxima al País Vasco y tiene una gran influencia del mismo. Tanto es así que su paisaje se asemeja al de Euskadi.

            Mil gracias por vuestra hospitalidad, chicas, sois magníficas les digo.

Después del desayuno, Chus me acompaña al alojamiento. Imagino que Yoli y Amaia tendrán que ocuparse del resto de personas.


En un rato nos reuniremos todos para dar un paseo por Frías y los alrededores aclara Chus.

Sí, tendremos que bajar el desayuno y hacerle hueco a la comida, que a buen seguro será copiosa.

La casa rural, donde pernoctaré, es realmente hermosa. Espero poder descansar como un rey, o al menos como un príncipe, en esta Era. El responsable de esta casa es un hombre hospitalario cuyas raíces son las mismas que las del propio viajero. Qué curioso. Uno viaja fuera de su entorno para encontrarse con uno similar. Estaré como en casa, me recuerda la voz de la subconsciencia.

Nos reunimos, como me había adelantado Chus, con el resto para dar ese garbeo por las empedradas y estrechas calles de Frías, que evocan un escenario de cuento, o mejor dicho de un plató natural de cine.

¿No se ha filmado alguna película por estos pagos? me atrevo a preguntar.

Entonces, se hace un silencio. Nadie se atreve a responder. Hasta que Amaia, con dulzura en su mirada y en su voz, dice que cree que en tiempos se rodó alguna escena de El Lazarillo de Tormes.


Ya me parecía que este es un escenario de cuento… fílmico comento con alegría. Muchas gracias, Amaia. Indagaré acerca del tema.

Llaman poderosamente la atención esas casas de roca con entramado de madera colgadas desafiando la gravedad, asomando su rostro al valle y aun al puente sobre el río Ebro. De repente uno se imagina en otra época, en la Edad Media, como si hubiera viajado en el tiempo.

Continuamos por Tobera, que es tierra de puentes, cascadas, molinos, batanes y ermitas singulares, donde el agua es arte, como la ermita de Santa María de la Hoz, que me hace recordar en cierto sentido a alguna kasbah del valle del Ourika marroquí. El sonido del agua y el aire fresco de esta zona boscosa me resultan hipnóticos. Ahora sí que tengo realmente la impresión de estar en un cuento de hadas o xanas.

Después de esta sustanciosa caminata, vamos a degustar la gastronomía que nos tienen preparada las anfitrionas en un restaurante de Frías. En las comidas por lo general se charla largo y distendido. Y esta se me antoja estupenda. Cuando queremos darnos cuenta ya es casi la hora de la entrega de premios. Sinceramente, el premio creo que es un pretexto porque lo importante, al menos para uno, es haber compartido estos momentos tan deliciosos e inolvidables con Chus, Yoli y Amaia, que son en efecto muy hospitalarias, además de los miembros del jurado y la otra ganadora del mismo.


Emociona escuchar leer su texto, escrito con sensibilidad y belleza, a la otra premiada, incluso uno mismo se siente enternecido cuando recibo el galardón.

No te olvides, que aún nos queda la cena y las copas de después me recuerda con picardía Chus..

Creo en verdad que saldré rodando por las empinadas calles de Frías. A lo mejor hasta llego, con el impulso, hasta mi tierra en un abrir y cerrar de ojos —le respondo.

La velada transcurre entre pinchos exquisitos y bebidas varias. Con jarana hasta altas horas de la madrugada. Me temo que esta noche no dormiré como un rey, ni siquiera como un príncipe, como llegué a creer en un inicio. Qué ingenuo. Y no porque el alojamiento no sea de primer nivel, que lo es, sino porque se me achicarán las horas mientras permanezco al sereno de las estrellas. Por cierto, luce una noche estrellada donde pareciera que la bóveda celeste fuera sólida. Incluso creo que podría alcanzar las estrellas con los dedos de las manos. Con una noche así dan ganas de quedarse sin dormir, contemplando este fabuloso espectáculo. Tal vez podría hacer una Noche Blanca para ver amanecer. Me encanta. Y aquí, sospecho, será un deleite, en este marco incomparable, de sin par belleza. Al final, aunque ya es tarde, decido irme a descansar a la casa rural, porque además tendré que dar cuenta de cómo se duerme en la misma.
En mis sueños se me aparece el espectro de la Beni, lo que quizá le confiera un glamur añadido a esta ciudad medieval.
Me levanto temprano, aún con la resaca del placer experimentado el día anterior, y doy gracias por haber viajado a Frías para encontrarme con Chus, Amaia y Yoli, además del resto de personas que he podido conocer.

Antes de emprender regreso a mi tierra, doy una vuelta por sus calles. Y una mujer, que resulta ser la tía de la otra ganadora del concurso, me obsequia con un imán de la ciudad, lo que agradezco mucho. Me lo llevo como recuerdo entrañable en espera de que algún día, no tardando, pueda volver a esta tierra tocada por la magia de la generosidad y el encanto de unos paisajes poblados por duendes y janas bajo la sensación del fluir vital. 

 

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